viernes, 3 de febrero de 2017

NO HAY QUÍMICA SIN ALQUIMIA || Lee el principio del nuevo ‘thriller’ de la autora de ‘Crepúsculo’ | Cultura | EL PAÍS

Lee el principio del nuevo ‘thriller’ de la autora de ‘Crepúsculo’ | Cultura | EL PAÍS

Lee el principio del nuevo ‘thriller’ de la autora de ‘Crepúsculo’

'La Química', segunda obra para adultos de Stephenie Meyer, sale a la venta el 9 de febrero



La autora estadounidense Stephenie Meyer.

La autora estadounidense Stephenie Meyer.



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Después de triunfar con la saga de vampiros adolescentes más vendida del mundo, Crepúsculo, la autora estadounidense Stephenie Meyer da el salto al thriller con La Química (Suma de Letras) la historia de una exagente que huye de su antigua organización pero deberá aceptar un último caso para limpiar su nombre y salvar su vida. EL PAÍS adelanta un extracto de los primeros capítulos del libro, que saldrá a la venta en España el próximo 9 de febrero. Es la segunda novela para adultos, después de The Host (2008), de una escritora que vendió 155 millones de ejemplares en todo el mundo —6,5 millones en español— con sus obras juveniles sobre vampiros.
La nueva novela, de 632 páginas, ha saltado ya a las listas de los más vendidos en los países en los que ha sido publicada, como Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia e Italia. "La Química es el fruto de la unión entre mis sensibilidades románticas y mi obsesión con Jason Bourne y Aaron Cross. He disfrutado mucho dedicando tiempo a una heroína de acción diferente, una cuya principal arma no es una pistola, un puñal o unos músculos desarrollados, sino su cerebro", asegura Stephenie Meyer.
'La Química' (extracto de los primeros capítulos)
En la otra acera, enfrente del banco, estaba el restaurante donde le gustaba comer a Carston. No era el lugar que ella había propuesto para el encuentro. Además, faltaban cinco días para la cita.
Llegó hasta Carston desde su espalda, siguiendo el mismo recorrido que había hecho él unos minutos antes. Ya tenía la comida en la mesa, un sándwich de pollo a la parmesana, y parecía absorto del todo en consumirlo. Pero sabía que a Carston se le daba mejor que a ella aparentar ser algo que no era.
Se dejó caer en la silla frente a él con discreción. Carston tenía la boca llena cuando levantó la mirada.
Ella sabía que era un buen actor. Daba por hecho que Carston intentaría ocultar su auténtica reacción y mostrar la emoción que deseara antes de que ella pudiera atisbar la primera. Como no dio la menor señal de extrañeza, supuso que lo había pillado completamente por sorpresa. Si hubiera esperado que se presentara, habría fingido que su repentina aparición lo dejaba boquiabierto. Pero lo que hizo, observarla desde el otro lado de la mesa sin abrir más los ojos y sin dejar de masticar al mismo ritmo, era su forma de ahogar la sorpresa. Estaba segura casi al ochenta por ciento.
Ella no dijo nada. Se limitó a sostenerle la mirada inexpresiva y dejar que terminara de tragar el bocado de su sándwich.
—Supongo que era demasiado fácil que nos viéramos cuando habíamos quedado —dijo Carston.
—Demasiado fácil para tu francotirador, desde luego.
Cubierta del libro 'La química', de la escritora Stephenie Meyer.
Cubierta del libro 'La química', de la escritora Stephenie Meyer.
Lo dijo con voz animada y el mismo volumen que había empleado él. Si alguien los oía, se lo tomaría como una broma. Pero los demás grupos sentados en la terraza estaban charlando y riendo a viva voz, y la gente que pasaba por la acera iba escuchando sus auriculares o sus teléfonos. A nadie le importaba lo que acababa de decir, salvo a Carston.
—Eso no fue cosa mía, Juliana. A estas alturas, seguro que ya lo sabes.
Ahora le tocó a ella ahogar la sorpresa. Hacía tanto tiempo que nadie la llamaba por su nombre real que le sonó como el de otra persona. Después del primer sobresalto, sintió una leve oleada de placer. Era bueno que su propio nombre le sonara ajeno. Significaba que estaba haciendo las cosas bien.
Los ojos de Carston se alzaron hacia su evidente peluca (que en realidad era de un color bastante parecido al de su pelo real, pero que a él le haría pensar que ocultaba algo muy distinto). Al instante se obligó a volver a fijar la vista en los ojos de ella. Se quedó otro momento esperando su respuesta pero, al no recibirla, habló de nuevo, midiendo sus palabras.
—Los… individuos que decidieron que debías… retirarte han caído en desgracia. Ya desde el principio no fue una decisión popular, y los que siempre nos opusimos a ella ahora no obedecemos órdenes de esos individuos.
Podía ser cierto. Probablemente no lo fuera.
Carston respondió al escepticismo que leyó en su mirada.
—¿Has tenido algún… encuentro desagradable estos últimos nueve meses?
—Vaya, y yo aquí pensando que ya jugaba al escondite mejor que vosotros.
—Se acabó, Julie. Han terminado entrando en razón.
—Me encantan los finales felices. —Sarcasmo a paletadas.
Carston hizo una mueca, herido por sus palabras. O fingiendo estarlo.
—No tan feliz —dijo despacio—. En un final feliz, no me habría puesto en contacto contigo. Te habríamos dejado tranquila lo que te queda de vida. Y te quedaría mucha, en la medida en que dependiera de nosotros.
Ella asintió como si estuviera de acuerdo, como si se lo creyera. En los viejos tiempos, siempre había pensado que Carston era justo lo que aparentaba ser. Había sido el rostro visible de los buenos durante mucho tiempo. En ese momento, de un modo extraño, casi le resultaba divertido estar intentando descifrar el significado real de sus palabras, como en un juego.
Solo que también estaba esa vocecilla que preguntaba:
«¿Y si no fuese un juego? ¿Y si fuese cierto y pudieras ser libre?».
—Eras la mejor, Juliana.
—El mejor era el doctor Barnaby.
—Sé que no vas a aceptarlo, pero Barnaby nunca tuvo tu talento.
—Gracias.
Carston enarcó las cejas.
—No por el cumplido —se explicó ella, sin variar el tono animado—. Gracias por no intentar convencerme de que su muerte fue un accidente.
—Fue una mala decisión motivada por la paranoia y la deslealtad. Si alguien está dispuesto a traicionar a su compañero, siempre verá a ese compañero como alguien que haría lo mismo. La gente deshonesta no cree que existan personas sinceras.
Ella mantuvo el rostro inexpresivo mientras escuchaba.
En los tres años que llevaba a la fuga, nunca había revelado ningún secreto que conociera. Nunca había dado a sus perseguidores el menor motivo para considerarla una traidora. Incluso mientras intentaban matarla, se había mantenido leal. Y al departamento no le había importado lo más mínimo.
—Pero ahora son los deshonestos los que han metido la pata —siguió diciendo Carston—, porque no hemos encontrado a nadie tan bueno como tú. Qué narices, no hemos encontrado a nadie ni la mitad de bueno que Barnaby. Siempre me sorprende que la gente olvide lo escaso que es el verdadero talento.
Se quedó callado, a todas luces confiando en que hablara ella, esperando que le preguntara algo, que revelara algún signo de interés. Ella se quedó mirándolo educadamente, como alguien miraría al desconocido que le prepara la cuenta en una caja registradora.
Carston suspiró y luego se inclinó hacia ella, con repentina determinación.
—Tenemos un problema. Necesitamos esa clase de respuestas que solo tú puedes proporcionarnos. No tenemos a nadie más que pueda hacer este trabajo. Y esta vez no podemos cagarla.
—Es asunto vuestro, no mío —respondió ella.
—Te conozco bien, Juliana. Te importan los inocentes.
—Me importaban. Podría decirse que esa parte de mí murió asesinada.
Carston hizo otra mueca.
—Juliana, lo lamento mucho. Siempre lo he lamentado. Intenté detenerlos, y no sabes cuánto me alivió que te escurrieras de entre sus dedos. Todas las veces que te escurriste de entre sus dedos.
Ella no pudo evitar sentirse impresionada de que estuviera reconociéndolo todo. Sin negativas, sin excusas. Nada del esperado «Fue solo un desafortunado accidente de laboratorio». Nada del «No fuimos nosotros, sino unos enemigos del Estado». Nada de cuentos, solo una admisión directa y sin rodeos.
—Y ahora todo el mundo lo lamenta. —Carston bajó la voz, obligándola a prestar mucha atención a sus palabras—. Porque no estás con nosotros y va a morir gente, Juliana. Miles de personas. Cientos de miles.
Se quedó callado para dejarla pensar.
Ella se tomó unos minutos para examinar las palabras de Carston desde todos los ángulos posibles.
También bajó la voz, pero se aseguró de no dejar traslucir ningún interés ni emoción.
—Estamos hablando de algo grave, ¿verdad?
Un suspiro.
Nada ponía tan nervioso al departamento como el terrorismo. A ella la habían reclutado antes de que el polvo emocional se asentara en el agujero donde se habían alzado las Torres Gemelas. Impedir el terrorismo siempre había sido el componente principal de su trabajo y la mejor justificación para llevarlo a cabo. La amenaza del terrorismo también había pasado a manipularse, retorcerse y distorsionarse, hasta que al final ella había perdido buena parte de su fe en estar haciendo el trabajo de una patriota.
—Y es un aparato gordo —afirmó más que preguntó.
El mayor hombre del saco era siempre el mismo, el temor a que, en algún momento, alguien que odiara de verdad a Estados Unidos echara mano de un dispositivo nuclear. Esa era la sombra oscura que ocultaba su profesión a los ojos del mundo, la que la hacía tan indispensable, por mucho que el ciudadano estadounidense de a pie prefiriera pensar que ella no existía.
Y la verdad era que había ocurrido. Más de una vez. Las personas como ella eran las que impedían que esas situaciones desembocaran en tragedias humanas masivas. Era un sacrificio: horror a pequeña escala contra matanzas al por mayor.
Carston negó con la cabeza y de pronto sus ojos claros reflejaron una expresión torturada. Ella no pudo contener un pequeño escalofrío interno al
comprender que se trataba de la segunda opción. Solo existían dos temores tan intensos.
«Es biológico». No pronunció las palabras, pero sí movió los labios.
El rostro sombrío de Carston le sirvió como respuesta.
Bajó la mirada un momento, recorriendo en silencio todas sus posibles reacciones y reduciéndolas a dos columnas, dos listas de posibilidades en su mente. Columna uno: Carston era un mentiroso hábil que estaba diciendo lo que creía que la motivaría a desplazarse a un lugar donde habría gente mejor preparada para deshacerse de Juliana Fortis para siempre. Carston estaba improvisando a toda velocidad, tirando de sus cuerdas más sensibles.
Columna dos: alguien tenía un arma biológica de destrucción masiva, y las autoridades no sabían dónde estaba ni cuándo se usaría. Pero conocían a alguien que lo sabía.
El orgullo aportaba cierto peso que desestabilizaba un poco la balanza. Sabía que era buena. Era cierto que probablemente no hubieran podido encontrar a nadie mejor.
Aun así, si tuviera que apostar, sería a la columna uno.
—Jules, yo no te quiero muerta —dijo él en voz baja, adivinando sus pensamientos—. No me habría puesto en contacto contigo si fuera así. No querría ni tenerte cerca. Porque estoy seguro de que llevas encima al menos seis formas de matarme ahora mismo, y tienes todos los motivos del mundo para usarlas.
—¿De verdad crees que habría venido con solo seis? —preguntó ella.
Carston frunció el ceño un segundo, nervioso, antes de optar por reír.
—Más a mi favor. No tengo ganas de morir, Jules, si te soy sincero.
Ella volvió a su tono de voz desenfadado.
—Preferiría que me llamaras doctora Fortis. Creo que los apelativos cariñosos hace tiempo que están fuera de lugar.
Él puso cara de dolor.
—No te estoy pidiendo que me perdones. Debería haber hecho más.
Ella asintió aunque, de nuevo, no fue porque estuviera de acuerdo, sino para hacer avanzar la conversación.
—Te estoy pidiendo que me ayudes. No, a mí no. Que ayudes a los inocentes que morirán si no lo haces.
—Si mueren, no será por mi culpa.
—Lo sé, Ju…, doctora. Lo sé. Será culpa mía. Pero a ellos les importará poco quién sea el responsable. Estarán muertos.
Ella le sostuvo la mirada. No pensaba ser quien parpadeara primero. Los rasgos de Carston se oscurecieron.
—¿Quieres saber lo que podría hacerles?
—No.
—Quizá sea demasiado fuerte hasta para ti.
—Lo dudo. Pero, en realidad, no importa. Lo que podría ocurrir es secundario.
—Me gustaría saber qué hay más importante que cientos de miles de vidas.
—Esto va a sonar muy egoísta, pero seguir respirando se ha convertido en lo primordial para mí.
—No puedes ayudarnos si estás muerta —dijo Carston sin rodeos—. Esa lección está aprendida. Y no va a ser la última vez que te necesitemos. No vamos a cometer otra vez el mismo error.
Se resistía a creérselo con todas sus fuerzas, pero la balanza se desequilibraba cada vez más. Lo cierto era que Carston estaba diciendo cosas con sentido. Los cambios de política no eran nada infrecuentes. ¿Y si era todo verdad? Podía fingir desapego, pero Carston la conocía bien. Le costaría mirarse al espejo después de un desastre de tal magnitud si cabía la menor posibilidad de que pudiera haber hecho algo al respecto. Al principio, la habían convencido del mismo modo para desempeñar la que quizá fuese la peor profesión del mundo entero.

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