Yuja Wang: Chopin entre medusas
La pianista china se encierra en el Oceanografic de Valencia a tocar rodeada de especies marinas
Valencia
La pianista Yuja Wang, ayer en el Oceanogràfic de Valencia. MÒNICA TORRES
A Yuja Wang le cuesta recordar la primera vez que vio el mar. Lo que sabe es que desde entonces, no quiso volver a vivir en una ciudad donde no lo hallara cerca. De Pekín se fue a Filadelfia con apenas 14 años y de allí a orillas del Hudson, en Nueva York, donde reside. Ayer también se rodeó de agua y especies marinas. Pero fue en el Oceanografic de Valencia, donde la rompedora pero delicada pianista china de 30 años tocó un mágico preludio de Chopin rodeada de magnéticas medusas.
Recala en España –toca hoy en el Palau valenciano- casi al final de una gira que le ha llevado por más de 30 ciudades con la obra del compositor polaco. Una música etérea, la de los Preludios, inaprensible casi, en la que sin embargo, a lo largo de 30 minutos, uno puede sentir todo un catálogo de pertinentes y cercanas emociones existenciales. “Es poesía, pero a través suyo, como un libro sin argumento que trata de la vida misma, es posible reconocer encerrado en ellos el flujo de tu experiencia. Necesitas permanecer atento. Florecen y poco después se disipan. Por eso, los pianistas debemos sellar el momento en la memoria sentimental del espectador. Si no, se evapora y desaparece”, comenta Wang.
Llamar la atención sobre el peligro de las especies marinas le motiva. “Más proviniendo de un país como China, donde brilla por su ausencia en respeto al medio ambiente”. Cierto es que desde que se ha ido, no ha regresado a vivir allí. Quiso volver a lo grande y lo consiguió. Cuando apenas había sobrepasado los 20 años fue hija pródiga y profeta reconocida en su tierra. Lo consiguió al presentarse tras su definitiva formación en el Curtis Institute (Estados Unidos), junto a un astro con dimensión de leyenda como era Claudio Abbado.
Desde entonces, Wang ha cuajado una carrera ascendente, un relámpago que desde hace más o menos cinco años le ha colocado en la élite. El camino no ha sido fácil. Pónganse en el lugar de una niña que con 14 años partió sola comenzó sus estudios en Pekín con sólo seis-, a miles de kilómetros de casa, hacia un futuro incierto, cargada apenas con una mochila de voluntad, fuerza interior, sensibilidad y un conveniente carisma para moverse entre tiburones.
“Esta música de Chopin, además, tiene algo de intangible y fugaz, se parece mucho a estos seres de gelatina”.
Las ortigas de mar, melenas de león y medusas huevo frito que rodeaban su visión de Chopin te paseaban al borde de la hipnosis. “Esta música, además”, declaraba minutos antes a EL PAÍS, “tiene algo de intangible y fugaz, se parece mucho a estos seres de gelatina”.
Yuja se encuentra bien. No hace mucho metió el freno a una carrera que le había desprovisto un tanto de eje. Pero no supo soportar el sedentarismo y volvió a girar. “Ahora disfruto más de los lugares donde recalo. Los vivo intensamente, la música de Chopin, además, lo necesita”.
Ha canjeado algo de potencia al piano –que asombrosamente mantiene encerrada en ese cuerpo diminuto- por una mayor introspección. Pero no ha renunciado al rompe y rasga que le caracteriza: al cuero, los escotes, los modelos ceñidos con minifalda, ni a los tacones de aguja. “Ahora tengo 30 años y ya no soy una niña, pero siempre quiero dejar en la memoria del público, un algo que vaya más allá de la música. No pintamos cuadros a los que en cualquier momento puedes recurrir visualmente para recordar, los músicos ejecutamos sonidos efímeros, si no lo acompañamos de algún elemento que se grabe en la memoria, también nos evaporamos”.
A eso le añade misterio. De ahí su identificación con el mar: “El ochenta por ciento de lo que somos sale de ahí y ni siquiera lo vemos”, afirma. Si el sonido de su piano, al menos nos ayuda a escucharlo, quizás prestemos un poco más de atención.
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