María Estuardo, el mito escocés que no deja de fascinar
Estudiosos y artistas siguen poniendo su mirada en una reina que genera opiniones encontradas
Castillo del Lago Leven (Escocia)
Retrato de María Estuardo presa. En el vídeo, Ken Follett lee en el Castillo del Lago Leven (Escocia) un fragmento de su novela 'Una columna de fuego' sobre el cautiverio de la reina en ese sitio. C. MARTÍNEZ
Cuando Escocia supo que Saoirse Ronan iba a dar vida a María Estuardo en la enésima película (que se estrena el año que viene) sobre la tempestuosa vida de la reina comenzaron las dudas en las redes sociales. ¿Logrará una actriz nacida en EE UU de padres irlandeses y considerada versátil con los acentos recrear el habla de una políglota monarca escocesa criada en la Francia del siglo XVI? La pregunta podía resultar sorprendente si se tiene en cuenta que el personaje había sido previamente encarnado por Katharine Hepburn (estadounidense), Vanessa Redgrave, Samantha Morton (ambas inglesas) o Elizabeth Taylor, una londinense que llegó de niña a Los Ángeles. Pero el debate ya no era puramente cinematográfico: entraba en juego la memoria de uno de los mayores iconos nacionales. Nombrada reina de Escocia seis días después de nacer, por la muerte de su padre Jacobo V (del que era su única hija legítima), y breve reina consorte de Francia, entre 1559 y 1560, María Estuardo (1542-1587) es hasta hoy una suerte de orgullo identitario para Escocia, una nación con un pasado repleto de enfrentamientos con los ingleses, incluso después de la creación del Reino Unido en 1707, y que reclama ahora un nuevo referéndum de independencia (hubo uno en 2014, en el que ganó el “no”) para regresar a la UE tras el Brexit.
Pocas figuras históricas han fascinado tanto a académicos, escritores o cineastas. No es de extrañar. María Estuardo reúne todos los elementos del mito romántico: una belleza, pelo rojo y altura que llamaban la atención; una personalidad impetuosa; una vida desdichada (pasó casi media vida presa y enviudó tres veces, la última del posible asesino de su segundo marido) y un trágico final, degollada. A lo largo de cuatro siglos, la prosa (Stefan Zweig, Walter Scott), poesía (Lope de Vega, Joseph Brodsky o Robert Burns), teatro (Victor Hugo, Friedrich Schiller), ópera (Donizetti, Mercadante), música (Richard Wagner, Robert Schumann, Lou Reed) o cine (John Ford) han mantenido vivo su recuerdo. El último en sumarse a la lista es el escritor británico Ken Follett, que la ha convertido en uno de los principales personajes de Una columna de fuego, la tercera parte de la saga que inició Los pilares de la tierra y que llega este martes a las librerías.
“María Estuardo es un personaje muy controvertido que genera opiniones muy encontradas. Si se la observa desde el prejuicio, se la ve como peligrosa e incluso malvada, pero si se la analiza desde una óptica positiva pasa a ser una víctima de los acontecimientos. Creo que la realidad está en algún lugar en el medio y que fue mejor reina de lo que se le suele atribuir”, asegura por teléfono Janet Dickinson, experta en historia inglesa del siglo XVI y profesora en la Universidad de Oxford. Una falta de consenso que ya lamentaba el autor austriaco Stefan Zweig en la biografía que publicó en 1935: “Quizás no haya ninguna mujer cuyos rasgos hayan sido trazados de manera tan divergente, ora como asesina, ora como mártir, ora como necia intrigante, ora como santa celestial. Curiosamente esa variedad de su imagen no es culpa de la falta de material acerca de su figura, sino de la desconcertante abundancia del mismo (…) Contra todo 'sí' atestiguado documentalmente se alza un 'no' atestiguado documentalmente. Contra toda acusación, una disculpa”
Los “acontecimientos” a los que aludía Dickinson son las guerras de religión que ensangrentaron y dividieron Europa en el siglo XVI. En Inglaterra, tras la muerte de la ultracatólica María Tudor (apodada Bloody Mary, María la sangrienta, por su represión del incipiente protestantismo) llegó al trono su media hermana Isabel I, quien volvió a romper con la autoridad papal, como ya había hecho su padre Enrique VIII. En este contexto, los otros dos principales países de Europa (España y Francia) veían con mucha simpatía la posibilidad de que una católica recuperase el trono de Inglaterra. Y María Estuardo, que había sido criada en esa fe en Francia, era la candidata ideal: muchos católicos en Gran Bretaña la consideraban la justa heredera, pese a que el testamento de Enrique VIII excluía a los Estuardo de la sucesión y que el Parlamento inglés había decretado que Isabel I era hija legítima, y no bastarda. La vajilla y muebles de María Estuardo estuvieron, de hecho, grabados con el título “Francisco y María, por la gracia de dios, rey y reina de Francia, Escocia, Inglaterra e Irlanda”. Nunca convirtió la reclamación en un asunto vital, pero tampoco renunció a ella.
Cuando con 18 años, y viuda por primera vez, regresó a Escocia, el país ya era oficialmente protestante. Lo aceptó, sin renunciar a su catolicismo, en parte porque ya había visto la deriva que tomaba Francia hacia tres décadas de enfrentamientos entre católicos y hugonotes (protestantes franceses). “María Estuardo había vivido la conjura de Amboise (un frustrado intento hugonote en 1560 de raptar al rey Francisco II para alejarle de la tutela de los duques De Guisa, católicos fervientes) y entendió que en Escocia hacía falta algún tipo de entendimiento para evitar el derramamiento de sangre”, explica Dickinson.
La escasa popularidad de sus matrimonios le hizo perder el favor de la calle. Uno de ellos motivó una revuelta de nobles protestantes, que la obligaron a abdicar en 1567. Por una parte, Isabel I temía apoyar la rebelión contra su prima en la misma isla de Gran Bretaña porque podía desestabilizar a la monarquía como institución, pero por otra no olvidaba que María Estuardo reclamaba formalmente el trono de Inglaterra, algo que siempre las separó. “Nunca llegaron a reunirse. Desde un punto de vista personal tenían mucho en común: la preocupación sobre con quién casarse, los retos de reinar como mujer, la necesidad de tener un hijo varón… Por eso al principio no quiso encerrarla. Pero desde una perspectiva política, era imposible un entendimiento porque tenían agendas irreconciliables. María Estuardo había tenido un hijo [que heredaba su sangre real escocesa y la inglesa de su segundo marido, Lord Darnley, con la consiguiente aspiración a ambos tronos] y tenía que ser neutralizada porque suponía una amenaza para el futuro”, apunta la experta.
Mary, Queen of Scots, como se la conoce en Reino Unido, fue retenida por los ingleses en un castillo en medio de un lago escocés. Logró escapar e insistió en ir a Inglaterra a pedir ayuda militar a Isabel I para recuperar el trono de Escocia. Cuando se enteró de que había cruzado la frontera, su prima mandó recluirla de nuevo (durante 18 años) antes de ordenar su ejecución, acusada de haber participado en un complot para asesinarla. Tenía 44 años y su famosa melena pelirroja se había vuelto gris.
Tras su muerte, el personaje acabó cobrando un carácter mítico con rasgos nacionalistas e incluso pseudorreligiosos. El Museo y Galería de Arte Kelvingrove de Glasgow expone un anillo (una de las joyas que más le gustaba llevar) o un quaich (taza escocesa empleada para beber alcohol o como decoración) asociados a la reina para explicar que algunos de estos objetos fueron guardados como reliquias sagradas. Un distrito de Glasgow se llama Battlefield (campo de batalla) por la batalla de Langside de 1568, en la que las tropas leales a María Estuardo fueron vencidas en apenas 45 minutos por el conde de Moray. Es el siempre romántico atractivo de la derrota. El citado castillo del Lago Leven, en el que estuvo presa un año hasta su huida, es en la actualidad una atracción turística a la que se accede en una barca bautizada como Mary´s spirit (El espíritu de María), y los visitantes hacen cola ante el Palacio de Holyrood de Edimburgo para ver la legendaria “mancha de sangre imposible de borrar” que dejó el asesinato del secretario personal de la reina, David Rizzio, en una conspiración de nobles de la que formaba parte el entonces rey consorte, Lord Darnley, que sospechaba que la había dejado embarazada.
El culto a María Estuardo alcanzó su cénit en el siglo XIX, hasta el punto de que la propia reina Victoria, fascinada por el personaje, aseguraba ser su descendiente. En Kelvingrove figura entre las cuatro “leyendas” del país, junto con William Wallace, el guerrero que venció a los ingleses en el siglo XIII en la batalla del Puente de Stirling (popularizado fuera de Reino Unido por la película “Braveheart”); “Bonnie Prince Charlie”, el más famoso jacobita, movimiento que luchó sin éxito por restaurar la Casa de Estuardo al frente de Inglaterra y Escocia; y Robert Burns, el poeta nacional por excelencia y precisamente autor del “Lamento de María (Estuardo)”, que concluye con los versos: “las flores que dé la primavera florecerán en mi tranquila tumba”.
La idea de martirio, que tanto entronca con el imaginario católico y que la propia reina reforzó al vestir una prenda carmesí (color asociado al martirio) en su ejecución, es precisamente uno de los elementos de su pervivencia en la historia, las artes y las tradiciones populares. “Mi fe católica y el mantenimiento del derecho que Dios me ha dado a esta corona son los dos puntos por los que soy condenada y, sin embargo, no me permiten decir que es por mi fe católica que voy a morir”, defendía en la carta que escribió al rey de Francia, Enrique III, hermano de su primer marido, Francisco II, seis horas antes de ser degollada. En la tienda de la Biblioteca Nacional de Escocia, en Edimburgo, las copias de la misiva ocupan todo un estante.
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