martes, 20 de julio de 2010

CARTA AL AYER


el dispensador dice: querido ayer, andando y andando la vida me ha traido hasta aquí, altura en que la me admiro de la naturaleza y sus expresiones, me subyugan las brisas y sus fragancias al amanecer, tanto como los perfumes que bajan de la selva húmeda al caer la tarde. Debo decirte que las gentes ya no me sorprenden, veo en ellas una entrega previsible y predecible, sometiéndose a las realidades que les imponen, regalando dignidades y obviando compromisos otrora indelegables. Quizás por eso es que concentro mi estancia en aquello que implique sembrar sueños para que otros despierten, sembrar conocimientos para que otros abran sus mentes, alinear paisajes para que otros divisen horizontes. Debo agradecerte la significancia de haberme dado dos madres, hecho que no cualquiera tiene, la primera que me engendró para partir justo cuando llegaba, y la segunda que donó su alma para soportarme hasta mi juventud. He atendido los legados de ambas, la primera en sueños plenos de nutrientes filosóficas que se extienden y lo harán más allá del acto de vivir... la segunda, reflexionando con el tiempo sus enseñanzas y decires. También debo reconocer que no te miro en demasía, porque sigo el criterio bíblico que indica que quien toma el arado no debe regresar la mirada, y desde que llegué a estos tiempos respirables, he permanecido amarrado al arado y mirando hacia adelante, haciendo culto al mañana necesario, ese del que uno puede o no participar, pero con el que siempre se debe contribuir. Finalmente, o quizás mucho antes, entendí que para hacer una pared no sólo hacen falta los ladrillos, antes bien todo lo que se hace (construye) debe contener esencias del espíritu... Asimismo quiero decirte que no he vivido atado al pasado, por el contrario, los recuerdos me han empujado a descubrir que el instante que aún no llega es como un bautismo eterno. Gracias ayer por haber compartido tu gracia conmigo, espero verte cuando se nos junte el destino. Julio 21, 2010.-

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