Mi patria es mi ‘laptop’
La marroquí Khalili muestra en Sevilla obras de extrema sobriedad realizadas por todo el globo
'The Wet Feet Series. Lost Boats. Flag', de 2012.
Salvo las contadas y honrosas excepciones en que se ha hecho con rigor, la norma que ha regido la selección de muestras de arte contemporáneo marroquí en España ha sido la de la explotación de un exotismo orientalista, que parece diseñado para satisfacer un sentimiento de superioridad respecto a nuestro vecino del sur. Exposiciones sin más tema que el “arte contemporáneo marroquí”, o aún más a granel, “árabe”, entendido como un oxímoron, y que suelen acoger la obra de autores autodidactas, naives o con toques de semi-artesanía, una especie de curiosidad excéntrica. O peor, que toman como pretexto unas pretendidas afinidades con artistas españoles, de quienes los marroquíes serían aplicados epígonos. Todo impregnado de un insufrible tufo paternalista y neocolonial.
Muy corto es el número de artistas marroquíes a quienes se haya dedicado una exposición personal en una galería de arte en España. Y en un museo, aún menos. La circulación de las producciones culturales del Marruecos contemporáneo viene determinada por su aprobación previa por parte de los centros de poder autorizados a este fin, es decir, que su legitimación depende de su grado de traducibilidad a la lógica cultural hegemónica.
No es ajena a estas circunstancias la obra de Bouchra Khalili (Casablanca, 1975), que no es desconocida en España, pues ha menudeado en exposiciones por lo menos desde 2003, y cuya inclusión en la programación del MoMA, en el circuito de bienales y en la última Documenta de Kassel hace que esta exposición en el CAAC, coproducida con el Jeu de Paume, no pueda ser más oportuna. Representa una excepcional oportunidad para romper con el habitual paradigma anecdótico y acercarse a un conjunto de piezas producidas en los últimos diez años.
Mujer en la diáspora —formada en Francia—, fuerza un lenguaje al que interroga y obliga a pronunciarse sobre su condición política
La mera enumeración de los lugares en que han sido realizadas las obras —Argel, Florida, Hamburgo, Génova, Nueva York, Atenas— da cuenta ya de un fenómeno que se ha convertido en marca de lo más sobresaliente de la producción artística contemporánea: una vertiginosa movilidad que no puede dejar de interpretarse en relación con las exigencias de deslocalización propias del capitalismo globalizado y su necesidad de una fuerza de trabajo en permanente estado de disponibilidad, desarraigada —los artistas no son una excepción: mi patria es mi laptop—. En sintonía con esa transportabilidad, las nuevas prácticas artísticas exhiben entre sus rasgos distintivos una progresiva desmaterialización de sus soportes, reducidos a la fotografía y el vídeo, contenidos de fácil transmisión a través de archivos digitales.
El trabajo de Bouchra Khalili puede entenderse bajo esta perspectiva, que ha recuperado y revalorizado el léxico formal de las prácticas del arte conceptual del pasado siglo. La artista, sin embargo, al mismo tiempo se desmarca de ese legado gracias a su actitud de distanciamiento respecto a uno de sus formatos más tópicos, el archivo. Frente a la banalmente abrumadora exhibición de documentación, Khalili la somete a un sofisticado proceso de edición, de selección y montaje que se oculta tras la aparente naturalidad de su puesta en escena. Su extrema sobriedad, su aspecto de inmediata transparencia abre la puerta a un campo de tensiones cuya complejidad se ve activada con una eficacia tan formidable como sutil a través de procedimientos atravesados por el cine documental y la experimentación teatral.
Elipsis, fuera de campo, traducción, citas textuales y testimonios… el desplazamiento es aquí el recurso fundamental: las obras zigzaguean entre la cita erudita y la memoria personal. Igual que el mapa y sus fronteras son recorridos por las cicatrices y el relato de los supervivientes del viaje, que han desafiado desde su propio cuerpo una geografía construida contra la vida, la forma es subvertida por un uso que la desmonta y vuelve a armar como escritura de resistencia para unas identidades en tránsito. Como el broken english o las creolizaciones de la lengua del amo, en que hombres y mujeres migrantes, refugiadas hablan de la frontera desde la frontera misma, Bouchra Khalili, mujer ella misma en la diáspora —formada como artista en Francia— fuerza un lenguaje al que interroga y obliga a pronunciarse sobre su condición política. Y a nosotros, hipócritas lectores, a empezar a desorientalizar lo que creíamos que sabíamos.
Bouchra Khalili. CAAC. Sevilla. Hasta el 4 de marzo de 2018
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