Apoteosis de la perplejidad
En ‘El director’, que pretende denunciar las infecciones y achaques del periodismo, David Jiménez se queda corto en investigación y largo en chismes
El exdirector de 'El Mundo' David Jiménez, en 2015. JUAN CARLOS HIDALGO EFE
Las relaciones de los medios de comunicación con el poder, político o económico, aunque el real es el segundo, merecen sin duda una atención que, por diversas razones, ha brillado por su ausencia. El director, de David Jiménez, un relato conducido en primera persona por el exdirector de El Mundo, tampoco nos concede la merced de esa atención a pesar de las expectativas que suscita en el lector. Los entresijos de la presión de las grandes empresas sobre la independencia de los medios de comunicación, en este caso sobre El Mundo, sólo aparecen en el nivel somero de enunciación o proclamación. España es ese país donde basta con nombrar algo para darlo por explicado o resuelto, como si las palabras tuvieran el poder mágico de disolver la realidad. De la misma forma que no basta con que un cargo público o privado diga “asumo la responsabilidad” por tal o cual desaguisado si permanece en su cargo, tampoco la mención de los acuerdos, especie de arreglo sobreentendido para intercambiar favores y dinero entre ambos lados de la mesa, demuestra su existencia ni, por supuesto, explica su naturaleza.
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