SILLÓN DE OREJAS TRIBUNA
En un mercado persa
Mi mayor sorpresa durante la larga tarde y noche del recuento fue la pertinaz incomparecencia del líder de Podemos
'Napoleón en traje de consagración' (1805), de Jacques-Louis David.
1. Bonaparte
Si alguien alguna vez me hubiera pronosticado que un día usaría una expresión de Adriana Lastra, portavoz del grupo parlamentario del PSOE, para titular mi Sillón de Orejas, habría pensado que iba pasado de porros. Pero la vida es imprevisible. Y, además, vaya en mi descarga que la aguerrida portavoz utilizó a su vez el título de la célebre composición de Albert William Ketèlbey —que todos hemos escuchado, al menos como “exótica” música de fondo— para ponerle nombre a los inevitables chalaneos entre partidos para hacerse con los gobiernos de Ayuntamientos y comunidades.
Mi mayor sorpresa durante la larga tarde y noche del recuento estuvo motivada no por cómo se iban desvaneciendo paulatinamente las esperanzas de que en la capital del Estado (por ahora) gobernaran las izquierdas —aunque, al parecer, y gracias al mercadeo persa, puede que aún no esté todo contado, pesado y dividido, según el célebre Mane Tekel Fares inscrito a fuego en el muro durante el festín de Baltasar—, sino por la pertinaz incomparecencia del líder de Podemos, a quien llegué a imaginarme con su poblada cabeza introducida en un inodoro de su sede mientras en su tele abducida silenciaban durante bastante tiempo su (nuevo) fracaso. Y es que, como le dijo el mismísimo demonio al narrador de ‘El jugador generoso’, uno de los Petits poèmes en prose de Baudelaire, “la más bella astucia del diablo es la de persuadiros de que no existe”.
El pequeño Bonaparte de la llamada “formación morada” (no se pierdan, para comparar original y copia, la biografía Bonaparte, de Patrice Gueniffey, cuyo primer volumen ha publicado el FCE), a quien el diablo parece haber engañado de nuevo asegurándole que lo estaba haciendo muy bien, y que ante él se abría un brillante porvenir pisando alfombra ministerial, tardó una eternidad en manifestarse ante el público. Y cuando lo hizo, volvió a producirse como el viejo doctor Diafoirus, aquel inolvidable personaje de El enfermo imaginario, de Molière, que envolvía su ignorancia acerca de las enfermedades en una cháchara imposible. Solo donde Podemos ha gobernado con su antiguo gancho de izquierda consecuente (Cádiz), o donde sus hoy exmilitantes han mostrado vicariamente su inicial transversalidad (Más Madrid), sus resultados fueron satisfactorios, aunque no lo suficiente para sumar con el PSOE. En otro país menos portátil, el señor Iglesias presentaría su dimisión irrevocable y no esperaría a que los “inscritos y las inscritas” se lo pidieran para poder refundar sin lastres un partido que despertó tanta ilusión. Eso sin hablar del impresentable tuit del villano Monedero —un aprendiz de Zhdánov que viene suministrando a sobrevienta teoría y bálsamo al bonapartismo podemita— en el que acusaba a Errejón de contubernio con las cloacas. Y mientras en la izquierda casi todo el espacio constitucionalista se lo lleva la socialdemocracia, en la derecha ya “han pasao”, como cantaba Celia Gámez y ahora quizá también Hermann Tertsch, su colega Nigel Farage (cada vez más idéntico al muñeco Fats de Magia, la película de Richard Attenborough) y el resto de sus compañeros de la extrema derecha europea.
2. Musical
Tuve un sueño. La LXXVIII Feria del Libro de Madrid era el monumental escenario de una comedia musical en la que los danzarines eran los equipos salientes y entrantes de comunidad y Ayuntamiento. Ambiente suave y colorido (¡y respetuoso con el medio ambiente!), como si se tratara de una escena de La ciudad de las estrellas (La La Land, de Damien Chazelle), en la que Carmena, Gabilondo y Pepu —vestidos en diferentes tonalidades de rojo—, Villacís y Garrido —ella de naranja, él de azul anaranjado—, Díaz Ayuso y Martínez Almeida —de azulete falange— bailaban rodeados de libreros ataviados con llamativos trajes de todos los colores del arco iris. En medio, rodeando a Manuel Gil, el director de la Feria, ataviado (y agobiado) como Ryan Gosling, y a la reina Letizia (también vestida, como no podía ser de otra manera) en plan Emma Stone, editores, distribuidores, autoeditores, youtubers, autores, influencers, cada colectivo vestido con su color distintivo; y largas colas de visitantes chasqueando los dedos y agitando los pies al son de la música jazzy (la bachata vendrá después) ante resplandecientes casetas de atrezo forradas por los cerca de 80.000 títulos publicados en el último año.
¡Ah!, ¡el libro, el libro, la gloria del libro! Y el mérito de los lectores: con casi 4 horas diarias de media ante la televisión y 61 horas semanales (según la plataforma Certideal) dedicadas a los dispositivos móviles, el verdadero milagro es que aún nos quede tiempo para leer y/o fornicar. Si todavía aman los libros, lean lo que otros amantes menos ocupados por las pantallas dijeron sobre ellos en Del vicio de los libros (Trama), una antología de textos de W. E. Gladstone, Edith Wharton, Theodore Roosevelt, Lewis Carroll, William Roberts y Virginia Woolf seleccionados por Iñigo García Urreta. Y respecto al final de mi sueño, sólo recuerdo haber escuchado repetidas veces al coro de los feriantes repitiendo rítmicamente du-duá, du-duá.
3. Breves
Algunas recomendaciones de buenas ficciones breves. En primer lugar, El oasis (Impedimenta), una novelita satírica en clave —en realidad un cuento filosófico—, de Mary McCarthy, en la que, con fondo de comuna utópica, se examinan los desgarros y discordias ideológicas de la izquierda intelectual norteamericana de posguerra. A completar con Memorias de una joven católica (reeditado en Lumen), también de Mary McCarthy, una de las más sinceras autobiografías de juventud que he leído. Relatos de vida y paisaje (Abada) reúne (editados por Juan Barja y Juan Calatrava) cuentos y otros escritos de Edgar Allan Poe con énfasis en la naturaleza, los jardines y el paisaje. En las cuatro magníficas historias de Gente que conocí en los sueños (Nórdica; ilustraciones de Mo Gutiérrez Serna), Luis Mateo Díez da rienda suelta a su vena más onírica y fantasmagórica.
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