Descifrando lo lynchiano
Dennis Lim presenta 'David Lynch. El hombre de Otro Lugar', un ensayo sobre la obra del director estadounidense
Madrid
El director de cine David Lynch durante una clase magistral en la escuela de artes y espectáculos TAI, en 2013. EFE
Con David Lynch. El hombre de Otro Lugar (Alpha Decay), Dennis Lim, director de programación de la Film Society del Lincoln Center, logra algo que parecía imposible: capturar toda la complejidad de un artista esencial de nuestro tiempo sin renunciar a ninguno de los lados de su poliédrica identidad creativa y, dato nada irrelevante, sin extenderse mucho más allá de las doscientas páginas. No es un libro de crítica cinematográfica, como el que en su día le dedicó Michel Chion, sino un sintético ensayo consagrado a resolver el enigma de un creador que nunca ha sido un cineasta puro, sino un artista plástico que, en determinadas ocasiones, ha sustituido el pincel por la cámara. O ni siquiera eso: bajo la mirada de Lim, Lynch se convierte, más que en un poeta multidisciplinar, en un tipo venido del Otro Lado (como el enano de Twin Peaks o el Robert Blake de Carretera perdida) para desvelarnos la estructura profunda de una existencia que nunca podrá ser leída de un único modo. Lim visitó Madrid para presentar Fuego camina conmigo (1992) –obra denostada en su día y hoy considerada clave básica de interpretación de todo el universo Twin Peaks– en una sesión especial en Filmoteca Española.
“Lynch no es el artista más fácil sobre quien escribir”, confiesa Lim, “porque su obra inspira pensamientos abstractos. Si escribí el libro es porque estaba convencido de que podíamos hablar de él de una manera más concreta, pensar en él a través de varias lentes y contextos”. El punto de partida del estudio de Lim es el esquivo concepto de lo lynchiano, término tan frecuentemente utilizado como difícil de definir. De hecho, solo el escritor David Foster Wallace se atrevió a proponer una definición académica del término, en tanto que “una clase particular de ironía en la que lo muy macabro y lo muy mundano se combinan de tal manera que revelan la perpetua inclusión de lo uno en lo otro”. Para Lim, lo lynchiano es, más bien, “un tono complejo y paradójico en el que no domina únicamente la ironía, sino el equilibrio de esta con la sinceridad. Tiene que ver con el modo en que juega con dualidades y opuestos, con su estrategia de alternar emociones, estados de ánimo y ritmos para obtener algo que es más que la suma de sus partes. Y, por supuesto, lo lynchiano está estrechamente relacionado con el miedo: con nuestros miedos más primarios y con la sensación de que el sentido de la realidad es mucho más frágil de lo que nos figuramos”.
El ensayista tiene claro que en Lynch no hay precisamente un intelectual, sino un artista intuitivo probablemente asombrado ante la voracidad interpretativa que ha inspirado su obra. “La primera vez que me encontré con Lynch le regalé un ejemplar de Lacrimae Rerum, el libro de Slavoj Zizek que dedica un exhaustivo estudio a la lectura lacaniana de Carretera perdida. Estoy absolutamente seguro de que nunca se lo leyó, pero le hizo gracia que un pensador lacaniano se lo tomara tan en serio. Hasta cierto punto, ese interés es lógico: los temas que Lynch aborda a través de la cultura popular son los grandes temas de la filosofía y la religión, como la naturaleza del Bien y el Mal”, rememora Lim.
Es posible que a algún lector de David Lynch. El hombre de Otro Lugar le sorprenda descubrir que el autor de Cabeza borradora (1977) llegó a votar a Ronald Reagan: “Pero por lo menos no ha votado a Donald Trump, que, por cierto, si uno se detiene a pensarlo, es una figura muy lynchiana”, precisa Lim, “en realidad, Lynch se interesó por Reagan más por motivos estéticos que por razones ideológicas. Lo asociaba al viejo Hollywood y encajaba con esa iconografía de su infancia que también marca su imaginario cinematográfico. Lynch no es un sujeto político y sería inadecuado definirle como un republicano”. De momento, la tercera temporada de Twin Peaks corona una trayectoria magistral, poniendo en evidencia las limitaciones de esa supuesta Edad de Oro de la televisión que, según Lim, cristaliza en “trabajos sofisticados, bien hechos, respetables y comprensibles, pero que pertenecen a otra especie muy distinta del asombroso desafío que ha planteado Lynch”.
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