ARTE
Marcel Dzama: “Mis dibujos son una especie de rebelión”
El universo de Dzama, que expone en La Casa Encendida, está lleno de mascaradas, ironía y una violencia soterrada que oscila entre el juego surrealista y los tintes dadás
'The flowers have horns and devil has thorns' (2014), dibujo de Marcel Dzama. JASON SCHMIDT
Es un entusiasta, una de esas personas soñadoras que viven en un mundo imaginario y un tiempo propio, entre realidades paralelas y conexiones invisibles. Dice Marcel Dzama (Canadá, 1974) que sobre todo aparecen de noche, justo antes de quedarse dormido. Vive pegado a un cuaderno, donde anota todo lo que se le ocurre. “Hay ideas que tomo de un libro, de las noticias de la radio, de la charla con un amigo o, simplemente, del azar. Esas notas se quedan ahí en espera, pero con vida propia. A veces me parece que estoy mucho más lúcido justo en ese estado de duermevela que para mí es un lugar especialmente creativo. Ahí empieza todo”, explica.
Dzama dibuja todos los días y todavía se sorprende por la oscuridad de su imaginación. La fascinación de su padre por los documentales de la II Guerra Mundial abrió la puerta a la perturbación y su amor por la historia. Goya contribuyó lo suyo con Los desastres en la serie que hizo sobre la guerra de Irak, y Duchamp también puso su granito de arena con el morbo y misterio tras su Étant Donnés. “Intento no censurarme en absoluto”, dice. Creció en Winnipeg, Canadá, una ciudad remota que describe como fantasmal, sobre todo durante los largos inviernos cuando todo se silencia bajo un metro de nieve. Desde que se mudó a Nueva York en 2004, trabaja desde el segundo piso de su casa en Brooklyn, en una pequeña habitación cuadrada llena de libros, discos y recortes de revistas. La voz de Leonard Cohen ameniza las veladas y un pequeño cartel amarillo añade aún más tensión con “Peligro, alta tensión”. Hay moldes de yeso, botes de pintura y una cabeza de oso que aparece en muchos de sus vídeos, bajo el que intuyo que debe sentirse muy cómodo.
A sus 43 años, es un personaje de culto: ha diseñado portadas para Beck, trabajado con Arcade Fire y conquistado a Dave Eggers y Spike Jonze. Trabaja con las mejores galerías y expone en importantes museos. Sin embargo, todavía mantiene cierta actitud pueril y tímida. Dzama desliza pensamientos profundos que acaban en risa nerviosa, y lleva calcetines gruesos y de color castaño que hacen que sus pies parezcan patas. Sus personajes son un poco así, semihumanos y semianimales, y también dan risa y miedo al mismo tiempo. “Viví con mis abuelos durante un año en una granja en Saskatchewan y veía todo tipo de animales con personalidades muy diferentes entre sí. Desde entonces, siempre recurro a los animales como una representación de historias mitológicas y fabulaciones”.
A menudo brincan en cabalgatas eróticas de festiva anarquía. Lo hacen desde que estudió Arte en la Universidad de Manitoba, donde fundó The Royal Art Lodge, un colectivo de artistas colegas y familiares que quedaban todos los miércoles por la noche para hacer dibujos, muñecos de trapo, cómics, collages,marionetas o dioramas en colaboración: uno empezaba a trabajar una pieza y la iba pasando a los demás para que la completaran hasta que alguien la daba por acabada. Una curiosa revisión de las técnicas surrealistas del cadáver exquisito que retomó hace unos años junto al también artista Raymond Pettibon. Amor se profesan. “Fue el primer artista contemporáneo vivo que conocí, gracias a las portadas de los discos que escuchaba de adolescente, como Sonic Youth. También el primer artista que llevó el dibujo a un ámbito popular. No estoy seguro si tendría un lugar en el mundo del arte si no fuera por él. Me gusta más trabajar con Ray que dibujar en solitario. Me ha enseñado muchas cosas, como trabajar a gran escala, ese lado político de denuncia y a no tomarme nada demasiado en serio. Empezamos a dibujar en manteles y servilletas durante las muchas cenas en las que coincidíamos, ya que compartimos galería, David Zwirner, y hemos acabado haciendo varios fanzines. Ahora estamos pensando en trabajar juntos en una película, hacer más dibujos e incluso un libro en tapa dura”.
De pronto, da un brinco y vuelve a sus 22 años y al garaje de Winnipeg. Explica que allí empezó a hacer los primeros dioramas, simples regalos para su novia, Shelley, y tan celebrados años después. Son dibujos llevados a su dimensión volumétrica, odas a Joseph Cornell. Con el tiempo, empezaron a ser cada vez más teatrales y Dzama fue adentrándose en la danza: “Cuando me mudé a Nueva York, descubrí que mis dibujos eran claustrofóbicos y estaban llenos de gente. Buscando poner orden en ese caos, empecé a dibujar a los personajes en posiciones de ballet. A raíz de aquello, la danza me fascinó y llegó Une danse des bouffons (2013), un vídeo de un ballet burlesco donde Kim Gordon interpreta a María Martins, amante de Duchamp. El tablero de ajedrez sobre el que danzan los bailarines es un claro homenaje a él, la primer persona que descubrí que se llamaba como yo. Más tarde llegaron otras colaboraciones con la danza, como el vestuario para The Most Incredible Things, de Justin Peck, que estrenó el año pasado en Nueva York con más de 38 trajes diferentes. Fue realmente emocionante ver cómo cobraban vida”.
Con mis obras no me acerco a la política como meta, sino que intento pegarme al instante. Leer sin distancias. Volcar inquietudes
Casi como un acto de reafirmación personal, como cuando reivindica su dislexia a la más mínima oportunidad, Dzama celebra ser inmune a la revolución digital. “Mis dibujos, íntimos e intimidatorios, siempre han sido una especie de rebelión”, explica. No es la única. Hay otra revolución instalada en La Casa Encendida, en la mayor revisión de su trabajo en nuestro país. Pero ¿de qué revolución hablamos? “De una revolución global. No sólo de un cambio político o económico, sino sobre todo cultural. Del pensamiento de una era que cree en la revolución como proceso de cambio”, dice.
También del dibujo como agitación. Hay muchos en la exposición, tanto de obras antiguas, llenas de carmines, olivos y marrones, como las últimas, donde se cuela Donald Trump o el Ku Klux Klan. Todo es muy apocalíptico: “El mundo está en alerta: el clima, guerras nucleares, el terrorismo, el nacionalismo… Y, claro, Trump. Todo está cambiando tan rápido, y no para mejor, que ni siquiera tenemos tiempo para reaccionar a lo que está sucediendo en este momento, porque ya estamos preocupados por el siguiente. Con mis obras es lo que trato de hacer, pegarme al instante. Leer sin distancias. Volcar inquietudes. No me acerco a la política como meta. Mi posición no es tan pura, sino que llego a la política a través de muchas otras cosas indisociables en la vida de la gente, otras políticas. Todo el mundo tiene su historia. Yo la escribo, la cuestiono, la celebro”, argumenta.
Desde una de las paredes de la exposición, un dibujo grita el mensaje clave: La revolución será femenina. “Soy feminista, claro. Habiendo crecido en Canadá, creo que la mayoría diría lo mismo. Aunque no fue hasta que llegué a Estados Unidos cuando vi cómo había problemas con la palabra feminismo. Por eso es importante hablar de ello. Lo hago con mis figuras recurrentes, la mayoría femeninas. También con los vaqueros, donde yo mismo me cuestiono mi masculinidad. La mujer es la que tiene la verdadera posición de poder”.
Marcel Dzama. ‘Dibujando una revolución’. La Casa Encendida. Madrid. Del 28 de septiembre al 7 de enero.
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