sábado, 12 de mayo de 2018

EL DÍA QUE LA HISTORIA TE INCLUYE || Peter Mayer, leyenda de la edición de libros | Cultura | EL PAÍS

Peter Mayer, leyenda de la edición de libros | Cultura | EL PAÍS

IN MEMORIAM

Peter Mayer, leyenda de la edición de libros

Fallecido en Nueva York a los 82 años, este londinense fue presidente internacional de Penguin durante dos décadas

El editor Peter Mayer, en Madrid en 2005.
El editor Peter Mayer, en Madrid en 2005.




Peter Mayer, leyenda del mundo editorial, fue el hombre que, siendo joven taxista en Nueva York, redescubrió Llámalo sueño, la novela que Henry Roth había publicado en 1930, se empeñó en que la reeditaran, ingresó en una editorial, subió allí como la espuma gracias al éxito que obtuvo con la publicación de ese libro, y llegó a ser presidente internacional de Penguin, de 1978 a 1996. En ese puesto clave de la más importante compañía editorial del mundo convirtió la publicación de clásicos en un fenómeno imparable del diseño editorial moderno. Mayer impulsó luego su propia editorial, Overlook Press, que había fundado su padre en 1971, y no paró de trabajar, hasta este 11 de mayo, cuando murió en su ciudad, Nueva York. Había nacido en Londres en 1936.
Su leyenda se basó en aquel éxito que obtuvo tras leer de chiquillo a Henry Roth y sobre todo en su perspicacia y en su trabajo, en la constancia con la que le quitó a la publicación de libros la tendencia a la rutina, y en libros como Juan Salvador Gaviota, que él convirtió en un éxito mundial. Un libro es una aventura única, decía, y los libros se editan uno a uno, cada uno tiene su personalidad, y como tal han de salir al mercado, para competir con sus propias armas con otros libros que también tienen la ambición de ganar la batalla de las librerías o los quioscos. En Penguin, en Overlook, Peter Mayer mostró que editar es una combinación de ojo clínico y exigencia a la hora de innovar el diseño de las cubiertas y de la promoción. Así hizo mundial, por ejemplo, a Platón y Cicerón, que aparecieron en las estanterías sin la vestimenta que los había convertido en estatuas de las bibliotecas, con los mismos argumentos gráficos que utilizaba para vender a John Le Carré, a Philip Roth o a Don Delillo. Además, mantuvo la convicción de que solo la ambición de calidad (de textos, de diseño) hace grandes a las editoriales. Y siguió una máxima que heredó del viejo Gaston Gallimard: “Decir no [a originales que no interesan] es también una respuesta”. Impulsó la comercialización de la (buena) literatura, hizo que la reedición no fuera un instrumento rutinario de las editoriales, y le dio varias vidas a los libros; vidas sucesivas que contenían siempre novedades, de formato y de diseño: ningún libro puede salir desnudo al mercado, debe tener su impulso propio, tenía que distinguirse en las estanterías como una sorpresa distinta a todas las otras aventuras que poblaran esa jungla. Creía que el libro debía estar donde estaba la gente, y condujo al mundo editorial a asaltar grandes superficies, mercados, gasolineras, con literatura, ensayo o poesía, de modernos y de clásicos. Un momento delicado de su carrera fue cuando, al frente de Penguin, pospuso la salida de Versos satánicos, de Salman Rushdie, condenado por la fatua. Mayer creyó que la edición singular de ese libro ponía en peligro a su personal, mientras que el autor ya estaba a resguardo.
Peter Mayer añadió a todas esas exigencias que se impuso una enorme capacidad de trabajo: se le veía en ferias grandes y pequeñas, era famoso y creativo, y pudo haberse retirado, pero aún este último otoño, ya muy enfermo, siguió al frente de Overlook, en su oficina de Manhattan, dictando cartas y cerrando contratos. Hasta que hace una semana ya tuvo que retirarse a vivir sus últimas horas junto a su hija Liese y a su nieta recién nacida. Su corazón pagó la factura de tanto viaje, de tanta energía, de tanto entusiasmo y de tanto viaje. Al dar la noticia, una de sus grandes amigas, la editora Michi Strausfeld escribió: “Un gran amigo nos deja”. En el mundo editorial, y aunque esto parezca hipérbole, Peter Mayer fue el amigo de todo el mundo, como aquel Kim de la India de Rudyard Kipling.
Su presencia continuada en la Feria de Fráncfort, clave en el desarrollo editorial del mundo, fue un símbolo de ese abrazo mundial que provocaba su figura. Allí iba cada año, como gran editor y luego como editor pequeño, con el mismo afán de venta (de sus descubrimientos) y de compra de novedades, y con su mochila verde pintada de ranas recorría stands y recibía agentes, con la energía que lo hizo el más viajero de los editores. Sus compañeros de todo el mundo le hacían cada año un homenaje, La Cena de Peter Mayer. En el último Fráncfort se volvió a convocar esa cena. En la invitación se incluía esta leyenda: “Peter Mayer no acudirá”. Fue un aviso. Que hubiera Fráncfort y no estuviera Peter Mayer era una mala noticia. Este 11 de mayo el tiempo dio su respuesta.
Tuvo una larga relación con España, con Carmen Balcells, con Isabel Polanco, con Manuel Arroyo, con agentes, con editores, con amigos que ya lo fueron para siempre. Vinculado a Santillana, por su amistad con Isabel Polanco, de la que fue asesor, vivió un tiempo en esta ciudad, en la que en 1993 hizo un redescubrimiento que marcó la resurrección de una alegría. Hacía veinte años, en medio de una bella historia de amor, había descubierto en México a Chavela Vargas, la cantante. Y en el verano del 93 supo que ella estaba por Madrid, adonde él había acudido a encontrarse con sus amigos editores (Beatriz de Moura, Jordi Herralde…) en un curso en El Escorial. Por la noche preguntó a un amigo si sabía el paradero de esa mujer. La encontró al día siguiente, por sorpresa, en casa de Arroyo, que hacía viajar por el mundo a la leyenda de la música mexicana. El reencuentro con Chavela Vargas emocionó a Peter, invitó a su antiguo amor a seguirla por Europa y aún en los últimos tiempos de su vida aquel reencuentro (con Chavela, con su antiguo amor) hacía sonreír y soñar al editor que se hizo creyendo que todos los sueños (literarios, humanos) podrían tener reedición, como aquel Llámalo sueño que él persiguió hasta hacerlo leer por multitudes.
Fue un maestro de todos sus contemporáneos, directamente o porque supieran de sus hazañas. Al final de sus días decía lo mismo que cuando dejó Penguin: “Lo que quiero es seguir publicando libros”. Y viviendo la vida, o recordándolo. Mientras en Fráncfort celebraban el último octubre la cena que cada año le dedicaban sus amigos editores, él estaba, sentado en su despacho de Overlook, en Manhattan, buscando en su ordenador canciones de Chavela Vargas para rememorar, con otros amigos, algunos momentos emocionantes de su vida de viajero sentimental por la edición y por la amistad. Incansable hasta durmiendo hizo su leyenda Peter Mayer

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