martes, 12 de septiembre de 2017

LOS SECRETOS NO TIENEN ISLA || ¿Y si el espía fuera Javier Marías? | Cultura | EL PAÍS

¿Y si el espía fuera Javier Marías? | Cultura | EL PAÍS

¿Y si el espía fuera Javier Marías?

El autor de 'Berta Isla' se enfrenta al reto de guardar sus propios secretos

Presentación del libro de Javier Marías 'Berta Isla', en el Círculo de Bellas Artes. De espaldas, Antonio Lucas.

Presentación del libro de Javier Marías 'Berta Isla', en el Círculo de Bellas Artes. De espaldas, Antonio Lucas. 



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Javier Marías le aturden las presentaciones de sus libros. Y ha escrito quince novelas, y otras tantas recopilaciones de sus textos periodísticos, ensayos literarios, traducciones, entre ellas la de la célebre Tristram Shandyde Laurence Sterne.
Pero este libro, Berta Isla, que acaba de sacar Alfaguara, contiene varios secretos que ni siquiera conoce Berta Isla, la protagonista. Y aunque su libro no va “de espías ni de aventurillas” a él no le gusta que le levanten la falda a la escritura y nos lancemos los periodistas a destripar lo que hay dentro.
Pues es una novela “de espera y de incertidumbre”, como le dijo a Antonio Lucas,poeta y periodista, que le entrevistó anoche en el Círculo de Bellas Artes para celebrar lo que su editora, Pilar Reyes, llamó “el bautismo en Madrid” de la novela más secreta (“y más desolada”, ha dicho la crítica) de Javier Marías.
Acaso por eso, por la desolación y por la espera, “y por la incertidumbre que contiene”, Marías hacía tiempo fumando por fuera del Círculo. Fumando uno, dos, tres cigarrillos. Es un hombre de esperas fumando; allí estaba con su terno negro, su camisa blanca, bien afeitado. Y en el terno negro el pin de siempre, William Shakespeare, su santo patrón británico, de la misma nacionalidad que el personaje ausente de la novela, el espía que guarda el secreto, y los secretos, que Berta Isla nunca (quizá, no hagan spoiler, pide el autor) llegará a saber.
En esa espera con tabaco a Marías le pregunta un contertulio:
--¿Y si el espía fuera Javier Marías?
--A eso no te voy a contestar. ¡Quizá lo sea!
No quiere que empiece el acto, aunque luego le dirá a Lucas:
--Empecemos cuanto antes, que así terminamos pronto, que de eso se trata.
Empezaron puntual, como acuciados por la nacionalidad del espía, a pesar de que antes había dicho, con la voz esa que tiene para susurrar en los libros: “No tengo ganas de que empiece ni de que se celebre ni de que se haya celebrado ni de nada, no tengo ganas de nada de esto, vamos”. Acaso la clave de esa desgana se la dijo también a Lucas, en medio de la conversación que tuvieron luego:
--Haber escrito 544 páginas para que luego tenga que resumirlas y abaratarlas diciendo una frase cualquiera o cualquier bobada...
Porque él no puede decir en qué consiste esta novela “porque trata de la vida misma”. Es decir, de la necesidad que el hombre tiene “de espera y de incertidumbre”. Si el hombre no tiene que esperar ni se siente concernido por la dificultad de averiguar qué es lo que viene con la vida “todo sería desgarrador e insoportable”.
Así que si bien la novela trata de un espía y de su decisión de aceptar la llamada de la Patria y de abandonar así, tan pronto, una vida marital normal que se hubiera iniciado en 1969 y resulta, y esto podría ser tenido como un fracaso, en 1996 sin que el secreto del hombre no sea compartido (ni eso parece que han compartido) por Berta Isla, la que espera… Así que siendo todo eso la novela no es eso. Léanla.
En ese tiempo de su propia espera antes de que empezara el acto, Javier Marías se fumó exactamente cuatro cigarrillos; y no se los fuma como quien tiene prisa (va a empezar el acto, no puede empezar sin mí), sino como si estuviera interpretando parte de su novela. Los que le rodean ante el Círculo se fijan en que este Javier Marías melancólico, “de precisión relojera”, como le ha dicho Lucas, podría ser también el espía que hace esperar, el que crea la pena de incertidumbre.
--¿Y si usted fuera el espía, y si en ese pin de Shakespeare ocultara usted el micrófono?
--Sí, que ahora te lo voy a revelar… Anda, vamos, debemos ser puntuales. Por Shakespeare al menos.

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