Ya no se escriben novelas así, lástima
'La posada de Jamaica', de Daphne du Maurier, se aferra a la sabiduría del estilo decimonónico
La escritora Daphne du Maurier. GETTY
Desgraciadamente, ya no se escriben novelas así. Una novela que empieza en la infancia y primera juventud del protagonista en Cornualles; que sigue con una dolorosa separación (Philip es huérfano y su primo Ambrose lo ha criado como un padre); que se continúa en una inquietante carta del tío, casado con una viuda italiana en Florencia, que obliga al sobrino a acudir a averiguar su estado; que descubre que el tío ha muerto, por lo que regresa a Cornualles desolado y convertido en único heredero con 24 años; que trata de sobrevivir con su pena y con la sospecha encima de que quizá la viuda de su tío lo envenenó o, al menos, lo dejó morir; y, por fin, que un día la viuda desheredada —la prima Rachel— se presenta en Cornualles. Y todo esto en las 80 primeras páginas con todo lujo de descripciones e historias laterales para componer el escenario.
No, ya no se escriben novelas así, con tramas que parecen árboles centenarios de copas frondosas y ramas cargadas de hojas. Daphne du Maurier —la autora de La posada de Jamaica— es una escritora tradicional, de las de “exposición, nudo y desenlace”. Posee un sentido del ritmo excelente y es una gran creadora de personajes, al punto de que podemos considerarla una maestra de la novela psicológica. Pero además esta novela nos remite a otra suya, Rebeca, de la que Hitchcock hizo una recreación memorable.
En efecto. En la casa de Cornualles, donde la viuda, la prima Rachel (que lo es por el matrimonio con Ambrose), se instala con el permiso del joven Philip, hay una sombra: la de Ambrose, fallecido en Florencia en extrañas circunstancias, extrañeza a la que contribuyen dos cartas que aparecen oportunamente a lo largo de la historia. Pero el joven Philip, inicialmente cargado de odio hacia su prima Rachel, se queda descolocado cuando la recibe en su casa y va quedando, poco a poco, prendado de ella. A partir de este momento, el ritmo de la novela se va ralentizando para poder atender al soberbio despliegue de caracteres que ambos ofrecen.
Philip es un joven que lo desconoce todo del mundo de las mujeres, criado en la admiración por Ambrose y la recia camaradería masculina, y paso a paso Rachel le va rodeando de gentileza, de afecto, de ensalzamiento, hasta que el muchacho, afectado por esa “esencia de mujer”, pasa del odio a la admiración y de la admiración a una, para él, misteriosa turbación que le lleva al extremo de la generosidad. Por su parte, Rachel se ocupa del chico como nadie se había ocupado de él, con ternura, afecto, delicadeza y discreción, una forma de seducción indirecta con la que ella juega y a la que a él le encanta jugar. La sutileza con que ambos modos de ser y actuar se entrelazan sin llegar nunca a la evidencia es extraordinaria. En el capítulo XIII, por ejemplo, la sugerente exposición de la relación entre la incomprensión del mundo femenino de él y la femineidad de ella es absolutamente magistral. Todo el centro de la novela transcurre así con una placidez mórbida que se centra en la fascinante complejidad de la relación de ambos.
Sólo después de un acto irresponsable e infantil la novela recobra su velocidad de crucero y los acontecimientos se precipitan. La aparición de un siniestro administrador de Rachel al que Philip detesta desde que lo conoció en Florencia precipita las emociones… No adelantaré más. La admirable y calculada cadencia con que desarrolla los acontecimientos en este último tercio (y las dudas, y las sospechas, y los sentimientos) es un prodigio de inteligencia narrativa.
Novela para lectores tradicionales, sí, propia del estilo decimonónico que se dirige a la extinción con el propio ancien régime a principios de siglo; el tipo de novela que se resiste a morir ante el avance de las vanguardias. Lo que sucede es que, mientras estas están tanteando los nuevos y asombrosos caminos de la narrativa del siglo XX, Du Maurier se aferra a la sabiduría tradicional, a lo que nunca muere.
Mi prima Rachel. Daphne du Maurier. Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. Alba, 2017. 456 páginas. 22 euros
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