La Úbeda de Muñoz Molina
Mágina es la ciudad imaginada en las novelas del escritor Antonio Muñoz Molina, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, empezando por El jinete polaco. Pero, en realidad, Mágina es Úbeda, la ciudad en la que nació en 1956.
Mágina es para Antonio Muñoz Molina lo que Comala fue para Juan Rulfo o Macondo para García Márquez. Una vez el escritor dijo: «Desde el sur, Úbeda, la ciudad que hay en los mapas, se parece más que desde ninguna otra perspectiva a otra ciudad inventada por mi a la que llamé Mágina». En realidad, de imaginaria aquella ciudad sólo tenía el nombre. En todo Mágina era un trasunto de Úbeda. El autor de El jinete polaco sólo tuvo que mirar hacia el sur y tropezar con las montañas azuladas que se encrespan sobre el Valle del Guadalquivir para poner nombre a los escenarios por los que andan sus sueños, su memoria, su niñez y adolescencia.
Mágina es un lugar presente en buena parte de su obra. Lo es en especial en aquel hermoso libro que ganó el Premio Planeta y que hace unos años reeditó Seix Barral con una versión corregida. En El jinete polaco Muñoz Molina nos invita a pasear por una ciudad que es su propia piel sentimental, un mapa de los recuerdos donde todo encaja y en cuyas esquinas aún se perciben los pasos que dio antes de marcharse primero a Madrid y luego a Granada donde estudió, trabajó como empleado municipal y urdió la trama de sus primeros artículos y sus primeras novelas.
Antonio Muñoz Molina nació en 1956 en el barrio de San Lorenzo. Su madre aún vive y su padre murió hace ya algunos unos años. En sus novelas lo recuerda como un hombre sencillo y honrado que madrugaba para trabajar de hortelano en unas tierras que tenía a los pies de la muralla árabe, allí por donde Úbeda se deja caer en busca de las aguas del río mayor de Andalucía. En aquel barrio de San Lorenzo anida buena parte de la trama de El jinete polaco y, unos años después, de la novela El viento de la luna. Frente a la casa familiar está la Casa de las Torres, el primer gran palacio plateresco que Úbeda construyó como preámbulo a sus años dorados y renacentistas.
La plaza de San Lorenzo dibuja una ele mayúscula y hacia el sur, frente a los miradores que otean la sierra de Mágina está la iglesia en cuya espadaña creció una yedra que un malnacido taló hace unos años. En esta plaza jugó el escritor de niño y en ella se inspiró para muchos de sus párrafos. La ronda que circunvala las murallas ahora lleva el nombre del Premio Príncipe de Asturias de las Letras y hacia el este se llega en un delicioso paseo hasta la Redonda de Miradores, la trasera de la plaza Vázquez de Molina, conocida por los ubetenses como la plaza de Santa María, una de las plazas más bellas de España.
En su trazado asimétrico abre las puertas la capilla de El Salvador, que Francisco de los Cobos, secretario de estado del emperador Carlos V, encargó como mausoleo. Los proyectó Andrés de Vandelvira, el mismo arquitecto que también trazó el palacio del Deán Ortega, hoy parador de turismo, y el palacio de las Cadenas, que acoge el ayuntamiento de la ciudad. Frente a él se halla la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares, abierta hace unos meses tras interminables años de restauración. Santa María es una plaza extraordinaria y al leer El jinete polaco el lector entiende el hechizo que este y otros lugares de su ciudad despertaron en el autor.
La literatura es el resumen de las grandezas y las miserias de los hombres y las mujeres, pero también la urdimbre de las ciudades, las tablas de una representación, el telón abierto de un teatro. Y Úbeda –perdón, quería decir Mágina– lo ha sido para su escritor más conocido. De ser cierta esa vieja frase de que la patria del hombre es su infancia, ya sabemos de qué color es la bandera del escritor Muñoz Molina.
Mágina es un lugar presente en buena parte de su obra. Lo es en especial en aquel hermoso libro que ganó el Premio Planeta y que hace unos años reeditó Seix Barral con una versión corregida. En El jinete polaco Muñoz Molina nos invita a pasear por una ciudad que es su propia piel sentimental, un mapa de los recuerdos donde todo encaja y en cuyas esquinas aún se perciben los pasos que dio antes de marcharse primero a Madrid y luego a Granada donde estudió, trabajó como empleado municipal y urdió la trama de sus primeros artículos y sus primeras novelas.
En San Lorenzo
Antonio Muñoz Molina nació en 1956 en el barrio de San Lorenzo. Su madre aún vive y su padre murió hace ya algunos unos años. En sus novelas lo recuerda como un hombre sencillo y honrado que madrugaba para trabajar de hortelano en unas tierras que tenía a los pies de la muralla árabe, allí por donde Úbeda se deja caer en busca de las aguas del río mayor de Andalucía. En aquel barrio de San Lorenzo anida buena parte de la trama de El jinete polaco y, unos años después, de la novela El viento de la luna. Frente a la casa familiar está la Casa de las Torres, el primer gran palacio plateresco que Úbeda construyó como preámbulo a sus años dorados y renacentistas.
La plaza de San Lorenzo dibuja una ele mayúscula y hacia el sur, frente a los miradores que otean la sierra de Mágina está la iglesia en cuya espadaña creció una yedra que un malnacido taló hace unos años. En esta plaza jugó el escritor de niño y en ella se inspiró para muchos de sus párrafos. La ronda que circunvala las murallas ahora lleva el nombre del Premio Príncipe de Asturias de las Letras y hacia el este se llega en un delicioso paseo hasta la Redonda de Miradores, la trasera de la plaza Vázquez de Molina, conocida por los ubetenses como la plaza de Santa María, una de las plazas más bellas de España.
En Santa María
En su trazado asimétrico abre las puertas la capilla de El Salvador, que Francisco de los Cobos, secretario de estado del emperador Carlos V, encargó como mausoleo. Los proyectó Andrés de Vandelvira, el mismo arquitecto que también trazó el palacio del Deán Ortega, hoy parador de turismo, y el palacio de las Cadenas, que acoge el ayuntamiento de la ciudad. Frente a él se halla la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares, abierta hace unos meses tras interminables años de restauración. Santa María es una plaza extraordinaria y al leer El jinete polaco el lector entiende el hechizo que este y otros lugares de su ciudad despertaron en el autor.
La literatura es el resumen de las grandezas y las miserias de los hombres y las mujeres, pero también la urdimbre de las ciudades, las tablas de una representación, el telón abierto de un teatro. Y Úbeda –perdón, quería decir Mágina– lo ha sido para su escritor más conocido. De ser cierta esa vieja frase de que la patria del hombre es su infancia, ya sabemos de qué color es la bandera del escritor Muñoz Molina.
Jaén limita al norte con las provincias castellano manchegas de Ciudad Real y Albacete. Al sur y al este con Granada y al oeste con Córdoba.
La Loma es una de las comarcas más importantes de Jaén. Sus dos ciudades más importantes son Úbeda y Baeza, situadas en un altozano frente a las azuladas estribaciones montañosas de Sierra Mágina. Una densa red de carreteras y líneas ferroviarias atraviesa la provincia de Jaén. La Autovía de Andalucía, A-4 (E-5), atraviesa la provincia en sentido norte suroeste.
El paso natural de Despeñaperros está a 40 kilómetros de Bailén, nudo de comunicaciones de donde nace la autovía A-44 (E-902), que conduce a Jaén y Granada. La carretera N-322 conduce a las ciudades de Baeza y Úbeda. Desde la capital se accede a las dos ciudades monumentales a través de la A-316.
el dispensador dice: los americanos, sean del norte, sean del sur, sean del medio, están acostumbrados a las distancias largas, interminables planicies con paisajes tan hermosos como monótonos... cordilleras extensas con recovecos que siempre alientan el no pasar de largo, el detenerse y admirar, el descubrir... por su parte, los europeos están acostumbrados a que las distancias sean cortas, y bien comunicados, cuando giras "descubres", te sorprendes, te detienes y no lo puedes creer, necesitar permanecer y observar, llenarte de imágenes que se tornan irrepetibles, y de tanto serlo se impregnan en las memorias, haciéndose letras, haciéndose pinturas, o transformándose en recuerdos que acompañan el "después" de cada quién, allá como acá. Sucede permanentemente... estás ensimismado en tus cosas, y de pronto cae el recuerdo de una imagen de esas bellas comarcas de cualquier lugar de la Europa, España, Portugal, Francia, Alemania, Holanda, Austria... Italia, República Checa... Irlanda, Escocia... y te quedas allí estupefacto, viendo cómo el tiempo se muestra a tus ojos, mezclando historia con actualidad, produciendo una alquimia de la que es imposible abstraerse... que se guarda en la memoria y permanece, repicando literaturas y pinturas... enseñando que la cultura humana se construye bajo un tiempo filosófico, donde cada cual tiene su oportunidad de participar para nutrir la gran huella... algo que permanece a pesar de los hombres y sus pasos. Algo, que muchas veces no convocan la atención de los apurados ni tampoco de los insensibles... porque la cultura, aunque no se crea, tiene vida propia y late para la eternidad. JUNIO 13, 2013.-
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