Sue Grafton: la lucha de la dama
del crimen contra sí misma
Cerca del final de su serie del Alfabeto, la escritora estadounidense
habla de su última novela, 'W de Whisky', de sus demonios interiores
y de su relación con su personaje
JUAN CARLOS GALINDO Barcelona 6 FEB 2015 - 10:49 CET
La vida y el proyecto vital y literario de Sue Grafton (Louisville, 1940) se confunden como se confunde su figura con la de su personaje, la detective Kinsey Millhone. Vital, divertida y aguda y precisa en sus respuestas, la escritora estadounidense, una de las estrellas de BCNegra, presenta en España W de Whisky (Tusquets), el episodio 23 de una serie que se acerca al final, de un periplo literario que terminará en cinco o seis años cuando llegue a la Z.
Los lectores acuden con devoción a cada nueva entrega de la serie de Millhone, una detective californiana aparentemente sencilla e ingenua pero llena de fuerza y carácter. Ellos no se han cansado pero ¿Y su autora? “No me he cansado nunca, pero he vivido siempre con el miedo a que me ocurriera. Es una responsabilidad muy grande porque estoy compitiendo contra mí misma y lucho por no repetirme. Cuando termine la serie estaré muy aliviada de haber sobrevivido. He aprendido muchísimo sobre el ser humano, sobre leyes, crímenes y venganza y todo gracias a mi viaje personal para sobrevivir a mi propia histeria y ansiedad. Ha sido un reto apasionante y una gran lección”.
Los inicios no fueron fáciles y Grafton mira hacia atrás sorprendida y con nostalgia. “Era muy joven y muy optimista cuando empecé con A de Adulterio . Mi intención ya por entonces era hacer la B, la C y seguir hasta Z pero no tenía nada, ni contrato, ni nada. No tenía ni la certeza de que se fuera a vender y de hecho no vendió mucho, así que en muchos aspectos estaba trabajando de buena fe, con la esperanza de que los lectores fueran quienes me ayudaran a llegar hasta aquí" ¿Cómo cambia una autora a través de más de tres décadas con el mismo proyecto? "En cierto sentido, cuando escribí el primero era más libre, no lo había hecho antes, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. He releído después algunos de esos primeros libros y me he preguntado ¿Cómo pude hacer esto? Se me ha olvidado todo el sufrimiento que implicaron. Me intimido a mí misma cuando los leo y me digo: “Mierda, no volveré a ser así de buena”. Ese pequeño exabrupto es el único rastro en el habla de Grafton de los improperios y palabrotas que a veces usa su personaje. “Ella es una proyección de mí, pero no es Sue Grafton. Cuando la creé decidí que fuera una mujer porque así podía hablar con autoridad, no tiene nada que ver con ningún pronunciamiento político. Esas cosas me dan igual”, aclara cuando se le pregunta por Kinsey y yo, el libro mitad autobiográfico mitad ensayo que escribió al margen de las novelas.
Los libros de Kinsey Millhone se sitúan en la década de los ochenta y la protagonista se mantiene en la treintena mientras su creadora y sus lectores avanzan. “Es raro, pero si la hubiera envejecido a razón de un año por libro ahora tendría 65 años y no era lo mejor para la ficción. Tenía que tomar una decisión y lo que hice fue envejecerla un año por cada dos o tres libros. Y claro que me da rabia que ella esté tan bien y nosotros nos hagamos viejos”.
Una infancia dura, mágica
Hija de un padre alcohólico y una madre depresiva, Grafton no cambia su alegre tono de voz cuando se le pregunta por sus peores recuerdos. “Mis padres eran gente inteligente, muy cultos, hijos de misioneros presbiterianos que vivían en China y ellos hablaban y entendían chino y leían mucho. Mi padre era muy trabajador. Mi madre era muy depresiva, bueno, o tenía un problema de ansiedad y se medicaba a sí misma, algo que no fue bueno para ella. Mis padres no vivieron una vida sana, fumaban demasiado, bebían demasiado, no hacían nunca deporte. Yo hago justo lo contrario”. Optimista casi hasta lo patológico, Grafton mira hacia atrás y celebra haber sido una niña desatendida por sus padres: “A través de la novela negra se pueden exorcizar demonios interiores. Mi infancia junto a mis padres me enseñó mucho. Crecí sin mucha supervisión, lo que para un escritor es genial. Y en esos días no teníamos televisión y yo vivía dentro de mi imaginación y jugaba en mi mundo de vaqueros y caballeros y dragones y era muy divertido”, asegura con una eterna sonrisa en sus finos labios.
Mi infancia junto a mis padres me enseñó mucho. Crecí sin mucha supervisión, lo que para un escritor es genial
Si bien esquiva con gracia las preguntas sobre sus influencias literarias y sólo reconoce a los maestros del hard boiled, Grafton entra de lleno en el asunto de las armas y la violencia en EE UU. Poseedora de dos pistolas que están “por algún sitio en casa”, la escritora confiesa que se lo pasa en grande cuando sus amigos de departamento del sheriff del condado de Santa Teresa le dejan disparar en sus campos de entrenamiento, pero no entiende para qué quiere la gente tener rifles de asalto y armas pesadas en casa. “Las masacres que han ocurrido en EE UU son algo estremecedor que me deja sin palabras, pero no sé qué votaría si hubiera un referéndum sobre el derecho a llevar armas”, afirma con cierta duda en sus ojos claros, cercados por el pelo blanco y algo revuelto que cae sobre ellos.
El mal está presente de manera inevitable en las novelas de Grafton pero ella, como Millhone, es una mujer práctica, poco dada a las grandes teorías. “Me gustaría creer que el sistema judicial funciona siempre, pero sé que no es así. Entiendo el sentimiento de muchas víctimas, la necesidad de venganza, de que se reestablezca un equilibrio en el universo, pero los ciudadanos no pueden ir tomándose la justicia por su mano. Para eso, la novela negra es perfecta”, asegura con una sencillez que parece tomada de su personaje.
Inmersa en la elaboración de la siguiente novela, de la que todavía no tiene título aunque avanza que puede ser X de xenofobia, Grafton ha interrumpido sus rutinas, sus 12 kilómetros diarios de caminata y su relación epistolar con los lectores: “Me he escrito con algunos de ellos durante años y sé cuándo nacieron sus hijos, cómo han ido creciendo. Pero ahora estoy absorbida por X. Me quedan unas cien páginas por escribir, con lo que estoy empezando a perfilar el final y, como de costumbre, estoy histérica, sudando, sintiendo la presión, pero creo que sobreviviré”, asegura entre risas y aspavientos.
Entiendo el sentimiento de muchas víctimas, la necesidad de venganza, de que se reestablezca un equilibrio en el universo, pero los ciudadanos no pueden ir tomándose la justicia por su mano
Eso sí, mantiene su costumbre de vivir entre su Kentucky natal y California por el simple gusto de cambiar de casa, de aires, de restaurantes. Es casi el único gesto excesivo de una mujer que ha vendido millones de libros y que viaja siempre con el gato, su cocinera y su marido, el tercero.
Defensora a muerte de su proyecto, Grafton no piensa vender nunca los derechos de Millhone para el cine o la televisión: “Trabajé en Hollywood durante 15 años . Allí no vendes un libro, vendes un personaje y una vez que das el paso pueden hacer con ello lo que quieran. En el momento en el que un dólar cambia de manos ya tienen todo el control. No haré eso nunca. Este es el trabajo de mi vida y no veo por qué voy a dar acceso o a ceder el control de eso a alguien. Y además, mis lectores no se pondrían nunca de acuerdo sobre quién es más idónea para protagonizar la serie. Si llegase a ocurrir, el 50 por ciento se quedarían helados, se enfadarían conmigo”.
¿Cómo se imagina el futuro alguien que lleva más de 30 años escribiendo sobre lo mismo? “No sé lo que voy a hacer, pero no quiero seguir escribiendo libros simplemente porque sí, no es justo para el lector. Si la pasión dura no seguiré, pero ya veremos lo que pasa cuando llegue ahí. Primero tengo que terminar X, luego seguir con Y luego con Z, lo que me llevará cinco o seis años. ¿Podrías decirme qué vas a hacer en los próximos cinco o seis años? No. Yo tampoco, pero llegaré”, contesta sin asomo de dudas, dando por supuesto que vencerá la batalla contra sí misma.
he conocido muchas bodegas,
por todo el mundo,
de todas ellas... me quedo definitivamente con...
"finca las nubes"...
en el divisadero...
un lugar donde los vinos no pertenecen a este mundo...
he conocido destilerías por todo el planeta humano,
y me quedo con Escocia como fuente... de cualquier destilado...
a veces me baño en vino...
tinto o rosado...
preferiblemente tinto,
si es francés mejor rosado...
no me gustan los espumantes,
porque tieden a ebullir los pasados,
y aún cuando no quieras recordarlos,
siempre regresan con algún escándalo...
prefiero el vino tinto... de Cafayate...
porque detrás hay un pensamiento francés,
que me puede y me alcanza,
para seguir entendiendo las cosas y sus hechos,
desde el revés... y sus costados...
si no es tinto y es francés... prefiero el rosado...
porque te deja despierto y soñando,
sin perder sentido de vigilia,
sosteniendo el foco en lo concedido,
eso que te mantiene despierto,
y motivado....
algo he aprendido con los años,
vejez de años que se van yendo,
a los que algunos consideran madurado...
hay genios de botellón,
pero en ningún botellón hay diablos...
hay sabios de botella,
pero en ninguna botella hay diablos...
hay mensajes que cruzan los océanos,
flotando...
pero en ninguna botella que navegue,
hay diablos guardados y esperando...
por eso me doy el gusto,
de saberme ahogado,
por un tinto o un rosado,
sin omitir, de vez en cuando,
un equilibrado destilado.
FEBRERO 06, 2015.-
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