Una ciudad con tiempo para mirarla
'Microgeografías de Madrid' es un libro más de tiempo que de espacios. Los encuentros y paradojas retratados por la editora Belén Bermejo podrían estar en muchos lugares del mundo
BELÉN BERMEJO
No con lupa, sino con tiempo y sin prejuicios. Así mira su ciudad la editora Belén Bermejo. Y así la ha retratado en su libro Microgeografías de Madrid (PlanB): una ciudad de detalles muchas veces paradójicos, simbólicos, incluso poéticos, y seguramente invisibles para quien camina deprisa. Por eso una de las preguntas que plantea el libro es qué nos invita a detenernos y a perder las prisas en la ciudad.
Bermejo ya había demostrado que tiene ojo en las redes sociales (Instagram). También que tiene opinión (Twitter). Y además que su mirada es tan abierta y paradójica como amplia de miras. En dos palabras: aplaude a Jeff Koons y a los Prerrafaelitas (más a los Prerrafaelistas, para ser justos). En las redes sociales también se intuye que tiene amigos. O por lo menos muchos seguidores. Es activa. Y comparte más lo que le gusta que lo que le disgusta. Aunque no se calla y las utiliza para quejarse de actitudes que juzga machistas, para defender la sanidad pública y, alguna vez, para dejar escapar algo que no soporta.
Así, dos cosas llaman la atención de las imágenes que la autora ha tomado y que construyen una suma de relatos visuales —microrrelatos— de los que tanto le gusta compartir: la suya es una ciudad construida con partes, por partes, con parches más que con visiones generalistas, ejes o vistas. Es una urbe más de teleobjetivo que de gran angular. También es una ciudad sin apenas gente. Un lugar que, paradójicamente, parece más de búsqueda que de encuentro. Los lugares —que ella define como “no lugares” a la Augé, como “extravíos céntricos” o como “una psicogeografía” a la Debord— son —por viejos, rotos, arruinados o abandonados que estén— generalmente brillantes. Tienen color. Reflejan acciones. Eso les insufla vida, a veces vegetal, a veces la que se adivina en la persona que riega con constancia unas frondosas macetas. Que apenas aparezcan retratadas personas no quiere decir que no haya esperanza: alguien que retrata tantos buzones, ventanas y puertas de colores es alguien muy esperanzado. Puede que en estos pedazos que son encuentros haya más búsqueda de belleza que belleza. El libro es una mirada. No pretende demostrar nada. Pero encierra una lección sencilla: en lo pequeño puede estar lo grande.
Lo que Salgari hacía en las bibliotecas de Venecia, cuando describía Malasia sin abandonar su país, Bermejo lo hace deambulando por las calles de Madrid: avisa de que hay otros lugares, advierte de que puede que no nos estemos fijando en lo importante.
A las palabras, esta editora, en este libro, les confía pocas cosas. Algunas listas que, como ella misma indica, tienen el capricho de una fecha y pueden cambiar el orden por un nuevo desorden —aunque hay poco desorden en el libro—. Otras citas son muy certeras y, como todo el libro, son una invitación a ver más. Cuenta por ejemplo que cuando mira una pared ve mapas. Y que Joseph Conrad escribió que "los mapas tienen algo de pintura, algo de fotografía y algo de geometría”.
El libro además de una mirada y una invitación a mirar, es un diálogo: necesita que el lector proyecte para completar el mensaje. Por eso es una especie de apuntes de escritor del siglo XXI, hechos más con cámara que con libreta y lápiz. Al final, Microgeografías de Madrid explica que somos mucho más de lo que parecemos. Y que uno se amplía a partir de las pasiones: una editora convertida en autora, reflexiva, observadora, y abierta a la aventura.
Personalmente, me recuerda lo mejor de las ciudades: caminarlas para verlas, callejear hasta perderse, descubrir un lugar casi siempre es redescubrirte. Las imágenes de Bermejo recuerdan que no puede haber un mundo nuevo sin el viejo. Evocan la grandeza de la ciudad, pero subrayan que todo lo grande, está construido también con lo pequeño.
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