sábado, 21 de agosto de 2010

TRANQUERA



el dispensador dice: al cerrar la frágil tranquera aquella tarde, sabía en mis adentros, que no regresaría. Grabé la imagen del paisaje en mi mente, atendiendo a los detalles que no se ven pero se sienten. Me impregné de aires con sus perfumes, asumiendo que no es lo mismo aquellos que se brindan al despuntar el alba de aquellos otros que se consumen con la tarde. No importaba. Venía recogiendo sensaciones a sabiendas que un día no estaría allí. Uno debe pertenecer cuando se lo habilita para ello y las evidencias son muchas, tanto como las señales que bajan desde el mundo de los sueños, u otros llamados que provienen del mundo de las ideas. También se debe entender que uno es pasajero de momentos y circunstancias... y debe ser agradecido eternamente por las oportunidades que se conceden para poder asistir a ciertos momentos y a otras tantas circunstancias, muchas veces mágicas, otras tantas misteriosas, algunas brillantes y otras opacas, plenas de alegrías y penas que revelan la esencia de los instantes que nos envuelven. De paso por la vida uno debe entregar lo mejor de sí, pero también ser esponja de aquello que aparece como una gracia, tomando todo lo posible de la misma, nutriendo el ser para luego brindarlo a los prójimos, porque ése es el sentido último de la vida, un entretejido de hilos y hebras que van tomando forma con la calidad del espíritu y las expresiones del alma. Se sabe que el tejido que se vende no abriga. Se sabe que el oro que se roba no abre ventanas a la dimensión contigua. Se sabe que lo que se ostenta despierta envidias... se sabe que las envidias consumen a las almas y éstas a los espíritus contenedores, desmereciendo las gracias. Por ello, recogido en sentimientos profundos y reflexiones propias del momento, extendí el brazo y crucé las cadenas, clavando los candados. Al sentir el click y el posterior golpe entre los eslabones, supe sin duda alguna pero tampoco sin temor que cerraba un tiempo, sólo eso. Me quité el calzado, coloqué mis plantas contra el suelo y me impregné de aquello que me había acompañado, luego giré sobre mí mismo y me fui a paso lento, sin omitir que el mañana no existe hasta que es por sí mismo, prescindente de nuestra presencia hasta que la misma se permite. Miré las distancias de alrededor y pensé en una roca verde azulada... imagen que me llegó sin pedirla. Miré hacia el horizonte y vi un arco iris y supe que por allí debía entrar. Los seres que somos sensibles sabemos escuchar la música de las esferas y ésta es parte nuestra, aquí y en el allá... nada nos pertenece, somos nosotros los que pertenecemos a un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo, derramando nuestros dones y talentos. Si estos flotan a nuestra partida, habremos cumplido con lo encomendado, tan simple como eso. La vida es una sucesión de cosas simples, sencillas... por ello, cuando éstas se tornan en densas, pesadas, penosas, no merecen nuestra presencia so pena de ver cómo se nos consume el alma, tanto como la de aquellas personas que fabrican las penurias. Hay gentes con espíritus de pájaros, otras con espíritus de rocas, algunas son de fragancias y otras de arenas, pero también las hay agrias, de aguas duras y hasta tóxicas, que escupen venenos cuando hablan, cuando sienten, hasta cuando sonríen, cuando miran y acarician... existen almas de cristal y otras de lija, y eso se siente... por ello, recogido en mí mismo, miré hacia adelante y pertenecí a mi tiempo. Agosto 21, 2010.-

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