La travesía de los garífunas
La música vital de una comunidad afrocaribeña en peligro de extinción
CARLOS GALILEA
Las cantantes Sofía Blanco y Desere Diego. Sarah Weeden
Dos barcos españoles naufragaron en 1635 frente a la isla antillana de Saint Vincent. Procedían del golfo de Guinea y llevaban un cargamento de esclavos. Los africanos supervivientes se unieron a los aborígenes de la isla y resistieron a los ataques británicos hasta que, a finales del siglo XVIII, derrotados pero nunca esclavizados, acabaron refugiándose en la costa Atlántica de América Central: a sus descendientes se les conoce como garífunas. Hoy son unos 300.000 y viven en el litoral de Belice, Guatemala, Honduras y Nicaragua –también hay comunidades en Nueva York, Nueva Orleans, Chicago o Los Ángeles-. En 2001, su cultura en peligro de extinción fue declarada Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Hijo de unos catalanes que viajaban por Centroamérica, y en 1971 decidieron quedarse en la península de Yucatán, el productor Iván Durán tiene su base de operaciones en Belice, en el fronterizo pueblo de Benque Viejo del Carmen, junto a unas ruinas mayas. Del equipo móvil de este antiguo estudiante de la Escuela Nacional de Música de La Habana, que le permite grabar en las propias comunidades, sin la intimidación de un estudio convencional ni presiones de tiempo, han salido discos como el de Andy Palacio (Wátina) , el de un grupo de mujeres de entre 20 y 86 años que nunca antes habían cantado de forma profesional (Umalali) o The Garifuna Collective (Ayó), que él mismo ha publicado en Stonetree Records -distribución internacional de Cumbancha-. Música de voces, guitarras acústicas y tambores, conectada a la naturaleza y la vida cotidiana de los garífunas, a la que se añadieron cuidadosamente sonidos de guitarras eléctricas, bajo o saxo. Al referirse al trabajo pionero de Durán, el crítico británico Charlie Gillett llegó a recurrir a ejemplos como los de Sam Phillips en Memphis o Berry Gordy en Detroit.
En enero de 2008, la muerte inesperada –sólo tenía 47 años- de Andy Palacio, nacido en Barranco, y convertido en embajador oficioso del mundo garífuna, supuso un mazazo para la proyección de la música y su propósito de preservar el idioma para las próximas generaciones. Aunque el testigo del cantante, maestro de escuela y activista beliceño lo ha tomado en cierto modo el hondureño Aurelio Martínez, cuyo disco Laru beya, producido por Durán, y con Youssou N´Dour y la Orquesta Baobab como invitados, está disponible en el sello de Peter Gabriel.
La película A story about the garifuna, de Ben Petersen para la Brigham Young University, cuenta su historia y su realidad actual, y un documental de Patricia Ferreira para TVE, La aventura garífuna, muestra la música de esta cultura afrocaribeña casi perdida. Otro de sus símbolos, Paul Nabor, sanador y ejemplo de la festiva parranda, también nos ha dejado. En su entierro, en la localidad garífuna de Punta Gorda, al sur de Belice, se cantó y bailó. Porque, en la cultura garífuna, la muerte de un ser querido es una oportunidad de celebrar su memoria y alegrarse por haberlo podido tener en la vida de uno.
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