El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac (Impedimenta)
“«Solo piensas en la muerte cuando te mueres, Aleksy, solo cuando te mueres, y eso es una tontería, una inmensa tontería. Porque, en lugar de todos sus sueños, la muerte es lo más probable que va a sucederle a un individuo. De hecho, lo único que le va a suceder con toda certeza. Por eso, Aleksy, no hagas nunca las cosas a lo tonto pensando que tendrás tiempo de enderezarlas, porque no lo tendrás. El tiempo de después lo utilizarás para hacer más tonterías y para morir más deprisa.» (…) Mi madre tuvo razón esa tarde y otras tardes que siguieron. Pero el papel de filósofo no le pegaba en absoluto, ni siquiera a punto de morir (…) Me gustaría ver al menos a un joven que dejara de hacer el tonto solo porque se lo ha dicho su madre. Que dijera «sí, por qué no voy a cambiar y hacer caso a mi madre, ella se está muriendo y sabe lo que dice». Probablemente existan, pero seguro que son unos jóvenes viejos y muy muy infelices”.
Este fragmento define a la perfección la relación madre-hijo que la autora moldava Tatiana Tibuleac, que ha pasado estos días por la Feria del Libro de Madrid, describe con precisión en El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, publicada por Impedimenta. Una ágil historia de vidas rotas, de una relación madre-hijo tan cruel como conmovedora que se mantiene unida por el frágil hilo de los ojos verdes de una madre ausente cuyo destino, escrito de antemano, marca un verano de reconciliación.
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes deja también un personaje memorable y para el recuerdo, Aleksy. Un hijo adolescente dolido, resentido, lleno de rencor, y dueño de un sentido del humor único. Es él, convertido en un reconocido pintor, el que regresa al pasado para rememorar ese verano en el que se unieron la vida y la muerte y en que brillaron más que nunca los ojos verdes de su madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario