Sin futuro, pero con todas las palabras
Los jóvenes poetas apuestan por una rehumanización lírica que se concreta en la instantánea familiar, la contemplación cotidiana o la conciencia del cuerpo
Concentración de estudiantes el pasado 8-M en la Puerta del Sol. ÁLVARO GARCÍA
Aunque la juventud se concibe como un valor al alza desde el viejuno siglo XX, hoy es un buen día para ser un joven poeta. Por un lado, los premios siguen desempeñando una labor de selección natural: al decano Adonáis y a los veteranos Hiperión, Emilio Prados o Loewe a la Creación Joven hay que añadir otros galardones que aún no han cumplido su primer lustro de vida, como el Antonio Colinas (La Isla de Siltolá), el Javier Lostalé (Polibea) o el Valparaíso (Valparaíso). Para un versificador de no más de 30 o 35 años —la zona de fechas en la que se enmarca la juventud literaria—, presentarse en sociedad con un premio bajo las solapas supone el pasaporte para abandonar la ingrata condición de poeta inédito y abrazar la incierta categoría de poetaédito. Por otro lado, el éxito de ventas de algunos “nuevos” bardos ha provocado que incluso en los grupos editoriales alérgicos al verso y reacios al versículo florezcan repentinos enamorados de la moda juvenil. De hecho, buena parte del fenómeno de la escritura influencer, juglaresca y carpetera se explica por el culto a esa edad dorada en la que se sitúan los emisores, los destinatarios o ambas siluetas comunicativas. Frente a quienes cultivan un sociolecto que enciende una vela a san Bécquer y otra al rapero de guardia, no faltan voces originales que se resisten a dejarse apedrear por las tendencias novedosas. Basta con descender de las alturas del Parnaso a los nombres particulares para apreciar una efervescencia creativa que se caracteriza por la vuelta al lirismo lírico y a los temas fieramente humanos.
Libérame Domine es el debut en formato largo de Gracia Aguilar Almendros (Albacete, 1982), con el que ha obtenido el Emilio Prados. Con un estilo personalísimo, la autora desgrana la falta de expectativas vitales y profesionales, las contradicciones de una identidad mamífera y la búsqueda de una reserva protegida y habitable. En estas páginas se defiende que la naturaleza es más que el decorado de un publirreportaje, que el cuerpo también constituye un organismo político y que la alteridad forma parte de nuestro ADN: “En las afueras miras / los barrios despoblados / y al fin comprendes / que el extranjero también era esto”.
A una genealogía femenina remite igualmente Nieve antigua, de María Sotomayor (Madrid, 1982), ganadora del Pablo García Baena: “De las mujeres de mi familia heredé la sangre / y la difícil carga de quererme distinta a ellas”. Sotomayor avanza a través de resonancias proféticas y deslumbramientos epifánicos (la nieve como metáfora de la intemperie afectiva o emblema de la página en blanco) hasta confeccionar un universo alegórico de difícil acotación, en el que se advierte la fragilidad de un yo que se rebela contra los ritos ancestrales y las (ad)herencias patriarcales.
Con Mi tiempo perdido, Juan Bello Sánchez (Santiago de Compostela, 1986) suma el Nicanor Parra a un amplio repertorio de reconocimientos. Los textos de Bello están llenos de signos de interrogación y preguntas que nos asaltan al doblar la estrofa. Las viñetas minimalistas de Mi tiempo perdido mezclan la contemplación con la reflexión para sembrar la desazón existencial e inocularnos el virus de la duda: “¿Y dónde está el sol / a estas alturas del día?”. Asomado a la ventana indiscreta de la realidad, el flâneururbano de estos versos registra una sucesión de estampas prosaicas en las que palpita una belleza desatendida. He aquí un libro importante de un poeta al que le viene pequeña la talla joven.
Luciana Reif (Lanús, Buenos Aires, 1990) se hizo acreedora del Loewe a la Creación Joven con Un hogar fuera de mí, que reivindica una perspectiva femenina y feminista. Así, la imagen de una “Juana de Arco, / bella y majestuosa” se abre al horizonte colectivo cuando la autora aborda las relaciones paternofiliales, los pasadizos de la maternidad o las desigualdades sociales. La desinhibición sexual y la desenvoltura verbal cristalizan en un poemario desigual, pero capaz de ofrecernos el autorretrato en marcha de una ciudadana del siglo XXI.
Tras obtener el Adonáis con La lucha por el vuelo, el Premio de Poesía Joven RNE ha ido a parar a Sergio Navarro (Marbella, 1992) por Una imagen imposible, un libro de tonalidad serena e introspectiva que renueva el discurso elegiaco al proyectarlo sobre una constelación de mitos infantiles (‘La inmortalidad de los Playmobil’), cartografías domésticas (‘Las mesas vacías de los chiringuitos’) o vestigios analógicos (las antenas televisivas en ‘Una imagen posible’). A pesar de su voluntad de sonar como un réquiem, la mirada limpia de Navarro nos habla de un mundo a punto de inaugurarse en cada verso.
Jorge Villalobos (Málaga, 1995) se ha llevado al agua el Hiperión con su segundo libro: el conturbador friso familiar titulado El desgarro. Siguiendo un modelo expresivo cercano al de Canal, de Javier Fernández (al que alude la cita inicial del volumen), las composiciones funcionan como fotogramas en super-8 o polaroids de un álbum inconcluso. Más allá del recuento de una biografía marcada por la cicatriz de la enfermedad, la conquista de Villalobos reside en una indagación metaliteraria que se aproxima al territorio limítrofe de la autoficción: “Debe de ser duro / escribir un libro así. Pero, si se publica / alguna vez, ¿estás preparado para / que los demás lo lean?”. Valga la pregunta para todo aquel poeta (joven o no) que se arriesgue a afrontar el implacable veredicto de los lectores.
Libérame Dómine. Gracia Aguilar Almendros. Pre-Textos, 2018. 60 páginas. 15 euros
Nieve antigua. María Sotomayor. La Bella Varsovia, 2018. 96 páginas. 12 euros
Mi tiempo perdido. Juan Bello Sánchez. La Isla de Siltolá, 2018. 74 páginas. 12 euros
Un hogar fuera de mí. Luciana Reif Visor, 2018. 51 páginas. 12 euros
Una imagen imposible. Sergio Navarro. Pre-Textos, 2018. 80 páginas. 12 euros
El desgarro. Jorge Villalobos. Hiperión, 2018. 70 páginas. 10 euros
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