La odisea de un niño de Bandiagara
El director Mario Vega, la actriz Marta Viera y el escritor Antonio Lozano adaptan para el teatro la novela 'Me llamo Suleimán', que narra el viaje de un niño desde Malí a Canarias
ÁNGELES JURADO Las Palmas de Gran Canaria 11 MAR 2015 - 09:59 CET
La luna es apenas un hilito de luz curvándose en el cielo negro, el filo de una sonrisa misteriosa, sobre el Cruce de Arinaga, en el sureste de Gran Canaria. Sopla un viento gélido que sacude las palmeras sin piedad. Los enormes aerogeneradores que se encaran con el mar, hacia la costa, giran sus aspas suavemente. Está oscuro y los bares, chicos y vacíos, se ofrecen como el único refugio en una desangelada noche de viernes de Carnaval.
Estamos en el Teatro Cruce de Culturas, en el municipio de Agüimes. Sobre el escenario, el director Mario Vega (Ingenio, 1976) y la actrizMarta Viera dialogan, armados con sendos bancos de madera en un entorno que es puro minimalismo y negrura. La voz de Salif Keita planea dulcemente sobre la escena, entonando un melancólico Chérie s’en va. Contra un muro de cajas de cartón, único elemento decorativo de la función, se proyectan imágenes en blanco, negro y una escala de grises. Las firma el animador Juan Carlos Cruz y representan el momento en el que un bebé muere a bordo de un cayuco y su madre, destrozada, es forzada a separarse de él para que lo depositen en el océano, donde se hunde. Mario y Marta recorren el escenario cuadrando los movimientos con las luces y las animaciones de fondo, ajenos al drama de la mujer que ha perdido a su hijo.
13 y 14 de marzo de 2015 a las 20.30 horas. Teatro Guiniguada (Las Palmas de Gran Canaria)
Queda apenas una semana para el estreno del montaje Me llamo Suleimán ante un público escolar y menos de un mes para su estreno oficial, el 13 de marzo, en el Teatro Guiniguada de la capital grancanaria. Es la versión teatral que Mario Vega y Antonio Lozano han creado de la novela de éste último, con ese mismo título y publicada por Anaya el año pasado. El texto ha quedado condensado en unos setenta minutos de monólogo, que caen a peso sobre los hombros de una sola actriz, Marta. Narra muchas historias reales unidas en una de ficción, que se inspira en un niño maliense que llegó a Gran Canaria en cayuco, partiendo de la costa de Saint Louis, en Senegal.
La compañía UnaHoraMenos Producciones y Antonio Lozano pulen el texto y ensayan desde principios de enero. Ahora, a principios de marzo, ha llegado el momento de empastar todos los elementos físicos de la obra con la interpretación y trabajar las transiciones y la continuidad para que fluya.
Es un montaje sencillo con una sola actriz y un técnico de luces y sonido, pero lleva detrás un proceso que todavía no ha terminado y en el que están implicados, entre otros, dos diseñadores que se encargan de trabajar personajes, ambientes y materiales, y dos animadores más que llevan tres meses de trabajo intenso. También el músico Carlos Oramas, que adapta las canciones de Salif Keita a la voz y las circunstancias de Marta Viera. Y Souleymane Maggasouba, que revisa la exactitud de los fragmentos de bámbara transcritos fonéticamente que se cantan en la obra. Y Elena Gonca, que se encarga de la dirección artística. Entre otros.
“Es un montaje curioso, porque hablamos en pasado pero se ejecutan las acciones en presente”, reseña Mario Vega. “Un proceso muy bonito de trabajo y con una exigencia emocional y física enorme para Marta. Queríamos mostrar la gran aventura de un niño que busca un futuro para su familia, algo épico. Y también poner nombre a los protagonistas del viaje desde África a Europa. Leemos que han muerto 23 personas en una patera o que han asaltado la valla 100 y se les ha expulsado. Pero no vemos a la gente que está tras esos números, a personas que se enamoran, que sueñan, que tienen proyectos y familias. Queremos dar visibilidad a lo abstracto, a la cifra”.
Denuncia
Antonio Lozano (Tánger, 1956) fue tajante en la presentación de su novela en mayo del año pasado. "Hemos esquilmado las riquezas de África, hemos impedido que sus recursos reviertan en el bienestar de los ciudadanos africanos”, denunció. “Hemos colocado a líderes corruptos en el poder, provocando las condiciones que hacen que los africanos tengan que emigrar. Y después les ponemos una valla y los echamos a tiros y pelotazos de goma. O les ponemos una valla administrativa delante: las embajadas y consulados que no conceden visados, que actúan también como arma de contención. Obviamente, las soluciones a esta situación son muy complejas, pero mientras el sistema internacional descanse en que unos países vivan en la miseria para que otros disfruten del bienestar, esta situación seguirá existiendo. Y no hay auténtico interés en los países ricos en que esto se solucione. Es un ciclo absolutamente perverso, provocado por quienes dicen que quieren impedir esta inmigración. Y tiene que ver con la organización política y económica de nuestro mundo".
Antonio Lozano es licenciado en Traducción e Interpretación y reside en Agüimes, municipio del que fue concejal de Cultura entre 1987 y 2003. Fue director del Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes y del Festival Internacional de Narración Oral Cuenta con Agüimes. Su primera novela, Harraga, recibió elogios de Manuel Vázquez Montalbán, Dulce Chacón y Fernando Marías. Ganadora del I Premio Novelpol a la mejor novela negra publicada en España, obtuvo una mención especial del Jurado del Premio Memorial Silverio Cañada 2003, convocado por la Semana Negra de Gijón. Su novela El caso Sankara obtuvo el I Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona. También ha publicado Preludio para una muerte, Las cenizas de Bagdad y Donde mueren los ríos, que fue finalista del I Premio Brigada 21.
África tiene un papel central en su trabajo literario, como tema y fondo de sus novelas y como territorio para la traducción (tradujo El asesino de Banconi, de Moussa Konaté). También tiene una querencia especial por el continente en su trabajo en el Festival del Sur y otras iniciativas culturales y de cooperación en las que participa.
La novela Me llamo Suleimán recoge la narración en primera persona del viaje de un adolescente maliense desde su tierra hasta Canarias. Su protagonista lleva en sí algo del espíritu de otro Suleimán, un chico maliense que aterrizó un buen día en el instituto de Agüimes en el que da clases Antonio, sin conocer una palabra de español y recién llegado de una travesía en patera. Los conflictos con otros estudiantes, el racismo y la desgarradora soledad de ese Suleimán también están presentes en la novela de Antonio.
Ahora, sobre el escenario, Suleimán se encarna en Marta Viera. Ella se transforma, sin aparente esfuerzo y con honestidad, en un niño de quince años originario de Bandiagara, en el país dogón maliense. Marta se desdobla a ratos en Isabel, la policía nacional que cuenta su historia. En un momento determinado, se mete en la piel casi azul del patrón del cayuco en el que viajan o en la de Musa, el mejor amigo de Suleimán, otro niño que escapa de la fatalidad de la miseria. Marta canta cuando le pueden las emociones, llora al enterrar a su mejor amigo, se parte cuando abandonan a su suerte a dos hombres esposados en el desierto, se maravilla ante la inmensidad del Sáhara y sueña bajo las estrellas que vuelven incandescente el cielo sobre el Atlas. Marta perdona cuando le detienen en un control racista y se enfrenta a la repatriación.
Comienza a contar su historia como Isabel, mientras se despoja de su uniforme de policía nacional, entre sollozos, en su apartamento. Tiene la melena recogida en una cola de caballo que le cae por la espalda, los ojos grandes achicados por la pena. Cuando pone voz a Suleimán, los ojos se le desmesuran, adopta gestos amplios y aniñados, la sonrisa le atraviesa los dolores. Mario la observa desde el patio de butacas, tomando notas en silencio, removiéndose en su sitio cuando algo no cuadra.
Cuando termina la función, la sala se queda a oscuras y se siente sólo un suspiro de Marta que lo llena todo. Las luces vuelven al escenario, donde siguen instaladas la magia y la tristeza. Marta tiene los ojos enrojecidos, el corazón hinchado de pena. Detrás de ella, un muro, el único elemento decorativo de la escena. Al principio de la obra simboliza la división infranqueable entre el sur empobrecido y el norte rico, después se convierte en una valla de Melilla ensangrentada y, al final, son maletas apiladas que representan el retorno forzoso de Suleimán a Malí cuando es devuelto.
Mario se dirige hacia ella suavemente, meditando cambios y sugerencias, con los dos responsables de la producción, Pedro y Raquel, y el técnico de sonido.
Fuera, la noche se ha vuelto todavía más oscura y destemplada y el viento aúlla su desgarro en las esquinas, los plásticos de los invernaderos abandonados, las aspas de los aerogeneradores, el callao de la orilla.
Historia
Suleimán disfruta una infancia pobre y feliz entre pelotas de trapo y gritos hasta que deja de ser niño con apenas diez años. La noche en que se hace adulto, escucha sollozar quedamente a su madre porque no tiene comida para sus hijos. Comienza entonces a trabajar en los campos y a soñar con poder partir. No quiere una vejez de sufrimientos y penurias para su familia ni para sí mismo.
A los quince años, siendo todavía un chiquillo, se decide a partir hacia Europa con su mejor amigo, Musa, y el hermano de Musa, Idrissa. Tras un tiempo en Bamako, trabajando para ahorrar lo suficiente para el viaje, los tres se meten en un camión que cruza el desierto hacia Melilla. Allí, Suleimán aprende que “el miedo tiene olor”.
Superan un viaje extenuante e infernal para llegar a Melilla y ven las luces de un paraíso que parece estar al alcance de la mano, pero que al mismo tiempo está tan lejos como si se encontrara en otro planeta. Intentan el salto a la valla sin éxito y pierden a Idrissa, con la cabeza reventada por un disparo de la policía. Traumatizados y contusionados, acaban en un calabozo marroquí donde pasan la noche y les informan de que van a ser repatriados a sus países. Los gendarmes marroquíes les trasladan en una guagua desvencijada que les abandona en el desierto, con apenas dos latas de sardinas y un poco de agua para cada uno.
Tras llorar a Idrissa, Suleimán, ese niño de ojos grandes que se está haciendo adulto a pasos agigantados, es testigo de cómo deben abandonar a un compañero al que los policías marroquíes no quitaron las esposas y que está amarrado a un cadáver. Al día siguiente, ese mismo niño tiene que enterrar, cavando una fosa en la arena con sus pequeñas manos, a su mejor amigo, Musa.
Perdidos, deshidratados y hambrientos, los viajeros son rescatados por una patrulla del Polisario que les traslada a Tinduf, desde donde Suleimán regresa a Malí. Incapaz de enfrentarse a su familia sin nada en las manos y de afrontar la pérdida de la familia de Moussa e Idrissa, Suleimán se queda en Bamako. Allí conoce a Aminata Traoré, la altermundista maliense, que le acoge en su fundación para chicos repatriados que no saben a dónde ir ni qué hacer con sus sueños rotos.
A pesar de prometerle que va a quedarse en el país, Suleimán no encuentra trabajo ni valor para regresar a Bandiagara y acepta una plaza en un cayuco que sale de Saint Louis, en Senegal, hacia Canarias. Pagará el viaje achicando agua, vómitos y excrementos, repartiendo la comida y haciendo el té.
Al sexto día de ruta, el cayuco se pierde. Pagan al océano el tributo de las vidas de un bebé y dos hombres antes de llegar a una playa del sur de Gran Canaria, donde varan entre bañistas estupefactos. Suleimán es menor, así que se queda en un centro de acogida y va al instituto, donde sufre humillaciones, acoso y racismo. Su viaje, que comenzó siendo un niño y le ha transformado por dentro en anciano, casi acaba de empezar otra vez.
todo viaje,
implica una odisea,
a veces rara,
otras quieta,
algunas alteradas,
otras en reversa...
pero es la vida misma,
que se transforma en una odisea,
donde las sirenas cantan,
donde los laberintos envuelven,
donde el empecinarse desespera,
mientras que la ansiedad mata,
y la esperanza se evapora,
mientras la ilusión se cuelga...
sucede que no hay una sola odisea,
hay tantos como seres humanos existen,
hay tantas como circunstancias existen,
haciendo de la insistencia algo que persiste,
más allá de las alegrías,
más allá de las cosas tristes...
y la odisea comienza cuando naces,
anunciándote...
luz mediante,
baño de madre mediante,
que aquí vienes a atravesar tu propio océano,
navegando los mares por el sólo hecho de respirar...
para luego irte,
con el espíritu lleno,
y con las manos vacías...
o bien,
con el alma vacía,
y con el destino negado...
haciendo de tu viaje,
un hueco que nunca has encontrado.
MARZO 12, 2015.-
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