Dieciocho maneras de crear el mundo
Una magistral antología de cuentos resume el universo de Saadat Hasan Manto, el gran maestro en urdu del esplendor y miseria de la India que terminó dividida
Soldados en las calles de Ayodhya (India), en 2002. La ciudad se ha convertido en un lugar de disputa entre hindúes y musulmanes. AMI VITALE GETTY IMAGES
Saadat Hasan Manto (India, 1912-Pakistán, 1955) publicó más de 30 libros (entre ellos, 23 de relatos) en urdu, una lengua con una gran tradición poética, y con genios de la talla de un Ghalib o un Iqbal, pero cuya primera obra en prosa (Umrao Yan Ada, la cortesana de Lucknow, también traducida por Rocío Moriones, Alba, 2013) data de 1899. Sin apenas referentes estilísticos, por tanto, y en un contexto sociopolítico que mantenía bien engrasada la maquinaria colonial, Manto se entregó a la tarea de inventarse una literatura de la que acabó convirtiéndose en maestro indiscutible. Enfrentándose a sus propios fantasmas personales (un padre autoritario, crónicas penurias económicas o una desmedida afición al alcohol que acabaría pronto con su vida) y a los prejuicios de la época (hasta seis juicios por inmoralidad, tres en la India y tres en Pakistán, tuvo que padecer), pudo construirse una voz en la que hoy por hoy se reconocen millones de personas. No sin esfuerzo porque, por un lado, el inglés, desde el acta de Macauly de 1835 (quien, sin saber ni sánscrito ni persa, proclama “la superioridad intrínseca de la literatura occidental”) hasta la muy citada antología de Salman Rushdie de 1997 (30 autores indios y sólo uno, Manto, de escritura no inglesa), seguía y sigue siendo la piedra de toque que otorga o deniega un sitio central a los productos culturales del subcontinente; y porque, por otro, vivió en un momento histórico convulso que tocaba a tragedia casi diaria, tanto las previas a la independencia de la India como a las provocadas por su división en dos países después de ella.
Manto escribió para ser escrito (“los relatos me escriben a mí”, afirmó en una ocasión), es decir, para que el urdu de la calle le ayudara a configurar esa voz a la que nos referíamos y poderla legar a sus continuadores. A falta de una tradición en prosa en la que apoyarse, lo haría en aquellos que no habían sido moldeados por una educación y por una mentalidad anglófonas: en las prostitutas y en los niños, en los mendigos y en los lavanderos, en los locos y en los ladrones, en los vendedores de cacahuetes y en los soldados rasos, en los cocheros de tonga y en los vagabundos. Es ahí donde aprendió a manejarse con un idioma que, a su vez, necesitaba oídos como el suyo para dejar de desconfiar de la página en blanco (los idiomas no se reproducen bien en cautividad), ese territorio de supuesta libertad que suele ser tan proclive a servir los intereses de los poderes dominantes. Es ahí también donde escuchó las historias que luego trasladó a sus 250 relatos, a las varias decenas de guiones cinematográficos y radiofónicos, y a sus cientos de artículos.
Diez rupias. Historias de la India es la segunda antología de cuentos de Manto que se publica entre nosotros traducida del urdu. En la anterior (Toba Tek Singh, Contraseña, 2012), que debemos asimismo al encomiable esfuerzo de Rocío Moriones por darnos a conocer esta literatura, predominaban los dedicados a las víctimas (un millón de muertos, muchos más damnificados por la súbita creación de fronteras) que provocó la partición. En ésta hay mayor variedad de temas, de personajes y de modos narrativos y se recogen otras de las obsesiones del autor. Destacan la que da título al libro, ‘Diez rupias’, y ‘Conjuro’, ambas protagonizadas por niños, Sarita y Ram, cuya inocencia se impone al resabio de los adultos que se cruzan con ellos con naturalidad, al margen de cualquier atisbo de idealización, y sin moralismos. En ‘El último saludo’, un militar en el frente de Cachemira se enfrenta a un antiguo compañero de armas que ahora es su enemigo, lo que desencadena otra guerra, ahora en su corazón, que pone de manifiesto el absurdo de la existencia cuando se la somete a instancias de dominación inhumanas. En ‘Una historia espuria’, el delegado de una recién creada y exitosa asociación de malhechores intenta convencer a una audiencia de gobernantes de los beneficios que sus oficios reportan a la sociedad, sobre todo si se comparan con la mayoría de los calificados como honestos. En ‘Recite la profesión de fe’, Abdul Karim se enamora de una mujer que, cuando se cansa de sus amantes, los descuartiza. En ‘Mummy’, donde un tal Manto hace de hilo conductor de la trama, se describen las fiestas de los que están en el escalafón más bajo de la industria del cine, pero se sienten tocados por su glamour y su magia.
En estos cuentos, además, hay bromistas y soñadoras, recién nacidas abandonadas y flores que hablan (muy curioso, por cierto, este relato que cierra el volumen en un escritor que se resfría con la naturaleza, lo poético y lo alegórico), asesinos y prostitutas, vengadores (por motivos políticos o familiares) y tenderos. Dieciocho maneras de mirar un mundo en avanzado estado de descomposición, quizás más el nuestro que el suyo, sorprendido mientras se regenera gracias a esas personas de verdad (personas con un pedazo de verdad comestible debajo del brazo) que lo cruzan.
En el epitafio que Manto dejó escrito poco antes de fallecer, y que la familia no usó por miedo a la reacción de los sectores más conservadores, éste se preguntaba “quién de los dos es el mejor escritor de relatos, Dios o él”. Un epitafio que podría haber firmado el propio Dios de haber tenido algo más de sentido de la autoironía.
Diez rupias. Historias de la India. Saadat Hasan Manto. Traducción de Rocío Moriones Alonso. Nórdica, 2019. 321 páginas. 22,50 euros.
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