Ilustración de Xavier Sepúlveda
Nüwa (女娲) y la leyenda de la creación en la mitología china
La mitología china atribuye a la diosa Nüwa (女娲) el papel de creadora de nuestra especie, ya que para aliviar su soledad moldeó con barro un conjunto de pequeños muñecos a los que llamó ren (persona). Con la alegría que las personas le proporcionaban, la diosa no volvió a sentirse sola jamás.
El hombre prehistórico carecía de la eficiencia y la productividad, así como de las técnicas científicas y tecnológicas con las que contamos hoy en día, para poder explorar el mundo en el que vivían. Ante tales circunstancias, no existía otro remedio que acudir a la imaginación para crear dioses y leyendas con los que atribuir una explicación a la existencia del sol, la luna y las estrellas, los ríos y las montañas, las cuatro estaciones del año, los desastres naturales e incluso los artificiales y otros fenómenos sociales y naturales que los rodeaban. Cada uno de los pueblos cuenta con leyendas con significados parecidos al mito de la creación, al origen del ser humano o al diluvio universal. De todas ellas, es la del origen humano aquella que más diferentes interpretaciones ha adquirido y la que ha ejercido una mayor influencia en nuestras vidas a lo largo de la historia. En Occidente, los griegos atribuyeron a Prometeo la creación del hombre, los babilonios hicieron lo mismo con su diosa Tiamat y, en Egipto, el encargado fue el antiguo dios Osiris… Además de todos estos mitos, en Oriente también existe una leyenda sobre el origen de nuestra especie: la historia de cómo Nüwa (女娲) moldeó el barro para crear al ser humano.
Cuentan algunas leyendas que, antes de que la Tierra se separara del Cielo, el caos regía en todo el firmamento. En medio de tanto desconcierto tan solo vivía un habitante, el gigante Pangu (盘古) que, tras despertar de su letargo de 18.000 años, descubrió que todo cuanto lo rodeaba estaba sumido en una profunda oscuridad. Realizó un gran esfuerzo para estirar sus cuatro extremidades y se valió de todas las fuerzas que tenía para levantarse. En cuanto se puso en pie, el caos comenzó a alejarse y la luz y el aire fresco lograron penetrar en el hueco antes habitado por la oscuridad. Cuando Pangu logró erguirse sobre sí mismo, los elementos más ligeros comenzaron a flotar hacia arriba, de manera que su cabeza se convirtió en el Cielo, al mismo tiempo, los más pesados se hundieron hacia abajo, hasta que sus pies se convirtieron en el suelo. Precisamente de esta historia procede el dicho chino “ser capaz de sostener el suelo y el cielo”, usada para describir a aquellas personas capaces de asumir todas sus responsabilidades. Posteriormente, el gigante Pangu continuó utilizando su magia para que el cielo ascendiera aún más, hasta llegar al punto más alto del firmamento, mientras el suelo se fue hundiendo hacia las profundidades y, una vez exhausto, se tumbó en el suelo y falleció tras dejar escapar un último suspiro. Más tarde, su cadáver comenzó a experimentar una gran transformación: sus ronquidos se convirtieron en el estruendo de los truenos, el ojo derecho se transformó en el sol y el izquierdo en la luna; su piel y su vello dibujaron las praderas y bosques; los dientes se convirtieron en piedras; los músculos en la tierra; la sangre en los ríos; las manos, los pies y el torso pasaron a ser las montañas y su respiración provocó el viento y la lluvia.
Poco después de que Pangu separara el Cielo de la Tierra nació Nüwa, la primera diosa. Esta contaba con cabeza y torso humanos y extremidades inferiores en forma de cola de serpiente. La diosa vivió en solitario durante un largo periodo de tiempo y, a pesar de transformarse al menos 70 veces al día, no consiguió aplacar la aflicción que la soledad le producía en su interior.
Un día, mientras paseaba por el mundo que se había creado entre el Cielo y la Tierra, se llevó una grata sorpresa al descubrir un estanque frente a sí misma. Se sentó en la orilla y vio que sobre la superficie del agua se había formado una figura idéntica a la suya y que imitaba con exactitud los movimientos que ella realizaba. Inspirada por la imagen de la figura, pensó: “si en el mundo hubiera más seres vivos como yo, no tendría que vivir en soledad, todo se llenaría de vitalidad y colorido”. En ese preciso instante se dio cuenta de que al lado de la orilla del estanque se acumulaba barro, por lo que juntó un poco e hizo una bola que mezcló con el agua y, basándose en su propia imagen, fue dando forma a un conjunto de pequeños muñecos. Una vez los puso en el suelo, las figuras de barro comenzaron a moverse y a llamarla “mamá”. Vitoreaban y brincaban repletos de alegría, pues celebraban el nacimiento de la nueva vida.
Nüwa se quedó mirando exultante a los pequeños seres vivos que ella misma había creado y los llamó ren (persona). Sus cuerpos no eran lo suficientemente robustos, al haber sido creados por Nüwa, su apariencia y movimientos se asemejaban a los de las divinidades y diferían de aquellos de los animales. Gracias a ello, el ser humano se convirtió en una representación de los dioses y, por lo tanto, adquirió la responsabilidad de regir los asuntos del mundo existente entre Cielo y Tierra. Nüwa, contenta por el resultado de su creación, continuó dando forma al barro para aumentar aún más la cantidad de seres humanos. Con la alegría que las personas le proporcionaban, la diosa no volvió a sentirse sola jamás.
Satisfecha por los resultados que estaba obteniendo, Nüwa pasaba los días y las noches creando más y más humanos. Sin embargo, el mundo era demasiado grande y estaba dedicándole demasiado tiempo a su afanosa tarea sin ni siquiera descansar, por lo que acabó exhausta. Para facilitar la creación, decidió utilizar una rama de mimbre para remover el barro, de manera que cada vez que esparcía la sustancia resultante por el suelo, una gran cantidad de seres humanos cobraban vida. Poco después, las huellas de sus pequeñas figuras comenzaron a cubrir toda la superficie terrestre. Aunque había creado al ser humano, no le había otorgado la inmortalidad, por lo que pensó que era necesario que estos siguieran procreando por sí mismos para extender su especie, así que creó al hombre y a la mujer que, unidos, serían capaces de dar a luz a nuevas personas, asegurándose así que las generaciones de seres humanos perdurarían para la eternidad.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 46. Volumen I. Enero de 2018.
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