Los cirujanos del Prado
La Cátedra del museo pormenoriza el trabajo del Taller de Restauración, considerado el más importante del mundo
Madrid
La restauradora del Prado María Álvarez y el responsable del taller del museo, Enrique Quintana, ante un cuadro de Jusepe Leonardo. KIKE PARA
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El Taller de Restauración del Prado se creó al calor del museo, hace casi 200 años y, salvo los años de posguerra, ha gozado de un prestigio internacional que desde la ampliación de Moneo no ha dejado de crecer. Su responsable, Enrique Quintana, no duda en asegurar que el departamento que él coordina es el más importante del mundo en su especialidad por la preparación de los 30 profesionales que lo componen y porque disponen de los medios más punteros para cuidar de las 8.250 pinturas que integran la colección.
Como reconocimiento a ese trabajo, el Prado inauguró el jueves la Cátedra de 2017, dedicada por primera vez al propio museo, con una conferencia magistral de la restauradora María Álvarez-Garcillán sobre la historia y los materiales de una pintura. Cada jueves, hasta el 30 de noviembre, en el Auditorio de la pinacoteca se hablará de los grandes hitos que ha protagonizado el Taller a lo largo de su historia.
La sección de restauración de marcos se encuentra en el subsuelo del edificio. Allí se accede después de descender por una docena de peldaños y atravesar un laberinto de pasillos. Allí, marcos antiguos de enormes dimensiones se alternan con otros de mediano y pequeño tamaño. Algunos conservan escasas huellas de su antiguo esplendor y otros parecen haber sido fabricados el día anterior por el deslumbrante brillo de su dorado.
El espacio es el reino de la restauradora María Álvarez-Garcillán, vinculada al museo desde 1985 y protagonista directa de la evolución del Taller. Junto a ella, Enrique Quintana explica que la existencia de este subdepartamento está más que justificado porque el Prado es uno de los pocos museos de todo el mundo que posee más marcos que obras. “Este es un taller de pintura y tenemos 8.250 entre la colección permanente y lo que se guarda en los almacenes”, asegura Quintana. “Con Carlos III se unificaron las molduras y los lienzos fueron desprendidos de los marcos con los que habían venido. Ahora la tendencia es otra, lo cual no quiere decir que las telas vayan a ser reconocidas”.
Cuando se les pregunta tanto a Quintana como a Álvarez-Garcillán sobre las causas por las que el Taller de Restauración del Prado está considerado como uno de los mejores del mundo, el coordinador del Taller precisa que no es uno de los mejores, sino el mejor. “Curiosamente, el Louvre no tiene taller propio. Tiene que encargar las reparaciones en talleres ajenos. Hay otros grandes que sí lo tienen (Metropolitan, Rijksmuseum, National Gallery), pero no son tan completos como el nuestro”.
La importancia del Taller se remonta a sus orígenes. “Siempre contó con un equipo más o menos numeroso de especialistas. Salvo altibajos, como los años de la posguerra, cuando no había dinero para nada, el nivel se ha mantenido. Si buscamos un punto de inflexión”, prosigue Quintana, “señalaría el año 1984, cuando el restaurador del Metropolitan John Brealey vino al Prado para restaurar Las Meninas. Él enseñó otra forma nueva de aproximarnos a la pintura. Su regla básica era: no se toca nada que no se conozca. Nosotros somos como médicos de familia y tenemos que escuchar al paciente. Las obras hablan, nos mandan mensajes y, si como ocurre en el Prado, conocemos a fondo al paciente, esa comunicación está garantizada”.
CINCO HITOS EN LA HISTORIA DEL TALLER
El vino de la fiesta de San Martín, de Pieter Brueghel el Viejo.
La Oración en el huerto con el donante Luis I de Orleans. Colart de Laon, 1405 - 1408.
La adoración de los Magos de El Bosco (hacia 1494).
La Inmaculada Concepción de los Venerables, de Murillo (hacia 1678).
La boda, de Goya. Cartón para tapíz (1792).
El segundo punto de inflexión para el coordinador del equipo se produjo con la ampliación que Moneo realizó sobre el antiguo edificio de Villanueva con Miguel Zugaza como director. “A partir de ese momento dispusimos del espacio que necesitábamos. Las sucesivas direcciones, pero Zugaza en especial, se empeñaron siempre en dar relevancia al Taller y hoy puedo decir que no nos falta de nada. No hay ninguna nueva máquina que, si es necesaria, no se encuentre aquí. Sin pecar de arrogancia, puedo asegurar que los mejores profesionales están en este museo. Por eso, además de las obras nuestras que lo necesiten, nos ocupamos de pinturas que vienen de fuera. Por poner un ejemplo, le cito la Dánaede Tiziano, de la Wellington Collection, que realizó Elisa Mora. Descubrimos que existían tres versiones y que esta era una de ellas”.
De manera habitual llegan al taller peticiones de restauración desde Francia, Inglaterra o Estados Unidos. “Aceptamos cuando la petición tiene que ver con una exposición en curso o a largo plazo. Solo nos relacionamos con instituciones, no con particulares”.
Pero al margen de los prestigiosos encargos internacionales, la misión principal del taller es cuidar de sus propios cuadros. María Álvarez-Garcillán explica que cada cuadro tiene una atención personalizada. “Conocemos perfectamente la vida de cada uno de los cuadros. Su situación y su ubicación. Los que lo necesitan tienen análisis clínicos, diagnósticos y tratamientos. También hacemos medicina preventiva con el control de cada detalle y con las limpiezas periódicas que cada uno de ellos necesitan”.
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