El fracaso de Europa
La presentación de las migraciones exclusivamente como un "problema" y nunca como una oportunidad sólo ha servido para sacar a la extrema derecha de sus cavernas
Bruselas
Lanchas rastrean el agua en busca de náufragos tras el colapso de una patera en las costas libias. ÓSCAR CORRAL
En las últimas tres décadas, países del sur de Europa como España, Italia o Grecia han asistido a un constante incremento en la llegada de migrantes africanos por vía marítima irregular. Cada cierto tiempo, medios de comunicación y stablishment se aferran a algún incidente concreto o a un repunte de las cifras para hablar de crisis migratoria, dando a entender que estamos ante un fenómeno coyuntural, delimitado en el tiempo y posible de modificar con la consabida receta de control y externalización de fronteras, cooperación con los países de origen y aplicación cada vez más restrictiva de la legislación de asilo y refugio y los procedimientos de expulsión y devolución. Tras cada naufragio, el relato político, incluso el que emana desde el mismo corazón de la Unión Europea, apunta a la “culpa de las mafias” en un vano y poco creíble intento de echar balones fuera.
El caso es que estos planteamientos se estrellan una y otra vez contra la realidad porque desprecian y hacen oídos sordos, con un euroombliguismo difícil de digerir más allá del espacio Schengen, a los verdaderos protagonistas del fenómeno. Las políticas diseñadas para “contener” los flujos migratorios no funcionan. La presentación de los hechos exclusivamente como un “problema” y nunca como una oportunidad sólo ha servido para sacar a la extrema derecha de sus cavernas y que hoy campe a sus anchas y se extienda por el continente. La represión fronteriza sólo está provocando más muertes y sufrimiento, con unos niveles de violencia estructural injustificables en la Europa del siglo XXI. Y, por último, el desprecio al derecho de asilo y al espíritu de una UE de acogida, del que Idomeni, Lampedusa o las vallas de Ceuta y Melilla son sólo unos pocos ejemplos, ha hecho aflorar nuestras vergüenzas en demasiadas ocasiones.
Erróneamente, África es percibida como una foto fija de miseria, hambre y sufrimiento, sujeto pasivo de todos los males. Esto no es cierto. El continente que tenemos al sur está en plena ebullición. Los cambios demográficos, políticos, sociales, culturales y religiosos se suceden en todos sus rincones. Para bien o para mal. Y las razones de la pulsión migratoria de muchos de sus jóvenes son igual de complejas y cambiantes. Tienen que ver con el cambio climático, ahora mientras hablamos cinco millones de personas en el Sahel sufren un nuevo episodio de su eterna crisis alimentaria que se reproduce cada verano porque ya no llueve, con el fracaso de sus estados a la hora de dar respuesta a sus necesidades más básicas, con el nuevo rostro del colonialismo más burdo y artero, con la corrupción de sus élites, con el conflicto por los recursos, el auge del yihadismo, la penetración cultural de Occidente, con el fracaso del modelo educativo y la frustración de las expectativas, con la construcción de nuevos mitos y referentes. En fin, tiene que ver con la vida.
Nuestro mundo es global y hoy se divide entre quienes ya se han dado cuenta de ello y quienes se resisten a entenderlo
Recordarán la epidemia de ébola de hace cuatro años. Como corresponsal en África me tocó cubrirla para medios españoles. Recuerdo que la primera reacción del mundo, primaria, instintiva, preñada de ignorancia, fue cerrar fronteras, cancelar vuelos, aplicar severos controles en frontera en la idea, un tanto infantil, de que si cerrábamos los ojos, el monstruo iba a desaparecer por la mañana. Pero no fue así. La gente, pese a todo, va y viene. Meses más tarde, los primeros casos aparecieron en EEUU e incluso en España y, ahí sí, la Organización Mundial de la Salud tuvo que elevar el nivel de alerta mundial. Aquel error de cálculo de 2014 costó muchas vidas. No sigamos cometiéndolo. Nuestro mundo es global y hoy se divide entre quienes ya se han dado cuenta de ello y quienes se resisten a entenderlo.
Las migraciones del Sur nos pueden traer cosas muy positivas, desde el necesario rejuvenecimiento de nuestra población hasta miradas y maneras de ser y hacer de las que tenemos mucho que aprender
La arquitectura de nuestro sistema de convivencia tiene uno de sus pilares en el reconocimiento de derechos como manera de proteger a los más vulnerables. Europa ya no se puede seguir permitiendo mirar hacia otro lado, son ya demasiados cadáveres. A diferencia del ébola, las migraciones del Sur nos pueden traer cosas muy positivas, desde el necesario rejuvenecimiento de nuestra población hasta miradas y maneras de ser y hacer de las que tenemos mucho que aprender. Si algo he interiorizado estos años en África es que el grado de civilización de los pueblos no debería medirse por sus avances tecnológicos sino por la manera en que tratamos al otro, al diferente, al que llega de fuera y nos necesita. En ese sentido habrá que espabilar porque estamos quedando muy abajo en el ranking civilizatorio.
Texto pronunciado este miércoles en el Parlamento Europeo durante el encuentro Dirigiendo los principales desafíos en la cooperación Euromediterránea: Una agenda progresista.
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