miércoles, 19 de diciembre de 2018

La imaginación tiene un problema | Cultura | EL PAÍS

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TIPO DE LETRA COLUMNA 

La imaginación tiene un problema

El argentino Damián Tabarovsky firma 'Fantasma de la vanguardia', uno de los ensayos más combativos de 2018

Pared en el barrio madrileño de Lavapiés.

Pared en el barrio madrileño de Lavapiés. 



Una tarde de hace tres años llegó a casa de Rafael Sánchez Ferlosio una caja con ejemplares de uno de sus libros. El escritor la abrió, contempló el contenido y exclamó: “¡Qué barbaridad! El nombre del autor sale más grande que el título”. Ferlosio y su exclamación son de otro tiempo, aquel en que el marketing se llamaba mercadotecnia y aún no era una rama de la literatura. Esa rama es justo la que se echa de menos en Fantasma de la vanguardia (Mardulce), uno de los ensayos más combativos de 2018. Lo firma el argentino Damián Tabarovsky, que ya en 2004 tiró una piedra al estanque con el provocador Literatura de izquierda.
La imaginación tiene un problema
Como hace 14 años, el autor de El amo bueno, reivindica una escritura “excéntrica y política” que sea lo segundo por ser lo primero, no por el tema que toque: “Una novela no es política porque hable de dictadores ni social porque hable de narcotraficantes, ni filosófica porque aparezca Heidegger como personaje. Esa es la solución sencilla, trivial. Insignificante. Es la literatura que viene preparada para ser reproducida, publicitada y festejada por el mercado (...) Lo que vuelve política a la literatura es la pregunta por la frase”.La pregunta por la frase es, en el fondo, la pregunta por una sintaxis que “imposibilite su absorción por el mercado”. No es raro que Tabarovsky también se pregunte si no fue la teoría la “gran novela” de la segunda parte del siglo XX. Por “la teoría” se entiende, claro, aquel momento de los años 60 en que vanguardia estética y vanguardia política iban de la mano, momento que el propio ensayista matiza con una “frase terrible” de Héctor Libertella: “Mientras nosotros leíamos a Foucault y a Derrida, Foucault y Derrida leían a Borges”.
Aunque Fantasma de la vanguardia señala la aparición de una “sensibilidad política” de izquierda que “se expresa en estéticas de tipo conservador”, el ensayo lo discute todo sin salir del interior de los libros, es decir, sin entrar en aquello que desde fuera busca facilitar su tránsito por el famoso y absorbente mercado. ¿Está la literatura crítica al margen de la mecánica consumista que Pasolini denunciaba como la gran mutación antropológica de nuestro tiempo? Si lo está, maneja bien los resortes del sistema que dice denunciar: la cifra de ventas como argumento de autoridad, los elogios en la faja del libro, la faja misma, los premios concedidos por una editorial a escritores que ya figuran en su catálogo... A veces sales de una exposición de arte comprometido y te encuentras con los logos de los “patronos corporativos” (multinacionales, aseguradoras). A veces cierras un libro que retrata los desmanes del capital y te encuentras con una nota que dice que ha sido escrito con una beca de la fundación de un banco. “Hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, dice una famosa frase de Fredric Jameson citada por Tabarovksy. Lo difícil es imaginar a un novelista que piense que su nombre sale demasiado grande.

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