El origen y la evolución de la forma de comprender el mundo
Steven Weinberg, Nobel de Física, escribe sobre el descubrimiento de la ciencia moderna
Steven Weinberg (Nueva York, 1933) es seguramente ‘el’ gran físico vivo, y el coautor de una de las grandes unificaciones de la historia de la ciencia, la que condujo al llamado modelo estándar, nuestro gran cuadro del mundo subatómico que recibió el espaldarazo definitivo con el hallazgo del bosón de Higgs. Tiene el premio Nobel, como parece lógico, pero también el premio Lewis Thomas al mejor escritor divulgativo. Publica ahora en español la que tal vez sea su obra más ambiciosa, Explicar el mundo. El descubrimiento de la ciencia moderna (Taurus), donde narra su visión del origen y la evolución de nuestra forma de comprender el mundo. Un libro para aprender a pensar como solo han pensado los grandes.
“Lo verdaderamente incomprensible”, dijo Einstein, “es que el mundo sea comprensible”. Así que una buena pregunta para un físico teórico es: ¿Por qué es el mundo comprensible? “No sabemos si lo es”, responde Weinberg desde Pasadera, California. “Al igual que resulta imposible enseñar mecánica cuántica a un chimpancé, por más esfuerzos que uno dedique a ello, puede que la teoría correcta que explique todos los fenómenos físicos, la teoría final, esté más allá de nuestra capacidad”. Si uno de los cerebros más incisivos del planeta está dispuesto a admitir eso, dan ganas, en efecto, de tirar la toalla. Pero eso tampoco está al alcance de la naturaleza humana, ¿verdad?
Explicar el mundo no tiene mucho que ver con un libro de ciencia al uso. No empieza por Newton, de hecho, sino que acaba por él. Porque lo que importa a Weinberg aquí no es tanto la historia de la ciencia como la de nuestra forma de pensar. Los científicos actuales están tan acostumbrados a esa forma de pensar que la dan por hecha, pero el autor muestra de manera aplastante que no está en nuestra naturaleza, sino que es el producto de varios milenios de fracaso contumaz y humillante. Nuestro cerebro evolucionó en la sabana, donde el comportamiento de los quarks importaba mucho menos que el de las panteras. La mente humana no está hecha para entender el mundo: solo puede aprender a hacerlo, y solo con gran penalidad.
Pero entonces, le pregunto, ¿sería la ciencia la misma en el planeta Mongo? Weinberg se parte de risa.
— Disculpe que me ría, —dice,— es que el planeta Mongo salía aquí en un tebeo que ahora no me acuerdo…
— Flash Gordon.
— ¡Sí, de Flash Gordon, por supuesto, ja ja ja!
Clint Eastwood pensaba de joven que el western y el jazz eran localismos norteamericanos, y se llevó una gran sorpresa al ver que también eran géneros populares en Europa y otras partes. Weinberg creía lo mismo de los tebeos de Flash Gordon.
“Bien, respondiendo a su pregunta, yo creo que las ‘conclusiones’ de la ciencia serían las mismas en Mongo, por supuesto; pero la historia de la ciencia sería muy distinta, probablemente; sabemos por nuestra propia historia que el progreso del conocimiento está plagado de errores y salidas en falso; de hecho, ese fue el gran problema para llegar, hace solo unos siglos, a la revolución de la ciencia moderna; pero ese tipo de pensamiento conduce al final a los resultados correctos”.
Pocas profesiones le llevarán a uno a vivir en una ciudad tan extraña. La vida profesional de Weinberg ha transcurrido entre las avenidas de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica, los dos grandes pilares de la física moderna, y por las callejuelas a menudo sombrías y cegadas por las masas de datos que escupían los aceleradores de partículas y el ‘zoo’ de entidades incomprensibles y caprichosas que emergieron de ellos durante 60 años.
La gran aportación de Weinberg fue, de hecho, ‘imaginar’ una posible salida de ese atolladero, una posibilidad matemáticamente precisa y físicamente iluminadora que lograra ordenar esa niebla caprichosa de fenómenos en unos pocos principios simples y elegantes, de someter la exuberancia del cosmos al punto de vista correcto, el que permite entenderlo. La confirmación experimental de sus ideas llegó años después, y gracias a ellas. Los grandes saltos en nuestra comprensión de la realidad ocurren raramente, pero siguen a menudo esas mismas pautas. Cuando Weinberg habla de la historia de la ciencia, sabe muy bien de lo que habla.
Escribir las ideas
Le pregunto por George Gamow, otro científico que necesitaba escribir sus ideas, y una de las figuras más fascinantes de la física del siglo XX, con influencia tanto en la teoría del big bang como en el descubrimiento del código genético. “Bueno, lo cierto es que yo fui uno de aquellos chavales que leyeron los libros de Gamow en los años cuarenta, cuando tenía 12 años o por ahí. Algunos de ellos se centraban en un personaje llamado Mr Thompkins, y tengo que decir que tuvieron un gran efecto sobre mi futuro”.
¿Porque le revelaron la corriente de pensamiento correcta?
“No, no, porque me hicieron pensar: ‘Chico, esto debe ser algo muy profundo, porque no entiendo una palabra’; pero el caso es que sus libros me indujeron a estudiar física; simplemente, quería saber qué era todo eso que no entendía”.
Los caminos de la verdad son tortuosos.
La música de las esferas
Pitágoras descubrió los fundamentos físicos de la música. Eran números. Para ser más exactos, los números más ramplones, como uno dos, tres y cuatro, y sus fracciones más simples, como 1/2, 1/3 o 1/4. Toda la densidad emocional que nos provoca la música, toda su profundidad y belleza, se basa en unas matemáticas que podría enseñarte un niño de cinco años (y no, esta vez no voy a hacer el chiste de Groucho Marx). Es comprensible que Pitágoras se quedara perplejo por su hallazgo. No todos los días se descubre una relación simple y exacta entre las nubosidades inaprensibles de la estética y el más riguroso e inhumano de los conceptos abstractos, la serie de los números enteros. El griego quiso extrapolar eso a todo el cosmos conocido, y acuñó el término “música de las esferas” para referirse a los movimientos periódicos de los planetas.
Y Pitágoras se ha reencarnado en la vanguardia de la física actual con la teoría de cuerdas, cuyo mero nombre ya indica su íntima relación con la música. “No trabajo en teoría de cuerdas”, dice Weinberg, “pero mis estudiantes sí lo hacen, y estoy muy feliz con ello”. Así está el tema.
-.-.-el dispensador dice: el hecho más significativo de la civilización humana es haber construído el pentagrama, la matemática de las notas, el cálculo de probabilidades de las combinaciones posibles y de las otras imposibles, y finalmente, traducir todo eso en "música"... un sonido armónico que trasciende los espacios de la Tierra, se torna universal, y viaja por el espacio sin ser visto, siendo oído por todas las existencias del universo potencialmente posible... podría decirse que si hay algo que identifica a la raza humana como tal, eso es la música... una geometría de esferas que nadie ve pero que producen una conexión eterna con lo que fue, con lo que es, y con lo que aún no es, no se produce, no se traduce, no llega...
alguien supo decirme, hace tiempo ya, que había tenido la oportunidad de oir acordes humanos desde Saturno... y prontamente, otro supo decirme que había hecho lo propio desde Orión, dejando en claro que los zodíacos son algo menor en las geometrías de cualquier espacio... ambos, también, supieron decirme que hubieran esperado una evolución humana en el conocimiento de la luz, pero dado que el ser humano vive aplacado y dominado por los oscurantismos, ello está lejos de esta civilización a pesar de las curvaturas de Einstein y/o de las cuerdas de Tesla, como máximos exponentes del conocimiento manipulado y luego negado según las conveniencias antojadizas del poder en declive... siguiendo un plano inclinado descendente que está empujando a la humanidad a una atroz ignorancia...
la música permite elevarse... salir del cuerpo... despegarse de las densidades del destino... despegarse del dolor circunstancial... dejarse llevar... trascender...
de allí que el ser humano necesite de la música para ir salteando el tiempo que le fue concedido para transitar su "historia"... dejar su huella... portar su sombra...
mientras escribo estas líneas o cualquiera otras, siempre me acompaña la música... en este caso el piano de Yiruma... que es como oir a mi madre tecleando en los albores de mi vida allá en la calle Bacacay a escasa cuadra de la Plaza Flores... o allá en Hinojo en la Provincia de Buenos Aires... vaya a saber dónde fueron a parar sus pianos de concierto... pero la música de ella permanece aún hoy, sesenta y cinco años después... en mi alma, y eso, te digo, no tiene precio... porque me pertenece sólo a mí. SEPTIEMBRE 05, 2015.-
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