Bai Juyi. CC Wikimedia Commons
Poetas de la dinastía Tang: pintar con la palabra y escribir con la pintura
En la larga tradición del arte chino los conceptos de sentimiento y paisaje tienen una relación estrecha. En realidad ambos comparten el aliento vital y la línea interna que circulan por toda la actividad creativa. Esta relación se concretó en el siglo XVII con un concepto que merece la pena atender: qing-jing (equivale a la idea del sentimiento/paisaje). Los poetas que vivieron durante el periodo de la dinastía Tang (618-907), mostraron en gran manera el proceso espiritual de pintar con la palabra y escribir con la pintura, pues ambos procesos convocan un alto poder de visualización.
El pensador chino Wang Fu-Zhi (1619-1692) habla del paisaje en el sentimiento y del sentimiento en el paisaje donde el yi (idea, imaginación, visión, intención, significado) es decisivo: “Impregnadas de yi, todas las cosas, aún las más mínimas, nieblas y nubes, fuentes y rocas, flores y pájaros, árboles musgosos o sedas bordadas, cobran vida y se visten de magia.” Podemos considerar que el poeta Wang Wei (699-761), a pesar de pertenecer al periodo temprano, convoca un intenso espíritu “humanista” al lograr una maestría en las tres grandes artes: poesía, pintura y música. Estudioso del budismo chan, se sumergió en la meditación como forma de trabajo interior que posteriormente expresaría en sus artes. Bai Juyi, originario de Taiyuan (provincia de Shanxi), de alguna forma toma el relevo tras un periodo álgido de grandes nombres entre los que se encuentran Du Fu (712-770) y Li Bo (701-762).
Durante el apogeo de la dinastía Tang muchos funcionarios, judiciales y otros estudiosos que fueron nombrados por la realeza, cultivaron el budismo un extremo que conocía Bai Juyi. En uno de sus muchos poemas versa que, en sus meditaciones y usando la retro-cognición para ver en su vida pasada, pudo discernir que “en muchas vidas pasadas tuve una relación predestinada inquebrantable con la poesía”. De estas palabras podemos inferir la relación entre talento y trabajo. En sus últimos años el poeta se denominó a sí mismo como “el ermitaño de la montaña fragante.” Su experiencia le permitió ver el principio de que todo lo existente es el resultado de las energías (jing/qi/shen) y el desarrollo de la línea interna. De esta forma, pudo afrontar los reveses de la vida sin angustia (por ejemplo, fue degradado como oficial y enviado a Jiangzhou como oficial menor) y progresivamente distanciarse de la fama y la riqueza.
Bai trabajó intensamente el género de las baladas y canciones populares escritas en el estilo de la dinastía Han. Entre sus mejores textos se encuentran la “Balada del dolor eterno” (también traducido como “Balada de la infinita tristeza”), extenso poema que describe el ascenso y la caída de la famosa belleza Yang Gui-Fei; y la “Balada de la tañedora de la pipa” (especie de laúd chino). También desarrolló un manifiesto de escritura poética llamado “Nueve principios de la escritura poética” (Yu Yuan Jiu Shu). A este tratado se le considera una obra maestra de la literatura china.
En una carta de Si Kongtu (837-908) dirigida a Wang Jia donde habla sobre su poesía escribe: “Los alientos densos y resultantes que colman esta comarca entre los dos ríos exigen ser captados por hombres eminentes. Usted, letrado Wang, que habita en ella, se ha impregnado de tales elementos desde hace muchos años. Los poemas pentasilábicos compuestos por usted sobresalen al recrear ese estado en que el pensamiento está en ósmosis con el paisaje.”
Poética del instante
El romanticismo desplegado, en general, por los poetas de la dinastía Tang, es sobradamente conocido. Pero cuando uno de ellos es capaz de expresar la línea interna de los seres y objetos, con tanta precisión y alcance a la vez, consigue que la escena o el cuadro sea sublime. Podríamos considerarlo como una poética del instante que se regenera en cada lectura explorando los misterios latentes en los signos. Convertir un hecho cotidiano en un acontecimiento universal implica recogerse en los brazos del romanticismo asiendo la experiencia desde una subjetividad motivada por una gran sensibilidad. “Noche Nevada” da título a este elegante poema de deliciosos trazos y gran profundidad. Desde la presencia del simbolismo del bambú, que repliega en su seno el eje vertical figurando la interacción entre “Vacío” y “Plenitud”, en relación con los polos complementarios yin y yang, articula la figura humana dentro de los tres ejes alrededor de los cuales se organiza el pensamiento chino basado en la noción del aliento vital.
Con la presencia del adverbio (nuevamente/otra vez) convocando los ciclos de la naturaleza, y llevados por la subjetividad al rito cotidiano (hablante lírico), se invoca desde una reacción de los sentidos el umbral del espíritu. A través del tacto (la colcha y la almohada están frías), de la vista (la ventana se ilumina otra vez), y el sentido auditivo (los chasquidos del bambú); funcionando tanto en progresión rítmica como circular, se procede a una adherencia del instante que trasciende al sujeto para enlazar con la línea interna mostrando que el ser posee en su espíritu la esencia de la Tierra y el Cielo con el corazón como eje del Vacío.
Aquí debemos tener en cuenta la complejidad del concepto del Vacío en el pensamiento chino, siendo el fundamento de la ontología taoísta. Poder reflejar esta relación es una de las grandes virtudes del arte en cualquiera de sus manifestaciones.
En este poema, “Noche Nevada,” podemos considerar que existe una cierta metempsicosis (una suerte de transmigración psíquica entre entidades de diferente naturaleza pero que comparten el fluir de la línea interna) canalizada a través del chasquido del bambú, provocado por el peso de la nieve y el viento. No es una leve metáfora sino una poderosa vinculación entre la subjetividad del que observa y la subjetividad del bambú. Entonces, el orden se revierte y acaba imponiéndose la presencia de este último, pero que es a la vez esencia del mismo a través de la línea interna. El chasquido ejerce de Vacío entre los dos polos, yin y yang, convocando un traslado prodigioso de trascendencia de la conciencia: el yo es bambú. Esta es una imagen que, al leer, debemos atesorar.
El hecho de que el estilo de Bai Juyi (772-846) se haya conocido durante un tiempo como estilo sencillo o simple (yuan-bai-ti), no debe inducir a equívocos. Las grandes dimensiones del desarrollo del Vacío, desde una universalización y ritualización de lo cotidiano expresado desde una escena aparentemente trivial y con un lenguaje sencillo, asequible pero de gran precisión es, efectivamente, una característica de su poesía. La relación entre la nieve y el bambú, conectadas a través de la propia subjetividad desde la intuición traducida en conocimiento, convierten estos versos en un escenario altamente estético: el ritmo y la música convocadas por el pilar del Cielo y el manantial de la Tierra.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 54. Volumen III. Mayo de 2019.
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