domingo, 8 de octubre de 2017

A CADA VANIDAD, SU HOGUERA || La misma hoguera, las mismas vanidades | Cultura | EL PAÍS

La misma hoguera, las mismas vanidades | Cultura | EL PAÍS

La misma hoguera, las mismas vanidades

La gran novela de Nueva York, de Tom Wolfe, cumple 30 años. La ciudad ha cambiado de aspecto, pero los asuntos que trataba permanecen



El estadio de los Yankees de Nueva York, en el Bronx.





El estadio de los Yankees de Nueva York, en el Bronx.  GETTY IMAGES




La cerveza artesanal y los apartamentos de diseño se han colado en el South Bronx, que es esa jungla de Nueva York en la que hace 30 años se adentró Sherman McCoy con un Mercedes deportivo de 48.000 dólares (41.000 euros) como si se llegase a una civilización desconocida. Ahora muchos lo llaman SoBro, o el nuevo Williamsburg, los precios de la vivienda se han disparado y The New York Times lo seleccionó este año como unos de los 52 lugares del mundo que habría que visitar. Los bloques en construcción se multiplican en la avenida 134 y algunos comercios coquetos abren sus puertas, pero conviven con edificios miserables que recuerdan que esa es una zona aún en transición, que sigue siendo de los barrios más peligrosos, que hace unos años, allí, aún ardían las calles.
La hoguera de las vanidades, la que aún se considera la gran novela de Nueva York, salió a la venta en el otoño de 1987, el año del lunes negro de Wall Street, la época en que los homicidios se contaban por miles, la discoteca Studio 54 vivía su declive y Donald Trump, ya dueño de su torre de la Quinta Avenida, estaba construyendo su imperio de casinos en Atlantic City. El debut en la ficción de Tom Wolfe narraba la historia de McCoy, un joven y triunfador vendedor de bonos que una noche se pierde junto a su amante por el South Bronx, atropellan a un negro y huyen. A partir de ahí, empieza su caída libre y, en paralelo a ella, Wolfe retrata todo el submundo de la ciudad.
El libro sentó mal, se regodeaba en los tópicos sobre negros y blancos y se burlaba de todo: la tensión racial, el dinero, las miserias políticas. “Tom Wolfe no deja prisioneros en su comedia”, decía la crítica de The New York Times, escrita por Christopher Lehmann-Haupt. Hoy, este cree que “las cosas se ha vuelto tan polémicas que la gente es muy sensible, y esta obra parecería una trivialización de los problemas”. “Las cosas que se satirizan en la novela están más vivas que nunca, dominan el debate público y han invadido la literatura: la tensión racial, la política identitaria… Trump es una personificación de Sherman McCoy”, añade.
30 años después, un personaje prototípico de La hoguera como Trump, se ha convertido en presidente de Estados Unidos y el Bronx, aquella vieja jungla, sale recomendada en una guía del Times. Pero la esencia de aquella ciudad sigue viva.
Al reverendo Al Sharpton, en quien dicen que se inspiró el escritor para crear al personaje del padre Bacon, aún hoy le huele a cuerno quemado que le pregunten por ello. Sharpton, un viejo y polémico activista por los derechos de los negros, cree que la desigualdad entre razas tiene todavía un largo camino por recorrer. “No es que hayamos progresado mucho, es que ha crecido la sensibilidad”, explica. “La gran diferencia con el 87 es que entonces había un alcalde hostil a los problemas de negros y latinos [Ed Koch], y eso desató un enorme activismo en la calle. El alcalde actual [Bill de Blasio] es un progresista que en el 87 estaba marchando con nosotros por las calles”, continúa, pero “aún sufrimos unas diferencias enormes en educación y oportunidades profesionales”.
Pese las olas de gentrificación, Nueva York sigue siendo la segunda ciudad de Estados Unidos con mayor segregación racial, solo superada por Milwaukee. Y con la Gran Recesión, además, la brecha socioeconómica se ensanchó.
Aun así, los avances experimentados y la guinda de la llegada del primer afroamericano a la presidencia de EE UU, habían creado la ilusión de una América posracial. Los datos económicos y los crímenes racistas muestran, en cambio, que la herida sigue sangrando en la sociedad estadounidense, atónita, además ante una primavera siniestra del supremacismo blanco.
También sobreviven ciertas criaturas de Wall Street. En un artículo de 1996 —La muerte de Sherman McCoy— Michael Lewis explicaba que aquellos superhombres ya no existían. "A finales de los 80 no era infrecuente celebrar la venta de 100 millones de bonos subiéndose a su mesa, golpeándose el pecho y gritando: ¡Soy el amo del universo...!". Y en el 96, los mismos que no concebían una jornada de trabajo sin puros y trajes de miles de dólares se presentaban en la oficina con zapatillas de deporte. Además, aunque el dinero en juego se había multiplicado, las operaciones hostiles y los delitos financieros estaban de capa caída.
El pero de la reflexión es que justo en esa época personajes como Jordan Belfort —más conocido como El lobo de Wall Street— estaban subidos en su espiral de fraude y lavado de dinero. Este se declaró culpable en el 99. Y luego vino el pinchazo de la burbuja puntocom, el escándalo de las hipotecas basura...
Dice Charles Geisst, experto en finanzas y autor de un libro sobre la historia de Wall Street, que si algo se ha mantenido en estos 30 años es precisamente el hombre Sherman. Muchos de ellos han sido sustituidos por ordenadores, pero “su actitud arrogante no ha cambiado”. “Los coches caros, relojes y las drogas tienen mucha demanda”, apunta, “y los entonces Masters del Universo se llaman ahora El Fabuloso Fab, como aquel operador bursátil francés de Goldman de 2008 [Fabrice Tourre]”.
Pese a la actualidad de todo ese universo de La hoguera de las vanidades —la tensión racial, sus bajas pasiones, su punto de esperpento— muchos ven imposible que una novela así se escribiera en 2017. “Hay una especie de fiesta inocente en ese libro, de celebración, que sencillamente no creo que se hubiera escrito igual ahora. Hoy la corrección política es mucho más fuerte”, explica el novelista neoyorquino Joseph Olshan, en 1987 un veinteañero que acababa de publicar su primer libro. “No ha habido desde entonces una gran novela de Nueva York, puede que haya habido algunas, pero no así”, dice el autor de Vanitas, editada también en España. La literatura acerca de esta gran metrópolis, un género en sí mismo, cambió, a su juicio, después de los atentados del 11-S, un acontecimiento que un autor ya no puede obviar y del que, en su opinión, todavía nadie ha sabido escribir bien. “Los atentados son una sombra enorme para nuestra literatura”.

UNA URBE MENOS EXCÉNTRICA

Para el novelista neoyorquino Joseph Olshan, su ciudad conserva la excentricidad de aquellas páginas, de aquellos años que relató Wolfe. La mano dura contra el crimen que se le atribuye a los alcaldes Rudy Giuliani y Michael Bloomberg, junto con el impulso económico y turístico que este último le dio a la ciudad tras el 11-S, han transformado Nueva York. “Es más segura, pero también más comercial, se ha vuelto carísima y ya no atrae a gente tan diversa”, dice. En realidad, se corrige enseguida, sí sigue atrayendo a todo el mundo. “Muchos artistas, mucha gente muy interesante quiere estar aquí, pero ahora los que lo logran son solo los que se pueden permitir económicamente estar, y eso te está dejando fuera a muchos”.

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