jueves, 14 de septiembre de 2017

EL OTRO PUERTO || Trieste, la ciudad donde atraca la literatura | Cultura | EL PAÍS

Trieste, la ciudad donde atraca la literatura | Cultura | EL PAÍS

Trieste, la ciudad donde atraca la literatura

La escritora Jan Morris explica en un libro la fascinación que ejerce la melancólica ciudad italiana de pasado austrohúngaro sobre autores como Magris, Pla, Joyce, Svevo o Rilke



Trieste, Italia.

Trieste, Italia. 



Trieste, limbo y lugar de tránsito, fue un enclave premonitorio para Jan Morris(Clevedon, 1926), la extraordinaria escritora de viajes de la que ahora Gallo Nero publica Trieste. O el sentido de ninguna parte. Y si fue providencial es porque, de algún modo, ese no lugar triestino se asemejaba a su ambivalencia de género, al desgarro de una identidad confusa en un tiempo complejo, pues Jan Morris vivió y escribió como James Morris hasta que completó un cambio de sexo en el año 1972.
“Desde la primera vez que la visité siendo un joven soldado al término de la Segunda Guerra Mundial, esta ciudad, extrañamente, me ha perseguido”, escribe la autora al comienzo del libro. Lo cierto es que Morris no fue la única a la que embaucó el enigmático efecto Trieste, esto es, la sensación proverbial de haber escapado del tiempo a ninguna parte durante un breve instante.
La nómina de escritores que han paseado por esta vieja dama convertida en ciudad y aquejada de sehnsucht – nostalgia del poder que le han robado o que ha perdido- es ingente: desde Claudio Magris y Josep Pla, pasando por Boris Pahor, Rainer Maria Rilke, Italo Svevo, James Joyce o Umberto Saba, entre otros. Pero, ¿dónde reside el misterio de esta ciudad?
Concebida casi como un antojo geográfico, Trieste se ubica entre Eslovenia y Croacia, arrinconada en un lugar de Italia que no parece italiano, con influencias austro-húngaras y hundida en el monte Carso, el mismo que da nombre a uno de los libros que mejor explicaron este lugar: Mi carso, escrito por Scipio Slataper, un veinteañero perteneciente a la Generación de Trieste que fundó la triestinidad, es decir, “la conciencia y el anhelo de una diversidad cierta pero indefinible, auténtica cuando se vive en la púdica interioridad del sentimiento, no cuando se proclama y exhibe”. De él también habla Morris en su libro cuando recuerda el día en el que Slataper imaginó a su ciudad despertando “entre una cesta de limones y un saco de granos de café”. Ese aroma, el del café recién molido listo para ser absorbido en hermosas tazas de loza en algún lugar del muelle Audace, es el que todavía hoy impregna cada rincón de esta ciudad melancólica, hipocondríaca (“Aquí siempre han prevalecido las enfermedades imaginarias, tanto en la literatura como en la vida real”, escribe Morris) y ciertamente proclive al suicidio.

El verano en Trieste

Situada al final del mar Adriático y apresada por tres potentes identidades culturales -la eslava, la germánica y la latina-, Trieste es una ciudad crepuscular que a Morris le parece tintada de un color anaranjado pero que Josep Pla asociaba más al gris del granito: “¡Tristeza de Trieste, poblada de contables neutros, entre casas de granito monumentales y provincianas”, escribía en su libro Cartas de Italia. Lejos de constituirse como un patio trasero de Europa, la fachada principal de Trieste es la Piazza dell' Unità, enmarcada por palacios majestuosos que muestran su pasado imperial. En uno de ellos se encuentra el Café de los Espejos, unos de los históricos del lugar.
Durante el verano, Trieste es menos Trieste. James Joyce, uno de sus ilustres habitantes le llamaba “el maldito monótono verano”. Lo cierto es que la cantidad desmedida de mosquitos, el cielo denso y unas playas con ausencia de arena no prometen, en principio, grandes experiencias. Barcola -una playa de cemento situada cerca del Castillo de Miramare- y La Lanterna -un baño común donde el mar es dividido por un muro: a un lado se bañan las mujeres y los niños, al otro los hombres- son dos lugares en los que conviene refrescarse.
A mediados de agosto se celebra el conocido Ferragosto, una fiesta italiana de carácter laico instaurada por el emperador Augusto. Trieste se llena entonces de conciertos al aire libre, de espectáculos en el Teatro Romano, de tertulias en las plazas de las iglesias... Un aire festivo que contrasta con la melancolía, “principal expresión de Trieste”, en palabras de Morris. Esta amargura es posible que se deba al temido bora, un viento gélido que aparece de pronto en la ciudad y que para Stendhal provocaba “reumatismo en las entrañas”. “Pensad en la acumulación de los sedimentos psicológicos de millones de boras, depositados sobre la ciudad durante milenios e incrementados por diversos desalientos más tangibles”, escribe Morris. No sorprende entonces que el carácter de la ciudad no sea precisamente alegre.
Jan Morris divide su libro en cortos episodios encabezados por frases que parecen versos de un poema improvisado y va contando la historia de Trieste salpicada con sus propios recuerdos: desde su glorioso pasado con el archiduque Maximiliano y el esplendor de la Casa de los Habsburgo hasta la toma de control de los italianos al final de la Primera Guerra Mundial, pasando por la instalación de una comunidad judía que se hizo tan próspera que construyó en 1912 una de las sinagogas más ostentosas de Europa, la Sinagoga di Trieste, ubicada entre la plaza dedicada al poeta triestino Virgilio Giotti y el mítico Antico Caffè San Marco, frecuentado por literatos distinguidos. Un local que necesitó la ayuda del escritor triestino contemporáneo por excelencia, Claudio Magris, para mantenerse en pie tras la amenaza de un inminente cierre. En el periódico Corrierre della Sera Magris escribió: “El Antico Caffè San Marco es el corazón de la ciudad, un corazón fuerte que late con calma”.

Habitantes ilustres

En Trieste no hay extranjeros. Cada uno, vive aquí su propio aislamiento, su particular exilio. “Trieste ha servido de nuevo hogar para numerosos expatriados, de manera voluntaria u obligatoria”, escribe Morris que también se sintió una exiliada de la normalidad durante cierto tiempo. Muchos de esos exiliados fueron miembros de una realeza desmoronada. Otros, sin embargo, son ancianos que pasean todavía hoy, bastón en mano, por los muelles. Algunos de ellos recuerdan al personaje triestino de ficción más emblemático: Zeno Cosini, el protagonista de La conciencia de Zeno de Italo Svevo. En la novela, Zeno pretende averiguar la razón de su adicción al tabaco a través del psicoanálisis. Svevo empezó a interesarse por el psicoanálisis después de las sesiones que su cuñado Bruno Veneziani experimentó en Viena con Sigmund Freud. Éste pasó en Trieste un año cuando apenas era un veinteañero. Freud llegó allí becado por un discípulo de Darwin y su objetivo no era otro que detectar los testículos de las anguilas. El título del artículo que publicó -Observaciones sobre la configuración y estructura fina de los órganos lobulados de anguilas descritos como testículos- dota de mayor seriedad a la experiencia de Freud, pero lo cierto es que el padre del psicoanálisis desmembró a más de cuatrocientas anguilas triestinas buscando unos testículos que jamás encontró, pues tiempo después se descubrió que las anguilas eran hermafroditas.
Muchas de estas historias todavía hoy se recuerdan en esta ciudad “subrepticia y ambigua”, según Morris: la de Rilke, que marchó al Castillo de Duino – a apenas 45 minutos en coche de la ciudad- para escribir sus famosas Elegías de Duino; la del historiador y arqueólogo Johann Winckelmann que solo estuvo ocho días en Trieste, pues fue asesinado por Franceso Arcangeli, un joven que se hospedaba en la habitación contigua a la suya en Locanda Grande, un edificio imperial que ahora ocupa un hotel igualmente lujoso; de la Giacomo Casanova que llegó a Trieste en 1772 y esperó hasta el año 1774 el perdón del Consejo de los Diez de Venecia para volver a su ciudad; de Stendhal que vivió como cónsul de Francia durante tres meses en 1830 y, sobre todo, la de James Joyce, el escritor irlandés que en Trieste concibió su Ulises. El libro Los años de esplendor. James Joyce en Trieste (1904-1912) de John McCourt detalla minuciosamente la vida de Joyce como profesor de inglés, la penuria económica a la que se vio sometido, sus frecuentes visitas a los cafés para beber licores... El Museo Joyce, situado entre las dos construcciones religiosas más importantes de la ciudad -la catedral de San Giusto y la parroquia de Santa María Maggiore-, es uno de los lugares más visitados por los escasos turistas que frecuentan Trieste.

Trieste busca su sitio

En Trieste cualquier cosa es posible, su condición “alucinatoria donde la fantasía deja a un lado la realidad”, en palabras de Morris, empuja a sucesos extraordinarios. Aquí Haydn escribió una sinfonía que llevaba el nombre de la ciudad, aquí Joseph Conrad se inspiró para escribir su pasaje sobre los estibadores. Pero, ¿por qué siempre se habla de Trieste en pasado? Si no es una ciudad turística ni pintoresca ni exquisita, si el clima es desapacible, si apenas cuenta con atracciones que visitar o edificios que admirar, si no hay casi jardines y solo es ya las ruinas de un pasado ilustre, ¿por qué sigue apelando tanto al viajero? Jan Morris cree que Trieste se está reinventando, está buscando su lugar después de perder el propósito para el que nació, es decir, ser el puerto principal de un imperio. “Un gran ciudad que ha perdido su propósito es como un especialista en jubilación”, escribe Morris hacia el final del libro. ¿Y si lo que arrastra a Trieste a contados viajeros solitarios y esquivos no sea precisamente eso, la posibilidad de suspender el tiempo y reinventarse?

TRIESTE, ESCENARIO LITERARIO

Ciudad de perfil, esquinada y de bolsillo, Trieste alberga un clima ilusorio que ha sido propicio para la ficción. Aquí ambientó Julio Verne su novela más extravagante, Matías Sandorf, que apareció por entregas en el diario Le Temps en 1885. Aquí se ha inspirado el escritor alemán de novela negra, Veit Heinichen, para crear al detective Proteo Laurenti, un comisario de policía en Trieste que investiga oscuros crímenes. Aquí también ambientó Giani Estuparich su hermosa novela Un año de escuela en Trieste.
Todos estos libros y algunos otros se pueden encontrar en la constelación de librerías que se forma en el centro histórico de la ciudad. Entre ellas destaca la Librería Dedalus, cuyo título hace referencia al personaje joyceano que fue engendrado aquí y la Librería Antiquaria Umberto Saba, que homenajea a uno de los poetas locales más conocidos: padre del 'hermetismo' poético italiano, misántropo, melancólico y depresivo, que publicó obras cumbre como Casa y Campo y Trieste y unamuje
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Autor: Jan Morris. 
Editorial: Gallo Negro (2017).
Formato: tapa blanda (224 páginas). 

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