martes, 17 de junio de 2014

LO QUE AÚN NO SUCEDIÓ ► Anteayer mismo | El País Semanal | EL PAÍS

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Anteayer mismo

Hay gente tan longeva que su centenario la pilla con vida, como sucedió hace poco con Ernst Jünger y Francisco Ayala


Anteayer mismo

Ahora hay gente tan longeva que su centenario la pilla con vida, como sucedió hace no mucho con Ernst Jünger y Francisco Ayala





Uno estaba acostumbrado a que los centenarios de las personas estuvieran bastante alejados de las fechas de sus muertes. Me refiero, claro, a los de los individuos públicos o notables. Lo normal era que hubieran transcurrido veinte, treinta, cuarenta años desde que los homenajeados desaparecieron del mundo, o mucho más en los casos de muertos jóvenes. Teniendo lugar el mismo 1998, no podían verse de igual forma el de Lorca, asesinado en 1936, y el de su amigo y colega Aleixandre, que se apagó apaciblemente en 1984. Ahora hay gente tan longeva que su centenario la pilla con vida, como sucedió hace no mucho con Ernst Jünger y Francisco Ayala. Imagino que debieron de sentirse perplejos, por decirlo suavemente. Pasado mañana, día 17, se cumple el del nacimiento de mi padre, Julián Marías, y me parece una incongruencia. Por eso, en parte, no he querido participar en ningún homenaje, simposio, número monográfico de revista, descubrimiento de una placa en la casa en la que vivió, y en la que también viví yo largo tiempo. Murió el 15 de diciembre de 2005, hace ocho años y medio, pero para mí es como si lo hubiera visto anteayer mismo. Tampoco habría tenido sentido que me pusiera a hacer el elogio de su personalidad o de su obra. No me corresponde, al no poder ser objetivo. Él detestaba el empalago, y siempre resulta empalagoso que los hijos hablen bien de los padres o los padres de los hijos, los maridos de las mujeres y éstas de los maridos, y a fe mía que en España, país descarado e impúdico, casi nadie se priva de ensalzar a sus parientes y hacerles la propaganda, tanto da que hayan fallecido o que estén danzando y en pleno medro.


Nunca lo vi desalentado ni resentido: lo salvaba el incorregible optimismo
Pero en fin, también sería raro y feo que en estos días no dijera ni una palabra, así que ustedes me perdonarán la leve evocación: es más porque no se diga que por otro motivo. Una vez concluidas las vidas, las mira uno en perspectiva, dentro de lo que cabe (siempre le faltarán muchos datos). Y en el conjunto de la de mi padre veo a un hombre enormemente trabajador, optimista e ingenuo. Escribió montones de libros y artículos, tradujo, viajó por medio mundo dando cursos y conferencias, y en todo solía poner confianza y entusiasmo, y esto último bien se lo envidio, lo mismo que sus saberes monumentales, que nos llevaron a mis hermanos y a mí, cuando éramos niños o muy jóvenes, a preguntarle sobre cualquier asunto. Él se impacientaba a veces y respondía: “Pero ¿qué os creéis, que soy un diccionario andante?” La verdad es que lo era bastante, y una enciclopedia, y una gramática, y una historia universal, y un diccionario de cinco lenguas, además del castellano. Su capacidad personal aparte, es obvio que la enseñanza de 1914 y décadas posteriores era muy superior a la de estas últimas. Su optimismo le permitió sin duda sobreponerse a varias calamidades y desgracias, a la Guerra en la que fue soldado de la República, a las represalias franquistas que le impidieron enseñar en la Universidad, a la temprana muerte de un hijo, a la de su mujer, a la frialdad y el desdén –también hostilidad– con que fue tratado en su país a menudo, primero por la derecha y después por la izquierda. En ocasiones lo vi dolido por eso, pero nunca desalentado ni resentido: lo salvaba el incorregible optimismo, creía que todo era susceptible de mejora y que él podía contribuir a ella. En cuanto a su ingenuidad, lo hacía algo vulnerable y relativamente fácil de engañar, por quienes lo adulaban con insinceridad y fines espúreos (también él escribía “espúreo”) o trataban de utilizarlo. Esto último perdura, y veo con desagrado cómo se lo “apropian” personajes casi calcados de los que lo persiguieron desde 1939 en adelante. Qué se le va a hacer, tampoco él es mío ni de mis hermanos.
Hace poco estuve en su casa, que permanece casi intacta. No había nadie más ese día, y me senté unos minutos en el sillón en que solía leer, e intenté mirar con sus ojos la gran y bonita biblioteca construida a lo largo de su vida. “Aquí pasó muchísimas horas”, pensé, “y esto es lo que veía cuando levantaba la vista de sus relecturas predilectas, Simenon y Conan Doyle y Dumas y Cervantes”. Al primero volvía cada pocos años, y en los últimos de su vida anoté los títulos que tenía y cada vez que iba a Francia le buscaba los que le faltaban. Al traérselos se le iluminaba la cara como a un niño. Como era muy aficionado a las policiacas, le regalaba a autores “nuevos”, para que probara. Le entusiasmaba Colin Dexter (inadvertido en España), cuyo Inspector Morse otros han copiado sin sonrojo y con peores resultados. Le divertían Patricia Cornwell y Donna Leon y Jean-Françoise Parot, cuyo Comisario Le Floch indaga en el París del XVIII, que mi padre tan bien conocía. Y nunca perdió el gusto por el cine. Físicamente me parecí siempre a mi madre, pero desde que él murió me sucede algo extraño: me sorprendo haciendo gestos que son suyos, como pasarse el nudillo del pulgar por la barbilla, mientras pienso, o apretarme levemente la frente con algún pequeño objeto (un encendedor en mi caso), como si con esa presión tratara de estrujarse mejor el cerebro. Al fin y al cabo se pasó la vida pensando, y pensando más, no quedándose en el primer pensamiento, eso me consta. Creo que esos gestos no eran míos cuando él vivía, quién sabe. Quizá no haga falta decir que otra de las razones por las que no participaré en las conmemoraciones es que toda esta incongruencia me pone muy triste.
elpaissemanal@elpais.es 


el dispensador dice: hay gentes que se asumen a sí mismos como inmortales... ante sus prójimos y ante ellos mismos, prescindiendo de sus respectivos ángeles de la guarda tanto como de sus consciencias...

hay otras gentes que comprenden lo efímero del ser humano, del acto humano tanto como del hecho humano, comprendiendo asimismo que existe una continuidad que sólo se traduce a través de los ciclos de la raza y sus herencias... complejo para dimensionar y mucho más para pensar acosado por las rutinas...

a veces, algunas gentes pretenden alcanzar la longevidad a efectos de ver cómo se van desintegrando sus propios contextos, llevándose a sus congéneres de tiempos y espacios... pero como sea, y aún cuando los años pasen y quien sea se conserve, el deterioro pesa sobre las densidades del alma y sobre los espíritus cristalizados por precipitación y/o por catalización... ya que ningún espíritu, aún empecinado, puede modificar per se el curso de las circunstancias...

andando alguna vez, como ya te conté, por algún ignoto de los Himalayas... así como andando otra vez, como también ya te conté, por otro lugar ignoto del Ahaggar africano... conocí por causalidad a dos almas en tránsito atemporal... una condición extraña a los humanos tanto como a los humanismos... el tránsito atemporal pertenece al ámbito (plano) de las realidades superpuestas, un ángulo que está sin que nadie lo perciba... que existe más allá de los sentidos humanos... más allá de las ciencias de conveniencias vigentes... más allá de los tiempos y las épocas... mezclando realidades contiguas que, a veces, se tocan por simple fluctuación de energías divergentes o bien de otras coincidentes...

allá por los Himalayas, tuve la oportunidad de adentrarme en la irrealidad del Stupa del Itey...

allá en el Ahaggar, tuve la dicha de cruzarme con espíritus vagantes de los desiertos... una especie de bere-beres del espacio tiempo...

en Itey... uno de los monjes me aseguró que tenía más de mil años terrestres... y dado que no necesitaba mentirme... le creí con una fe despojada de intencionalismos comunes a las miserias humanas...

en el Ahaggar, tuve la oportunidad bendita de cruzarme con quien encabezaba la caravana de espíritus trashumantes del espacio-tiempo... me enseñó que de tan antiguo ya no consideraba siquiera su edad, asumiendo que había superado los diez mil años terrestres... desde mi visión lo entendía como humano, al menos por forma, pero en verdad sabía para mis adentros que no lo era ni por casualidad...

en ambos casos... el tiempo terrestre no era un impedimento para "existir"... entendiendo que dichas gentes se habían desprendido de los pesos y las densidades afines a las condicias, las avaricias, las angurrias y las envidias que visten y desvisten a los tiempos respirables de algunos destinos humanos...

ambos ejemplos me han servido para descubrir que los sabios no mueren y que el genio no perece, antes bien permanece... en una especie de limbo contiguo al mundo de las ideas, ése que recitó Platón luego de saquearlo de los conocimientos provenientes de la Alejandría Ptolomeica...

en uno de mis tantos viajes... creí ver un aquelarre de filósofos humanos discutiendo sobre qué hacer con los tiempos humanos y sus éticas desconcertantes... preferí seguir de largo... no fuese cosa que quedara atrapado por lo que aún no sucedió, no tuvo lugar, eso que aún no llega... JUNIO 17, 2014.-


UN SIGLO DE JULIÁN MARÍAS
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Julián Marías, en su casa de Madrid en 1977. / CÉSAR LUCAS

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