Everest, la ruta de la Diosa Madre del mundo.
El Everest no es una cumbre especialmente bella. A la izquierda de la vertiente sur, presumen de estampa el Lhotse y el Nuptse.
Pero el pico más alto del mundo (8.850 metros) no sólo les saca cientos de metros más sino que su robusta presencia atrae inevitablemente la mirada de las miles de personas que acuden todos los años al valle del Khumbu, en el Nepal, para contemplar el techo del planeta tras diez días de caminatas hasta alcanzar los 5.600 metros de altura del Kala Phatar, meta de la ruta.
Esta peregrinación alpina tiene ya más de medio siglo desde que el neozelandés Edmund Hillary alcanzase el 29 de mayo de 1953 junto a Tenzing Norgay la cima del Everest. Quienes más saben de la majestuosidad del pico son los sherpas, habitantes de los valles de los Himalayas. Para ellos, el mítico pico es Sagarmatha («Diosa madre del mundo»), el eje sobre el que se articula su mundo. Antes, cuando el montañismo no era nada, el Everest era frontera que debían sortear para acarrear mercancías vitales para sobrevivir.
Hoy es el motor económico de la zona, donde trabajar como imprescindibles guías y porteadores de los que acuden para vivir esta formidable aventura. Esta gente menuda, musculosa e incansable vive por encima de los tres mil metros de altura, mientras que los estamos apenas dos semanas sólo sobrevivimos entre el mal de altura y la fascinación por los paisajes.
Gracias a Edmund Hillary, los senderistas y montañeros que acuden a escalar el Everest, el Lhotse, el Nuptse, el Ama Dabaland, el Lobuche, el Pumori, el Khumbuse o simplemente hacer senderismo de gran altura se ahorran una semana de penosas caminatas.
Su propósito de sacar este valle del subdesarrollo le llevó a encabezar una empresa titánica para construir un aeródromo en Lukla, una localidad colgada a 2.800 metros.
Ésta es ahora la entrada habitual del trekking. Claro que este pequeño aeropuerto es una pista en pendiente de apenas 300 metros que convierte el aterrizaje en un pequeña caída en picado de las avionetas hacia la único franja asfaltada de toda la zona, y los despegues, en una rampa de portaaviones.
Si algo caracteriza este valle es la presencia constante y el recuerdo eterno a Hillary, que tras su éxito mundial no se olvidó del pueblo sherpa que le ayudó a llegar a la mítica cumbre.
A través de una fundación y varias instituciones internacionales logró millones de dólares para construir escuelas, hospitales, puentes colgantes, promover planes forestales, programas medioambientales y así dignificar la vida de los habitantes del Khumbu y evitar su sangría demográfica.
Para realizar esta ruta no se precisan unas condiciones físicas extraordinarias, pero sí estar acostumbrado a las caminatas, tener capacidad de sacrificio, no pedir las comodidades del mundo occidental y tener el sentido común de descender si aparece síntomas del mal de altura.
Para evitar un sobre esfuerzo, las etapas no superan las seis horas de caminata, siempre ganando altura, para que el cuerpo se adapte a la altitud. Además, suele haber uno o dos días de descanso como adaptación obligada.
Sorprenden en los primeros días los bosques que tapizan las paredes verticales del cañón que conduce al Everest. El rododendro es el árbol nacional sherpa, que resta aspereza a las graníticas montañas que ganan majestuosidad según avanzan los días.
La primera gran parada es en Namche Bazar, centro comercial del valle, donde se puede comprar todo lo que uno se haya olvidado para el camino, aunque a lo largo de los poblados que se van cruzando siempre hay colmados donde abastecerse de comida, agua, ropa, mochilas...
A partir de ahí, el paisaje se abre al cielo, con la columna perfecta del Ama Dablang (6.856 metros) antes de llegar a Khumjung, donde hay una efigie a Edmund Hillary por su contribución al desarrollo del pueblo, y donde guardan una supuesta cabeza de yeti.
Desde ese momento restan pocas etapas, pero son las más complicadas físicamente. Para recuperar fuerza y adaptarse a la falta de oxígeno, se hace una parada de un día en Thyangboche, con su monasterio budista y la primera gran visión del Everest.
Con tres días más, se alcanza la cima del Kala Pattar, rozando los 5.600 metros, donde los que alcanzan la cima se empequeñecen en medio de un enorme circo con algunas de las más altas montañas del mundo. Mientras la cumbre del Everest nos mira por encima del hombro.
Thuk Je Che Tibet
El Everest no es una cumbre especialmente bella. A la izquierda de la vertiente sur, presumen de estampa el Lhotse y el Nuptse.
Pero el pico más alto del mundo (8.850 metros) no sólo les saca cientos de metros más sino que su robusta presencia atrae inevitablemente la mirada de las miles de personas que acuden todos los años al valle del Khumbu, en el Nepal, para contemplar el techo del planeta tras diez días de caminatas hasta alcanzar los 5.600 metros de altura del Kala Phatar, meta de la ruta.
Esta peregrinación alpina tiene ya más de medio siglo desde que el neozelandés Edmund Hillary alcanzase el 29 de mayo de 1953 junto a Tenzing Norgay la cima del Everest. Quienes más saben de la majestuosidad del pico son los sherpas, habitantes de los valles de los Himalayas. Para ellos, el mítico pico es Sagarmatha («Diosa madre del mundo»), el eje sobre el que se articula su mundo. Antes, cuando el montañismo no era nada, el Everest era frontera que debían sortear para acarrear mercancías vitales para sobrevivir.
Hoy es el motor económico de la zona, donde trabajar como imprescindibles guías y porteadores de los que acuden para vivir esta formidable aventura. Esta gente menuda, musculosa e incansable vive por encima de los tres mil metros de altura, mientras que los estamos apenas dos semanas sólo sobrevivimos entre el mal de altura y la fascinación por los paisajes.
Gracias a Edmund Hillary, los senderistas y montañeros que acuden a escalar el Everest, el Lhotse, el Nuptse, el Ama Dabaland, el Lobuche, el Pumori, el Khumbuse o simplemente hacer senderismo de gran altura se ahorran una semana de penosas caminatas.
Su propósito de sacar este valle del subdesarrollo le llevó a encabezar una empresa titánica para construir un aeródromo en Lukla, una localidad colgada a 2.800 metros.
Ésta es ahora la entrada habitual del trekking. Claro que este pequeño aeropuerto es una pista en pendiente de apenas 300 metros que convierte el aterrizaje en un pequeña caída en picado de las avionetas hacia la único franja asfaltada de toda la zona, y los despegues, en una rampa de portaaviones.
Si algo caracteriza este valle es la presencia constante y el recuerdo eterno a Hillary, que tras su éxito mundial no se olvidó del pueblo sherpa que le ayudó a llegar a la mítica cumbre.
A través de una fundación y varias instituciones internacionales logró millones de dólares para construir escuelas, hospitales, puentes colgantes, promover planes forestales, programas medioambientales y así dignificar la vida de los habitantes del Khumbu y evitar su sangría demográfica.
Para realizar esta ruta no se precisan unas condiciones físicas extraordinarias, pero sí estar acostumbrado a las caminatas, tener capacidad de sacrificio, no pedir las comodidades del mundo occidental y tener el sentido común de descender si aparece síntomas del mal de altura.
Para evitar un sobre esfuerzo, las etapas no superan las seis horas de caminata, siempre ganando altura, para que el cuerpo se adapte a la altitud. Además, suele haber uno o dos días de descanso como adaptación obligada.
Sorprenden en los primeros días los bosques que tapizan las paredes verticales del cañón que conduce al Everest. El rododendro es el árbol nacional sherpa, que resta aspereza a las graníticas montañas que ganan majestuosidad según avanzan los días.
La primera gran parada es en Namche Bazar, centro comercial del valle, donde se puede comprar todo lo que uno se haya olvidado para el camino, aunque a lo largo de los poblados que se van cruzando siempre hay colmados donde abastecerse de comida, agua, ropa, mochilas...
A partir de ahí, el paisaje se abre al cielo, con la columna perfecta del Ama Dablang (6.856 metros) antes de llegar a Khumjung, donde hay una efigie a Edmund Hillary por su contribución al desarrollo del pueblo, y donde guardan una supuesta cabeza de yeti.
Desde ese momento restan pocas etapas, pero son las más complicadas físicamente. Para recuperar fuerza y adaptarse a la falta de oxígeno, se hace una parada de un día en Thyangboche, con su monasterio budista y la primera gran visión del Everest.
Con tres días más, se alcanza la cima del Kala Pattar, rozando los 5.600 metros, donde los que alcanzan la cima se empequeñecen en medio de un enorme circo con algunas de las más altas montañas del mundo. Mientras la cumbre del Everest nos mira por encima del hombro.
Thuk Je Che Tibet
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