Congoja, amenaza, liberación
Jane Smiley retrata magistralmente en ‘La edad del desconsuelo’ los miedos y cobardías de un padre de familia al que no le gusta hablar pero no para de hacerlo
Retrato de Jane Smiley, en París en 2016. ULF ANDERSEN GETTY IMAGES
La edad del desconsuelo es la de un dentista de 35 años, casado con una dentista guapa, decidida y muy inteligente, que mide 1,62 y con la que ha tenido tres encantadoras hijas: Lizzie, dotada con un extraordinario sentido de la vista y una increíble capacidad para el vómito; Stephanie, que todo lo oye y se ensimisma a menudo —va a su bola—, y Leah, que aprende a través del tacto de sus manos grandes y ama a su papi con una vampírica desmesura. Son tres seres casi mágicos —maravillosamente comunes— que recuerdan a esas hadas que se meten dentro del cofre para debatir el futuro de Aurora en la versión Disney de La bella durmiente.
Si bien es cierto que esta novela breve de Jane Smiley (Los Ángeles, 1949) podría compartir algunas características con el cuento de hadas, enamoramientos y ausencias familiares, sospecha de que en la dulzura anidan los gusanos, la virtud fundamental del libro reside en la voz narrativa de Dave, un hombre evidentemente privilegiado desde un punto de vista económico y aparentemente privilegiado desde un punto de vista afectivo, que es capaz de encarnar al mismo tiempo la legitimidad de algunos de nuestros miedos contemporáneos y la ilegitimidad de algunas de nuestras cobardías.
Esa fusión entre justificada cobardía y miedo preventivo, entre nuestra faceta animalesca y nuestras estrategias racionales, cuaja en el concepto de familia y dispara una pregunta basada en uno de los mimbres, parasitarios y resentidos, de nuestra propia existencia: ¿tiene derecho este hombre a estar desconsolado?
No voy a responder a esta pregunta, pero sí diré que Smiley exhibe gran destreza para relacionar el desconsuelo metafísico con las condiciones de vida; para contarnos que la comunicación conyugal es un acto heroico; que las hijas somatizan las tensiones de sus progenitores; y que el amor puede llegar a ser tremenda carga y sustancia imprescindible para la supervivencia. La autora no solo construye con brillantez una mirada y una voz masculinas, sino que lleva a cabo el retrato de una paternidad contemporánea que se sitúa en el filo del miedo a la pérdida y el cansancio absoluto: las escenas de la fiebre de una de las hijas logran un efecto simultáneo de congoja, amenaza, liberación, inquietud. A este narrador, como hombre estereotipado, no le gusta mucho hablar, aunque quizá lo que sucede es que no habla con quien debería, porque en el libro no para de hacerlo, y esta contradicción un poco grotesca define un sentido del humor que radicaliza aún más la tristeza inexorable de La edad del desconsuelo.
Así, en un plano metaliterario, la literatura sería un modo de desviar las conversaciones urgentes. O quizá, en el extremo opuesto, la literatura es la herramienta con la que nos atrevemos a iniciar esas conversaciones que, en el espacio de lo real, resultan aterradoras. En definitiva, un libro complejo y valiente, cuajado de personajes conmovedores —las niñas aparecen perfiladas en su fragilidad, belleza y tiranía— y excelentes diálogos, con un narrador protagonista que pone el dedo en la llaga de preocupaciones acuciantes en nuestra contemporaneidad —¿qué es un “padre involucrado”?—. Una novela que se lee con una facilidad casi peligrosa. No vayan a perderse ni un solo matiz. Sería una auténtica lástima.
La edad del desconsuelo. Jane Smiley. Traducción de Francisco González López. Sexto Piso, 2019. 113 páginas. 15,90 euros.
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