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Retos y rotos
No dar iguales oportunidades reales a mujeres y hombres en nuestro universo científico-académico es un problema de graves consecuencias económicas
Científicas en una manifestación contra los recortes en ciencia, en 2013. ÁLVARO GARCÍA
El camino para que la participación y el reconocimiento de las mujeres en la ciencia sean los que les corresponden por su talento y esfuerzo es aún largo y está lleno de piedras. Ojalá que la pérdida de impulso actual no lleve a la progresiva disminución del avance y el parón acabe siendo el triste legado de los gestores de esta década de crisis económica y social. Si esto ocurriese, perderíamos la esencial aportación de científicas con mucho que contribuir al progreso del país. Claro que, en épocas de retroceso, las mujeres de cualquier profesión son las más vulnerables.
El lugar de las mujeres en la ciencia y la tecnología en la Unión Europea (EU) comenzó a analizarse sistemáticamente a finales del siglo XX. Se creó un grupo de trabajo que elaboró el informe ETAN, del año 2000. En él se vio que las mujeres estaban infrarrepresentadas en el ámbito científico europeo y que existían barreras a su progreso. Se concluyó que desperdiciar o infrautilizar la mitad del potencial humano era un despilfarro difícilmente justificable para una sociedad moderna, además de una injusticia. Para monitorizar el avance, en 2003 la EU inició la publicación de la serie She Figures, cuya más reciente edición, de 2015, muestra que solo el 20% de los cargos de mayor nivel en investigación e innovación son mujeres. En el vigente programa marco de investigación, Horizonte 2020, los objetivos de incorporar la perspectiva de género al desarrollo de la investigación están explícitos. ¿Han sido todos estos datos y recomendaciones útiles para progresar en lo que va de siglo XXI? Los retos son aún muchos, agravados por algunos rotos recientes.
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El roto principal, una herida social que sigue sangrando, es la falta de acceso de los jóvenes graduados a un trabajo que les permita sentirse valorados (más a ellas, aunque también a ellos) en el área de sus estudios. La sociedad española y especialmente su Ministerio de Hacienda, que interviene en multitud de fases de la programación y el empleo dentro de la ciencia, siguen sin considerar a la investigación como un pilar fundamental de un país avanzado. Y es un reto pendiente que amplios sectores masculinos reconozcan que no dar iguales oportunidades reales a mujeres y hombres en nuestro universo científico-académico es un problema de graves consecuencias económicas.
Han mejorado ligeramente algunos indicadores. En el CSIC en la escala más alta, profesores de investigación, las mujeres han pasado de ser el 13% en 2002 a representar un 25% actualmente. Hay mucha diferencia entre las áreas, destacando por equilibrada el área de Ciencia y Tecnología de los Alimentos, donde son profesoras un 48%, mientras que en Recursos Naturales un 12% y en el área de Biología y Biomedicina sólo llegan al 23%. En cuanto al primer nivel de la plantilla, científicos/as titulares, se había logrado que fuera igual de difícil entrar para mujeres y hombres entre 2004 y 2008, época con bastantes plazas ofertadas. Pero ha bastado la abrupta disminución de plazas convocadas entre 2009 y 2014 para que haya vuelto el viejo patrón de tener más tasa de éxito los candidatos masculinos. Clamoroso es también que este organismo público de investigación (OPI), como otros, aunque no todos, nunca haya tenido una presidenta, situación incomprensible si tenemos en cuenta que hay una buena lista de investigadoras españolas de gran nivel —¡y con la energía de la cincuentena!— que podrían dinamizar al CSIC de hoy.
Hay más retos institucionales que todas las universidades y OPI tienen pendientes, como atraer a las mujeres a estudiar áreas tecnológicas (donde son alrededor de un tercio del total) o desarrollar pautas de evaluación para el acceso y la promoción en la carrera investigadora blindadas contra sexismos inconscientes.
Algunos retos son individuales y afectan más a las mujeres investigadoras, como compatibilizar una carrera competitiva con tener hijos antes de llegar a la cuarentena (la evolución humana ha sido poco generosa con la producción de óvulos durante el ciclo vital), o la sobrecarga, estereotipada y real, del cuidado de personas del entorno familiar. Por no hablar de seguir a la pareja en sus movimientos profesionales, cuando ésta considera que su carrera es más importante y la mujer acepta el segundo nivel impuesto.
En el año 2000, escribía en este mismo medio hablando de la mujeres y la ciencia, “la tentación del pesimismo aquí y ahora es muy fuerte, pero tenemos la obligación de no condicionar con él a las nuevas generaciones de científicas en ciernes”. Es duro tener que repetirlo aún hoy.
Flora de Pablo. Profesora de investigación del CSIC y expresidenta de AMIT.
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