[I/III]
Dinesen, después de África
Una nueva edición de sus cuentos permite redescubrir a una escritora mucho más importante de lo que sugieren sus memorias de Kenia
Viernes 25 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa.
Por Pedro B. Rey
LA NACION
Hechicera en la línea de Scherezade, notable narradora oral, ingenio lego al que se le admite, con condescendencia, un talento a contracorriente de las tendencias dominantes de su época, decadentista decimonónica enquistada por algún misterioso azar en pleno siglo XX... Existe un curioso consenso, un repetitivo lugar común, sobre la figura y la prodigiosa literatura de Isak Dinesen. De acuerdo con esos postulados, su síntesis biográfica podría iniciarse con el "había una vez" de los relatos populares tradicionales.
Había una vez -diría ese relato- una finca, Rungsetlund, al norte de Copenhague.En esa propiedad, perteneciente a una familia acomodada, vino al mundo, un día de abril de 1885, una niña llamada Karen.Era hija de un político y escritor de libros sobre caza, Wilhelm Dinesen, que, cuando supo de su sífilis, no tuvo mejor idea que quitarse la vida. La hija, para entonces, tenía nueve años y en el porvenir daría prueba de una fuerte personalidad. En 1903, contra la oposición familiar, se anotó para estudiar arte en la Academia Real de la capital danesa y se atrevió a publicar un par de cuentos. En 1912, se unió al barón Bror Blixen-Finecke, uno de sus primos suecos (hermano gemelo de aquel del que había estado enamorada en su adolescencia), y con él se trasladó a Keniapara instalar una plantación cafetera. Se casaron en Mombasa, pero poco más tarde el barón, un individuo afable pero empedernido mujeriego, le transmitiría, después de haberla convertido en baronesa, una enfermedad venérea (la misma que tuvo el padre) que terminaría minando su salud. Karen Blixen se separó de su marido en 1921. Por aquel entonces ya había comenzado una relación con el hacendado y cazador inglés Denys Finch-Hatton. La relación acabaría en 1929, cuando él se estrelló con su avioneta. Después de un incendio y una serie de pésimas cosechas, la Leona (como la llamaban los kikuyus que trabajaban en su granja africana) se vio obligada a malvender su finca. A comienzos de los años treinta retornó a Dinamarca. En Rungsetlund, durante dos años, se dedicó a escribir un libro, Siete cuentos góticos , que recibió más de un rechazo editorial. En un gesto muy moderno, muy siglo XIX, como antes habían hecho George Sand o George Eliot, dejó el Blixen de lado, adoptó un seudónimo masculino, Isak Dinesen, y logró que el libro, escrito en inglés, fuera publicado en Estados Unidos. El éxito de la colección, aquel año de 1934, fue tan fulgurante como inesperado. La real identidad del autor no se revelaría hasta tres años después, cuando Blixen-Dinesen publicó Lejos de África , el relato de sus experiencias keniatas. A partir de entonces, fue una leyenda viviente, rodeada de un misterio que ella misma se encargó de cultivar de manera minuciosa. Admirada por autores tan disímiles como Marianne Moore o Truman Capote, la baronesa siguió escribiendo y publicando a cuentagotas hasta 1962, el año de su muerte.
Una vida interesante puede funcionar como el árbol que tapa el bosque de una obra literaria mayúscula. En el caso de Dinesen, muchos de los datos enumerados más arriba se conocieron sólo después de su muerte. La completa biografía que le dedicó Judith Thurman, junto con las propias memorias de la escritora, inspiró África mía , la película de Sidney Pollack,estrenada a mediados de los años ochenta. El film ayudó a recuperar la figura de Dinesen, pero lo que era la nota de color de una vida artística terminó por relegar el resto de su obra. De allí a que Lejos de África , una crónica atractiva, aunque no necesariamente original sobre sus días como colona, fuera sindicado como "el mejor de sus libros", tal cual ocurre en la solapa de la edición en español, no había más que un paso.
La reciente edición de Cuentos reunidos publicada por Alfaguara devuelve las cosas a su justo sitio: permite recuperar la parte más importante de su literatura y al mismo tiempo desbaratar el anquilosado leitmotiv -no errado, pero sí incompleto- que reduce a Dinesen a una anomalía, a una especie de parca que va tejiendo y cortando los hilos de sus ficciones con gesto aristocrático.
Los libros ficcionales de la escritora danesa tienen como horizonte las coordenadas establecidas por el romanticismo. Más allá de los escenarios elegidos (casi la totalidad de los relatos transcurren en el pasado, en algún rincón europeo), esto queda en evidencia en las máscaras, entrecruzamientos inesperados, ecos temáticos, finales sorprendentes, muchas veces violentos, detrás de los que acecha una vida vasta y, en el fondo, inaccesible. "En una época en que los practicantes de la literatura parecían mirar hacia cualquier lugar menos al siglo XIX para hacer ´cosas nuevas´ -escribió el ubicuo John Updike-, ella rescató los jirones del gótico, las convenciones románticas para mostrar que todavía se ajustaban a nuestras dificultades humanas." Updike fue uno de los pocos que pusieron el acento en el poder intelectual necesario para que esa recuperación no se diluyera en la más estricta banalidad, como hubiera sido el caso de haberse tratado de un mero ejercicio nostálgico.
Más allá del filo irónico de tantos de sus textos (la ironía fue una forma de desapego que los propios románticos supieron cultivar), las ficciones de la baronesa prescinden de la impronta romántica en un punto clave: no hay en ellos rastros del yo íntimo. Las experiencias africanas quedan relegadas a los libros de memorias (además de Lejos de África , el tardío Sombras en la hierba ) y no figuran en ninguno de los cuentos de manera declarada. Y la primera persona, cuando aparece, está más cerca de la impersonalidad que de la propia voz o está adjudicada, como a veces ocurre, a otro narrador.
Los treinta y cinco relatos de Cuentos reunidos pertenecen a los cuatro libros de relatos que Dinesen publicó en vida: Siete cuentos góticos (1934); Cuentos de invierno (1942); Anécdotas del destino (1960) y Últimos cuentos (1957). No aparecen en la colección los póstumos Ehrengard (una nouvelle en la que, entre otras cosas, describe el efecto de luz alpen-glühen , que tan bien se adecua a su obra) y Carnaval (que compila cuentos de ocasión).
Últimos cuentos muestra que la propia escritora veía su obra de manera menos monolítica que algunos de sus críticos. El volumen está dividido en tres apartados, que son también tres formas de abordar la narración. El primero, los "Cuentos de Albondocani", forma parte de un proyecto inconcluso en el que trabajó durante años y que pretendía estructurar a imagen y semejanza de Las mil y una noches . Los otros dos reúnen "Nuevos cuentos góticos" y "Nuevos cuentos de invierno". La distinción, que alude a sus dos primeros libros, subraya que se trata de modelos distintos. Los cuentos "góticos" son textos saturados, repletos de meandros, de historias intercaladas y callejones sin salida. Los "cuentos de invierno", en cambio, entienden el relato como un cristalino mecanismo de relojería.
"Los caminos de los alrededores de Pisa", por ejemplo, uno de los relatos "góticos" de Siete cuentos... , articula la narración como un juego de invisibles cajas chinas y pone en escena uno de esos "hechos de destino" que tanto le gustaban a Dinesen. El joven conde Augustus von Schimmelmann viaja a Italia con un frasquito de perfume de su familia sobre el que figura el dibujo de un castillo italiano. En algún momento, fantasea sobre la posibilidad de encontrarse con el edificio. El destino le sale al encuentro en la figura de una anciana señora. La mujer le encarga la misión de encontrar a su nieta, que, tras abandonar a su esposo, acaba de tener un hijo con su amante. La siguiente posta le ofrecerá al conde la posibilidad de toparse con el marido abandonado y, al mismo tiempo, descubrir en parte la serie de equívocos que puso en marcha la trama. Sólo un detalle (otro frasquito que tiene dibujada su propia casa en Dinamarca) le permitirá descubrir que, al final, se encuentra en el interior del castillo con el que había fantaseado en un comienzo.
En "El poeta", en cambio, un hombre importante de pueblo, el consejero Mathiesen,que en su juventud aspiraba a ser poeta y alguna vez llegó a cruzarse con Goethe en Weimar, descubre a un oficinista con real talento para los versos. Decide tomarlo como protegido y cuando ve a la mujer de la que el muchacho se enamoró considera una excelente idea casarse con ella: "Una pasión desesperada por la esposa de su benefactor -se le ocurre- podría hacer del joven un poeta inmortal; sería algo dramático tenerlo en casa. Los dos jóvenes seguirían siéndole fieles, por mucho que sufriesen, y pese a que el amor y la juventud son fuerzas sumamente poderosas". La tragedia inevitable es de un extremo sarcasmo: en el momento final, al consejero sólo le brotan inconexas palabras poéticas.
Más allá del diluvio casi bíblico de "La inundación de Norderney", con su clima de pesadilla; de "La cena de Elsinore", con su memorable historia de fantasmas, o la fantasía macabra de "El mono", lo "gótico" en Dinesen parece aludir menos al misterio y terror de sus temas que a un principio de construcción, a la exuberancia y la asimetría de lo que se cuenta. El inconcluso "Las cariátides", uno de los dos relatos "góticos" incluidos en Últimos cuentos , revela hasta qué punto lo que guía esa serie de relatos es un omnívoro principio de acumulación. Poco importa si el cuento alcanza o no a resolverse: su forma, su modo de ir incluyendo un relato dentro del otro, es la condición necesaria que lo justifica. "Como el artista que tiene la estatua en la fundición y descubre que le falta metal -se lee en cierta página-, y echa mano del oro y de la plata de su tesoro, de su mesa y de los joyeros de las mujeres, así arrojó su ser, cuerpo y alma a los sondeos de la naturaleza de ella." La definición funciona como clave de bóveda de los Siete cuentos góticos .
Como género, los winter tales son aquellos relatos que se narran una fría noche de invierno alrededor de un viejo hogar desbordante de fuego (el término puede remontarse a la era isabelina, como demuestra una obra de Shakespeare). Los cuentos de invierno de Dinesen pueden contemplar alguna historia incluida, pero por lo general se resuelven en las últimas páginas, con un final perfecto e inesperado.
Nada recargados en comparación con el barroquismo de sus pares góticos, en Cuentos de invierno se incluye un relato de corte realista, como "El acre del dolor", en que una madre se muestra dispuesta a expiar hasta el final el error de uno de sus hijos, o la formidable anécdota de "El joven del clavel", en que el protagonista, un escritor exitoso, se apresta a tomar la decisión más importante de su vida en el momento y lugar equivocados: no se encuentra en el cuarto de hotel donde cree estar y la persona que duerme a su lado no es, como piensa, su mujer. "Las perlas", por su parte, es uno de esos relatos que cifran de manera ambigua una aparente alegoría: qué significa esa perla que aparece de más en el collar, y que vale lo mismo que todas las demás juntas, es un enigma que deberá completar el lector.
La fórmula del relato oral es en realidad, en Dinesen, un ejercicio estilístico que busca disimular la complejidad de cada uno de sus artefactos. Es curioso que Dinesen no utilice (la única vez que sucede en estos treinta y cinco cuentos debe atribuirse a la traducción) la fórmula "había una vez" que aparece en las fábulas. El pasado, en su caso, tiende a la precisión. " Ce pauvre Jean , dijo un viejo general ruso de barba teñida una tarde del verano de 1875, en el salón de un hotel en Baden-Baden", así comienza "Los invencibles dueños de esclavos". "Hace tres cuartos de siglo había en Amberes, cerca del puerto, un pequeño hotel llamado Queen's Hotel", dice "El joven del clavel". "Una noche de luna llena de 1863 navegaba un dhow de Lamu a Zanzíbar", empieza "Los soñadores", que, al mejor estilo Conrad, está narrado en la borda de un barco frente a costas africanas.
No se suele destacar la capacidad de la escritora danesa para retomar textos ajenos para narrarlos a su modo o pervertirlos. Muchos de sus argumentos están tomados de Kierkegaard (uno de sus escritores de cabecera), pero quizá la muestra más lograda de esa práctica sea "La heroína". En ese relato, Dinesen recurre a "Bola de sebo", uno de los relatos más conocidos de Guy de Maupassant, aunque el desarrollo es singularmente distinto. En la nouvelle del naturalista francés, la prostituta Elisabeth Rousset, que forma parte de un grupo que huye de Ruán durante la guerra franco-alemana, es inducida a entregarse a un oficial prusiano para salvar al resto de la comitiva; cumplida su misión, al retomar el viaje, sus acompañantes vuelven a mostrarse despectivos con ella. Por el contrario, Heloise, el personaje de Dinesen, una bailarina de variedades, logra sortear la misma instancia con una táctica astuta: ella aceptaría, dice, siempre y cuando los demás estén de acuerdo. Puestos frente a la disyuntiva, sus circunstanciales compañeros la defienden. El cuento continúa después por otros caminos, cuando Frederick Lamond, el joven inglés protagonista, reencuentra a Heloise de casualidad en un espectáculo llamado La venganza de Diana .
La reflexión sobre los modos de narrar es una constante en los textos de Dinesen. Pero es en "La página en blanco", uno de los "Cuentos de Albondocani", donde mejor postuló su arte poética mientras le ofrece al lector el ejercicio práctico de realizar él mismo un relato, gracias a esa sábana blanquísima, sin una mancha, expuesta en la pared de un convento portugués: "Cuando el narrador es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia -le dice la abuela a la narradora-, al final es el silencio quien habla. Cuando la historia ha sido traicionada, el silencio no es más que vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra oímos la voz del silencio."
Dinesen sorprendió a sus contemporáneos por el aparente anacronismo de sus temas y de su estilo. Pero hoy, desde el siglo siguiente, resulta más simple verla como una escritora volcada al futuro. De haber escrito y publicado décadas más tarde, sus páginas hubieran sido consideradas originales artificios posmodernos. Los beneficios de la cronología le permitieron la autenticidad que, en autores posteriores, también adictos a Las mil y una noches , se volvió simple mecánica pirotécnica.
Como Vladimir Nabokov (al igual que el ruso, escribió en inglés) o como Borges, Dinesen abrevó en la literatura del siglo anterior al suyo para, distraídamente, sin prestar mayor atención a las exigencias de su época, hacer una obra novedosa. Los tres comparten, a pesar de las diferencias, el rigor de su imaginación. Con Nabokov, trabajan similares riquezas calidoscópicas. Y es notable encontrar en Borges -en "La forma de la espada", en muchos de sus últimos cuentos- la misma aparente fluidez de relato oral que caracteriza a la escritora danesa.
adn Dinesen
Aunque comenzó a publicar libros tardíamente, la vocación literaria de Karen Blixen (1885-1962), alias Isak Dinesen, ya había despuntado en su juventud. Cuando tenía 22 años, dio a conocer en revistas danesas "Los eremitas" y "El labrador". Otro cuento, "La familia De Cats", de 1909, fue recopilado, a diferencia de los anteriores, en Carnaval. Después de los Siete cuentos góticos, a mediados de los años treinta, publicó otros tres libros de relatos (Cuentos de invierno, Últimos cuentos, Anécdotas del destino), dos memorias africanas (Lejos de África; Sombras en la hierba), y una novela, Las vengadoras angelicales (1944) firmada con otro seudónimo: Pierre Andrézel. Además de los póstumos Ehrengard y Carnaval, más tarde pudieron conocerse sus cartas y ensayos dispersos.
Ostras y champagne
La popularidad de Karen Blixen encontró su clímax en 1959, cuando fue invitada a una gira por los Estados Unidos que se extendió durante algunos meses. Había estado dos veces a punto de ganar el Premio Nobel de Literatura (en 1954, cuando se lo dieron a Ernest Hemingway; en 1957, cuando lo obtuvo Albert Camus) y en el país del norte fue agasajada como si lo hubiera ganado, entre otros, por Carson McCullers, la autora de El corazón es un cazador solitario . Cuando le preguntaron a quién quería conocer, la baronesa no dudó en nombrar a Marilyn Monroe. El encuentro se produjo durante un almuerzo en que, según una versión apócrifa, Dinesen y Marilyn habrían terminado bailando sobre una mesa. McCullers propalaría más tarde la información de que la vieja dama danesa se alimentaba sólo a base de ostras y champagne. De Marilyn, Dinesen le escribió a un amigo: "Irradiaba al mismo tiempo una ilimitada vitalidad y una especie de increíble inocencia. Sólo había visto algo parecido en un cachorro de león que me mostraron en África mis sirvientes nativos...".
Dinesen, después de África - lanacion.com
[II/III]
El misterio de la señora Blixen
Por Hugo Caligaris
hcaligaris@lanacion.com.ar
Viernes 25 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa.
."Durante los años que pasé en África, cuando tenía mi granja en las montañas, nunca me imaginé que volvería a vivir en Dinamarca. Cuando supe que iba a perder mi granja, empecé a escribir cuentos: para olvidar lo insoportable", le dijo Isak Dinesen a Truman Capote, según cuenta el escritor estadounidense en Retratos. Dinesen (Karen Christence Blixen-Finecke), célebre por sus memorias africanas, inició una segunda vida literaria casi a los 50 años. Lo que hizo a partir de entonces, alrededor de 1935, no se parece en nada a lo que hacían sus contemporáneos más renovadores (James Joyce, Hermann Broch, Franz Kafka, William Faulkner), pero sus cuentos tampoco son frutos de la espontaneidad. No es la narradora de historias que divertía a los que trabajaban para ella en sus plantaciones africanas, sino una escritora refinada, para nada ingenua, consciente de su arte. Dice Javier Marías que Dinesen escribe como si no hubiera habido evolución en la historia de la literatura, pero que a pesar de ello es terriblemente moderna. Un misterio, en todo el sentido de la palabra.
[III/III]
La página en blanco
Una sábana inmaculada en un viejo convento europeo esconde una historia que sólo el lector podrá escribir
Viernes 25 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa.
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Por Isak Dinesen
Junto a la puerta de entrada a la antigua ciudad solía sentarse una anciana de piel color café, cubierta con un velo negro, que se ganaba el pan contando historias.
Decía la mujer:
-¿Queréis un cuento, señora gentil, caballero? He contado muchas, muchas historias, mil y una más, desde los tiempos en que dejaba que los muchachos me contasen a mí el cuento de la rosa roja, los dos suaves capullos de azucena y las cuatro serpientes sedosas, cimbreantes y mortalmente enlazadas. Fue la madre de mi madre, la bailarina de ojos negros a quien tantos poseyeron, la que hacia el fin de su vida, arrugada como una manzana de invierno y escondida detrás del piadoso velo, me enseñó el arte de relatar historias. La madre de su madre se lo había enseñado a ella, y ambas eran mejores narradoras que yo. Pero esto ahora no tiene importancia, porque, para la gente, ellas y yo somos la misma persona y me tratan con gran respeto, puesto que vengo contando historias desde hace doscientos años.
Después, si se le ha pagado bien y está de buen humor, seguirá diciendo:
-La de mi abuela -decía- fue una escuela bien dura.
»-Sé fiel a la historia -me decía la vieja bruja-. Sé eterna e inquebrantablemente fiel a la historia.
»-¿Por qué, abuela? -preguntaba yo.
»-¿He de darte razones, desvergonzada? -gritaba ella-. ¿Y tú quieres ser cuentista? ¿Tú vas a ser cuentista y yo he de darte razones? Pues bien, escucha: cuando el narrador es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia, al final es el silencio quien habla. Cuando la historia ha sido traicionada, el silencio no es más que vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra oímos la voz del silencio. Lo entienda o no una mocosa impertinente.
»¿Quién es -prosigue la mujer- el que relata un cuento mejor que todas nosotras? El silencio. ¿Y dónde se lee una historia más profunda que en la página mejor impresa del libro más valioso? En la página en blanco. Cuando la pluma más finamente cortada, en su momento de mayor inspiración, ha escrito su cuento con la más preciada tinta, ¿dónde podrá leerse un cuento aún más profundo, dulce, alegre y cruel?: en la página en blanco.
La vieja arpía calla un momento, suelta una risita y mastica algo en su desdentada boca.
-Nosotras -dice finalmente-, las viejas que contamos historias, sabemos la historia de la página en blanco. Pero no nos gusta contarla, porque entre los no iniciados podría mermar algo nuestra fama. Aun así, voy a hacer una excepción con vosotros, dama hermosa y gentil y caballero de generoso corazón. A vosotros os la contaré.
»En las altas y azules montañas de Portugal existe un viejo convento de monjas de la Orden Carmelitana, que es una orden ilustre y austera. En tiempos pasados el convento fue rico, las monjas eran todas nobles señoras, y se producían incluso milagros. Pero con el correr de los siglos las damas de alto linaje fueron perdiendo la afición al ayuno y la plegaria, las ricas dotes dejaron de fluir a las arcas del convento y hoy apenas quedan unas pocas hermanas humildes y pobres que viven en una sola ala del vasto y decaído edificio, que parece querer fundirse con la roca gris que lo rodea. Sin embargo, la comunidad es aún viva y alegre. Sus devociones son fuente de gozo inextinguible, y las hermanitas se dedican alegremente a la tarea que hace muchos, muchos años, deparó al convento un único y singular privilegio: cultivar el mejor lino de Portugal, con el que fabrican la tela más fina del país.
»El vasto campo frente al convento se ara con bueyes blancos como la leche, de manso mirar, y la semilla es sembrada hábilmente por virginales manos endurecidas en la labor, con las uñas llenas de tierra. En la estación en que florece el lino, el valle entero se tiñe de un color azul de aire, el mismo color del delantal que llevaba puesto la Sagrada Virgen para ir a coger huevos al gallinero de Santa Ana cuando el Arcángel San Gabriel, con su aleteo poderoso, descendió hasta el umbral de la casa y en lo alto, muy en lo alto, una paloma, con las plumas del collar enhiestas y las alas vibrando, se recortaba en el cielo como una pequeña estrella plateada. Durante ese mes los aldeanos de muchas millas a la redonda alzan los ojos hacia el campo de lino y se preguntan: "¿Ha subido el convento al cielo? ¿O han logrado las hermanitas que el cielo baje hasta ellas?".
»Cuando llega la estación, el lino se recolecta, se agrama y se rastrilla; después la fibra delicada se hila, el hilo se teje y, por último, la tela se extiende sobre la hierba para que se blanquee, y se lava una y otra vez hasta que parece que haya nevado en torno a los muros del convento. Toda esta labor se lleva a cabo piadosamente y con precisión, y con ciertas aspersiones y letanías que son un secreto del convento. A ello se debe que el lino, que se carga a lomos de pequeños asnos grises y, pasada la puerta de las monjas, desciende y desciende hasta llegar a la ciudad, sea blanco como una flor, liso y suave como era mi pie cuando, a los catorce años, lo lavaba en el arroyo para ir al baile de la aldea.
La diligencia, queridos señores, es buena cosa, y la religión también, pero el germen último de la historia procede de algún lugar místico ajeno a la historia misma. Así, la virtud del lino del Convento Velho le viene del hecho de que la primera semilla fue traída por un cruzado de la propia Tierra Santa.
»En la Biblia, las gentes que saben leer pueden aprender cosas sobre las tierras de Lachis y Maresa, donde crece el lino. Yo no sé leer, y nunca he visto este libro del que tanto se habla. Pero la abuela de mi abuela, cuando era niña, fue la favorita de un viejo rabino, y sus enseñanzas se han guardado en la familia y se han transmitido de generación en generación. Así, en el libro de Josué podéis leer que Axa, hija de Caleb, se apeó del asno y gritó a su padre: "¡Dame bendición! ¡Pues que me has dado tierra de secadal, dame también fuentes de agua!". Y él le dio entonces las fuentes de arriba y las de abajo. Y en los campos de Lachis y Maresa vivieron, más tarde, las familias que tejían el lino más fino de todos. Nuestro cruzado portugués, que descendía de una familia de grandes tejedores de lino de Tomar, cabalgando por esos mismos campos quedó impresionado por la finura de las plantas de lino, y se ató un saco de semillas al pomo de su silla de montar.
»Así se originó el primer privilegio del convento, que era el de suministrar las sábanas de matrimonio para las jóvenes princesas de la Casa Real.
»He de deciros, queridos señores, que en el país de Portugal las viejas y nobles familias observan una costumbre venerable. A la mañana siguiente a los esponsales de una hija de la casa, y antes de que se entreguen los regalos de boda, el chambelán o el gran senescal cuelgan de un balcón del palacio la sábana de la noche de bodas y proclaman solemnemente: "Virginem eam tenemus" . "Declaro que era virgen." Esta sábana no se lava ni se utiliza nunca más.
»Nadie observaba esta costumbre venerable más estrictamente que la Casa Real, en la que ha persistido casi hasta nuestros días.
»Desde hace muchos siglos también, y como señal de gratitud por la excelente calidad de su lino, el convento de los montes ha gozado de un segundo privilegio: el de recibir de vuelta el fragmento central de la sábana blanca como la nieve, que lleva el testimonio del honor de la desposada real.
»En el ala principal del convento, desde la que se divisa un inmenso panorama de colinas y valles, hay una extensa galería de suelo de mármol blanco y negro. De los muros de la galería cuelga una larga hilera de pesados marcos dorados, rematados cada uno de ellos por una cartela de oro puro en la que figura inscrito el nombre de una princesa: Donna Christina, Donna Ines, Donna Jacintha Leonora, Donna Maria. Cada uno de estos marcos encierra un retal cuadrado de una sábana real de boda.
»En las manchas borrosas de las telas una persona de cierta imaginación y sensibilidad podría reconocer todos los signos del Zodíaco: la Balanza, el Escorpión, el León, los Gemelos. O discernir imágenes de su propio mundo de ideas: una rosa, un corazón, una espada, o acaso un corazón atravesado por una espada.
»En los viejos tiempos podía verse en ocasiones una larga, majestuosa y colorida procesión que avanzaba por el paisaje de rocas grises en dirección al convento. Princesas de Portugal, que ahora eran reinas o reinas-madres de otros países, archiduquesas o grandes electoras con sus espléndidos séquitos llevaban a cabo un peregrinaje de naturaleza a la vez sagrada y secretamente jubilosa. Pasado el campo de lino la ruta se hace empinada; la dama real tenía que bajar de su carroza para recorrer la última parte del camino en un palanquín regalado al convento precisamente con esta finalidad.
»Después, y aún en nuestros días, ocurre a veces, como puede ocurrir cuando se quema una hoja de papel, que después de que todas las chispas han corrido por el borde del papel para ir a morir a un extremo surge una última chispa, pequeña y reluciente, que va corriendo detrás de las otras, que una solterona muy anciana, de alto linaje, emprenda la ruta hacia el Convento Velho. Hace muchos años fue la compañera de juegos, amiga y doncella de honor de una joven princesa de Portugal. En el camino al convento, va contemplando el panorama que se extiende a sus pies. Llegada al edificio, una monja la conduce hasta la galería, frente al marco que lleva el nombre de la princesa a la que sirvió un día, y se despide de ella, comprendiendo que quiere quedarse sola.
»Lenta, muy lentamente, una procesión de recuerdos desfila por la pequeña, venerable y cadavérica cabeza bajo la mantilla de negro encaje, que se inclina en señal de reconocimiento. La leal amiga y confidente recuerda la vida de casada de la joven princesa con el consorte real elegido. Revive los momentos alegres y los tristes, coronaciones y jubileos, intrigas cortesanas y guerras, el nacimiento del heredero del trono, los matrimonios de los príncipes y princesas de las nuevas generaciones, el orto y el ocaso de las dinastías. La vieja dama recuerda las profecías a que dieron lugar las manchas de la sábana: ahora puede comparar la realidad con la profecía, con una leve sonrisa y un ligero suspiro. Cada pedazo de tela con el nombre inscrito en el marco que lo encierra tiene una historia que contar, y todos han sido puestos allí por fidelidad a la historia.
»Pero en medio de la larga hilera hay una tela que no es igual que las otras. Su marco es tan hermoso y pesado como los demás, y ostenta con el mismo orgullo la placa dorada con la corona real. Pero en la cartela no hay ningún nombre inscrito, y la sábana enmarcada es de lino blanco como la nieve de una esquina a la otra: una página en blanco.
»¡Os ruego, buenas gentes que venís a escuchar historias! ¡Mirad esta página, y reconoced la sabiduría de mi abuela y de todas las mujeres que narran historias!
»Porque, ¡qué lealtad eterna e inquebrantable ha hecho colgar este pedazo de tela junto a los otros! Ante él, las narradoras de cuentos hemos de cubrirnos con el velo y guardar silencio. Porque si el padre y la madre reales que un día ordenaron que se enmarcase y colgase ese retal no hubieran conservado en su sangre una tradición de lealtad, quizá no habrían dado la orden.
»Es frente a este pedazo de puro lino blanco donde las viejas princesas de Portugal, reinas, viudas y madres con experiencia de la vida, con sentido del deber y con una larga historia de sufrimientos, y sus viejas y nobles compañeras de juegos, doncellas y damas de honor, permanecen de pie más tiempo.
»Y es frente a la página en blanco donde las monjas jóvenes y viejas, y la propia madre abadesa quedan sumidas en la más profunda reflexión.
La página en blanco - lanacion.com
el dispensador dice: en mi amada África he tenido amigos del silencio, amistades cultivadas en el silencio de las distancias, de las planicies, de sentimientos que se pierden entre arenas o entre paisajes impensados donde sólo es escucha el viento y donde no hace falta oir nada más... se dicen las palabras justas, ni una más ni una menos, y donde los idiomas, los dialectos, las lenguas muertas y las otras desconocidas no son barrera para entenderse, ni tampoco para interpretar cabalmente qué se está diciendo... ¿tendrá idea occidente de lo que hizo en África?... lo que hizo con sus gentes, con sus herencias, con sus culturas diversas, diametralmente opuestas. La globalización ha impuesto el turismo como método de acercamiento pero las presencias rápidas no establecen vínculos, no crean puentes y en general dichas visiones terminan tergiversando las realidades, sus focos y sus estamentos. África es rica aún a pesar de haber sido diezmada y de seguir siéndolo en ejercicio de la angurria de los "ricos pobres" de occidente, ricos de billetes, pobres de alma que ejercitan su angurria (mucho más que su avaricia) en explotaciones de diamantes, oros y otras yerbas que alimentan cajas bancarias que no guardan sentimiento alguno hacia nadie, ni siquiera hacia el sí mismo que se sustenta en su sentido íntimo de "dueño", construyendo pobrezas y depredaciones consecuentes y desprecios reactivos. No hay diferencias entre África ancestral y la América Prehispánica también ancestral, o el Asia antes de haber sido sometida colonias mediante. Pareciera que el hombre sólo se nutre comiéndose al humilde, al inocente, al que tiene valores genuinos, a los que luego le impondrá sus singulares sentidos de la educación, para comer, para vestirse, para resignarse y para definitivamente saberse "menor", despreciado y despreciable. África, por el contrario, enriquece a quién sabe descubrirla en sus detalles... quién está en condiciones para descubrir la importancia de sus vientos y sus calores, sus colores y sus fragancias, extraños perfumes que se mezclan con la sangre derramada por siglos, sangre humana y sangre de animales que luego proporcionan cabezas que son embalsamadas y colgadas en paredes de castillos vacíos. Luego de una vida de caminos largos, uno se pregunta cómo es que el ser humano no aprende de sus errores... uno se pregunta por qué el hombre no acepta que la mujer es su brújula y por qué la mujer pretende igualarse con un varón rebajándose en su condición para parecerse a alguien que aventaja desde y por nacimiento... uno se pregunta para qué amarrocar bienes que luego serán fuente de peleas familiares de herederos que no hicieron nada para merecer su legado... uno se pregunta para qué llenar la mochila con estupideces que nadie atenderá y que encima no pueden ser acarreadas al mundo siguiente... África es parte de la Tierra, pero África no es nada sin su gente, sin sus leones, sin sus jirafas, sin sus elefantes, sin sus oasis, sin sus arenas, sin sus tuaregs no es más que un reflejo de silencios perdidos... Lo mismo sucede con la América en la que me ha tocado nacer esta vez y nada es distinto con el Asia usada y despreciada... a veces me pregunto qué tergiversó los roles y qué hizo que el hombre fuese su propio enemigo, el peor de todos... No sucede algo semejante en el resto del universo donde las sociedades se protegen de los males propios y los potenciales externos... No sucede esto en el resto del universo donde se reconoce que nadie es propietario de nada ni del otro... África, entonces, puede ser un ejemplo de lo que no se debe hacer con el prójimo... África, entonces, puede ser un ejemplo de las carencias y los vacíos de los blancos occidentales que se traducen en soberbias y desprecios hacia negros y amarillos, cualidades que siembran reacciones donde subyacen desprecios y cultivan odios, factores que no conducen a ninguna parte y que no crean nada, no agregar valor a nada... Entiendo a la historia de cada hombre como una página en blanco en la que deben escribirse hechos ciertos, ricos, guardándose expresiones puras de dones únicos y talentos genuinos. Nadie puede manipular la vida del otro como tampoco se hace propiedad de la vida ajena... robar esfuerzos y apropiar voluntades puede durar apenas un instante ya que luego, las evidencias dejan establecido, que nada ni nadie es más que su propio cuerpo, responsable de su propia alma, ni tiene capacidad para poseer nada que sirva para sí mismo en la otra, la verdadera vida... Marzo 26, 2011.-
Kianoosh Sanjari: Iran's prisons 'disturbed my soul' Youhanna Najdi © 2024
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*Kianoosh Sanjari: Iran's prisons 'disturbed my soul'* Youhanna Najdi 23
hours ago23 hours ago Kianoosh Sanjari, an Iranian journalist and activist,
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Hace 20 horas
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