miércoles, 25 de diciembre de 2019

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LAS PALABRAS DE BUDA.

Historia y Doctrina Budista.

Toda la doctrina del Budismo no se halla en un sólo libro: existen decenas de libros, miles de páginas que representan casi dos mil quinientos años de avanzar doctrinario y práctico. Han distinguido desde épocas muy remotas entre los escritos que contienen nada más que lo dicho por Buda, los Sutras, y lo dicho por otros sabios, los Shastras; esta diferencia ocasionó la división del Budismo en dos grandes escuelas, la Hinayana, llamada del vehículo menor y que hace caso omiso de los textos que no representen las palabras dichas por el Buda vivo, y la Mahayana, el vehículo mayor, que afirmaba que los Sutras posteriores al Buda vivo, algunos de más de quinientos años, también eran obra de él; éstos últimos dan explicaciones metafísicas y “filosóficas” para explicar el asunto: dicen por ejemplo que la parte difícil de la doctrina de Buda fue ocultada a propósito en el mundo inferior, pero años más tarde sacada a la luz, cuando era el tiempo justo para ella, o usan simplemente parte de la doctrina que habla de los tres cuerpos de Buda: de “forma” y de “goce”. La doctrina era conocida con el genérico de Dharma (que podía también significar camino, y cuyo símbolo era una rueda), aunque posteriormente se introdujo un nuevo término para clasificar a la doctrina difícil: Abhidarma. En los libros acumulados, provenientes de la India, de China y de Japón, no solamente se encuentran textos doctrinarios sino que también textos de enseñanzas prácticas, sobretodo de disciplina monástica, llamados Vinaya.

Hay que tener presente que la doctrina enseñada por Buda no fue escrita sino hasta muchos años después de su muerte, pues durante un estimado de 400 años fue difundida oralmente, mediante cantos: esto explica en parte el porqué de las frecuentes repeticiones de versos encontrados en los libros. El Budismo como doctrina es una enredadera de fechas incoherentes; ni siquiera para la fecha de la muerte de Buda ha habido consenso a través de los siglos, aunque hoy los occidentales la daten en el 483 A.C. Los sabios budistas, al igual que los sabios del paganismo hindú, siempre ironizaron con los números y despreciaron las fechas: para ellos la apariencia no era más que la manifestación de esencias que se repiten, siendo siempre más importante determinar las esencias de la historia que su clasificación cronológica. La doctrina budista es también escasa en hombres famosos y en nombres: no era bien visto que un monje ganase fama por medio de la obra literaria. "No les importaba quien decía algo, sino si aquello era cierto, si ayudaba y si estaba de acuerdo con la tradición. No se alentaban la originalidad y la innovación, y la anonimia era concomitante de la santidad”. Y para proteger las obras anónimas que fuesen ciertas estaban los templos, con monjes que transcribían y multiplicaban los textos. Aquel es, entonces, el terreno común donde se junta la sabiduría y las tentativas de muchos hombres, potenciada por su unión en los templos y las colecciones de libros, y que hacía quizás más eficiente la búsqueda espiritual, pues como unión de monjes, aseguraba que sus reencarnaciones futuras pudieran seguir el camino hacia el Nirvana. Solamente para dar una idea de lo extenso que puede ser el laberinto budista, Conze cita una edición japonesa de 1929, el Taisho Issaikyo, conteniendo “2184 obras en 55 volúmenes de unas mil páginas cada uno (21 vols. de Sutra, 3 de Vinaya, 8 de Abhidarma, 12 de comentarios chinos, 4 de escuelas chinas y japonesas, 7 de historias, catálogos, diccionarios y biografías).

El propio Buda no se escapó a lo dicho un poco más arriba acerca del desprecio del mundo; el budismo despreciaba la fama del nombre, y de alguna manera también despreciaba el cuerpo puesto que se lo consideraba como envoltorio de algo más importante que a lo largo del tiempo vivía distintos cuerpos; y si el nombre propio representaba nada más una vida había una razón más para despreciarlo, al igual que la vida personal del hombre; por eso Buda nunca fue seguido ni admirado como persona, como rostro, ni tampoco lo fue su vida personal. El Buda hombre, Shakyamuni, según Conze, es nada más el envoltorio de un ser oculto en él desde un principio, y que luego se manifiesta y se hace consciente; su historia personal, su origen noble y su desprecio de la riqueza distan, en los libros sagrados, de ser enfatizados y más bien son considerados como accesorios. En las culturas de religión budista, Buda es algo más que un hombre en la historia, es un modelo, una especie de arquetipo, que sin embargo es representado en numerosas estatuas (es el personaje con mayor número de representaciones escultóricas de la humanidad), que además varían sutilmente en cada región. La raíz sánscrita Budh significa despertar y saber. Buda tiene también un cuerpo de Dharma, un cuerpo espiritual que nace y renace en el tiempo. El Buda no es un hecho aislado y único en la historia sino que es un ser o una esencia que vuelve a la tierra a través de los siglos para proclamar la misma doctrina: “es una serie de innumerables Tathagatas”.

El modelo Buda tiene varios signos en sus representaciones, “marcas de superhombre”, cuyo número en los textos llega a 80. “La lista de las 32 marcas es común a todas las escuelas, y debe ser bastante antigua”. “La idea de que varias señales en el cuerpo, conocidas sólo por los sabios, indican el destino, la estatura y el porvenir de una persona...es mucho más antigua que el propio budismo”. Lo que se representa por medio de las estatuas, es el “cuerpo glorioso” de Buda, que lleva incorporadas las marcas de superhombre: seis metros de altura, cuerpo de color dorado, una Urna entre las cejas representada por lo general con una joya pero que debía ser “suave como el algodón, semejante a un jazmín, a la luna, a una concha, al filamento de un loto, a la leche de vaca, a una flor de escarcha”, y que además irradiaba luces multicolores (el shivaísmo lo interpretó como el tercer ojo); también es indispensable el turbante, representado como una protuberancia en la parte superior de la cabeza, redondo en Gándara, cónico en Camboya, puntiagudo en Siam; el cuerpo de Buda emana luz sin cesar, “alrededor del cuerpo de Buda siempre hay una luz, de una braza de ancho, por todos lados, que brilla constantemente de día y de noche, tan luminosamente como mil soles, y que semeja una montaña de joyas en movimiento”; es la meditación la que hace aumentar la luminosidad, virtud de los grandes hombres; “alrededor de la cabeza de Buda hay un nimbo que significa divinidad y santidad”, que en Gándara también se incluye cuando se representa a reyes y dioses.

Muchos escritores historiadores, dan señas de claridad conceptual cuando, al plantear la cuestión de si el budismo es ateo, empiezan por desnudar la ambigüedad de conceptos como Dios o Amor, que nunca han sido entendidos consensualmente por los hombres; si Dios es entendido como un creador único, omnipotente y omnisciente, el budismo es ateo, porque la cosmogonía y el palabreo de la “Creación” no ayuda a sacar al hombre del mundo de sufrimiento; y en ese sentido, los budistas no llevan la molesta carga de unos ojos que juzgan permanentemente sus actos ni tienen el problema de armonizar la existencia de un Dios bueno y todopoderoso con el sufrimiento existente en el mundo; si Dios es entendido como divinidad, como estado divino, inmortal, eternamente dichoso y feliz, el budismo no tiene nada de ateo puesto que alza al Nirvana como suprema meta, ya alcanzada por un hombre: Buda; y finalmente, si Dios es mirado desde la perspectiva de la divinidad angélica, o superhumana, el budismo jamás se dio el trabajo de rechazarla o de combatirla, y aunque tomando en cuenta que afirmaban que el hombre mismo podía llegar a ser un Dios, al alcanzar el Nirvana, se esforzaron mucho tiempo en rechazar la piedad particular de los santos, pues todos los santos eran Budas. En este último sentido, el Budismo parece no ser politeísta, ni a la manera cristiana o musulmana con sus santos, ni tampoco según los panteones egipcios, griegos o romanos, con una divinidad diferenciada, a pesar de que toleraban pacíficamente la presencia de panteones con múltiples divinidades. El Budismo antiguo aparece como la más monoteísta de las religiones: no se adoran santos ni dioses específicos, todo confluye hacia Buda o el Nirvana; pero de ningún modo se puede afirmar que su doctrina sea atea, a la manera de una filosofía epicúrea por ejemplo, puesto que insiste en la posibilidad de alcanzar un estado divino, no solo con palabras y doctrinas sino también con ejercicios que involucran a la mente y al cuerpo.

Como dijimos, en un principio la tradición oral conservó las palabras de Buda; se dice que inmediatamente después de su iluminación en Benarés, Buda pronunció lo que más tarde sería conocido como las cuatro nobles verdades, que transcribimos a continuación:

¿Cuál es entonces la noble Verdad de lo Malo? El nacimiento es malo, la decadencia es mala, la enfermedad es mala, la muerte es mala. Estar unido a lo que a uno le disgusta, significa sufrimiento. Estar separado de lo que a uno le gusta significa sufrimiento. No conseguir lo que uno quiere, también significa sufrimiento. En suma, todo lo que sea tratar de captar (cualquiera de) los cinco Skandhas (implica) sufrimiento.

¿Cómo es entonces la Noble Verdad del Origen de lo Malo? Es aquel anhelo que lleva al renacimiento, acompañado del goce y la codicia, que busca su goce unas veces aquí y otras allá, es decir el anhelo de la experiencia sensual, el anhelo de perpetuarse, el anhelo de la extinción.

¿Cuál es entonces la Noble Verdad de la Terminación de lo Malo? Es la completa terminación de ese anhelo, el retirarse de él, el renunciar a él, el rechazarlo, la liberación de él, el no estar ligado a él.

¿Cuál es entonces la Noble Verdad de los pasos que llevan a la Terminación de lo Malo? Es este sagrado Camino óctuple, que consiste en: buenas creencias, buenas intenciones, buenas palabras, buena conducta, buena vida, buen esfuerzo, buen pensamiento, buena concentración.

Dichas palabras de Buda son la esencia específica de la doctrina budista, pues en lo relativo a la cosmogonía y a la “estructura y evolución del universo”, incorporan la doctrina hinduísta a la suya, pero manteniendo siempre el énfasis en las verdades pronunciadas por Buda. En ese sentido, el budismo se incorporó pacíficamente a la religión hindú, no proclamó la superioridad de su doctrina ni combatió en contra de la religión previamente existente, como lo hiciera el cristianismo con las religiones paganas de su época; pero por eso también, el Budismo no fue perseguido ni los budistas asesinados. En lo relativo a las cuatro nobles verdades, Conze explica que la sencillez de la primera verdad pronunciada por Buda es difícil de asimilar por el hombre común; el propio Buda decía que es extremadamente difícil asumir que todo está mal en el mundo. Se puede aceptar que gran parte de la vida está compuesta por cosas desagradables que a veces nos hacen sufrir, pero de ahí a convencerse de que hay que renunciar a ese mundo de permanentes anhelos existe una gran diferencia. Porque a pesar de que la vida tiene sufrimientos, también tiene alegrías, siendo quizás estas últimas las que mantienen la voluntad de permanecer en el mundo tal y como está. Asimilar la primera verdad budista no significa solamente comprenderla sino más que todo ponerla en práctica: las siguientes nobles verdades nos muestran como, pues identifican no solamente el mal y su origen sino que también nos da indicios de cómo eliminarlo. Las palabras no sirven más que de estímulo, porque son frecuentemente olvidadas si no se ponen en práctica; y esto la doctrina budista lo entiende muy bien, por eso nunca fue una religión impositiva: la verdadera fuerza para asimilar totalmente la esencia budista no está en las palabras que la identifican sino en la voluntad de cada cual; cualquier doctrina no sirve más que de estímulo, pues el convencimiento es un trabajo absolutamente individual. Hay un mismo verso por doquier hayan templos, piedras, estatuas, telas y manuscritos budistas, es el “credo de todas las escuelas budistas”, es el siguiente: “El Tathagata ha expuesto la causa de todos aquellos Dharmas que surgen de una causa, y también su cese”. Encontramos en los textos más palabras de estímulo, que colocan todo su énfasis en el mal que se esconde en el anhelo: “La alegría de los placeres del mundo, y la gran alegría del cielo, comparados con la alegría de la destrucción del anhelo, no valen una decimosexta parte. Triste está aquel cuya carga es pesada, y dichoso es aquel que la ha dejado; cuando haya dejado su carga, tratará de no estar cargado nunca más”.

El budismo adoptó la cosmología hindú en su doctrina; el tiempo cósmico se contaba en eones o kalpas, cientos de miles de años, conformando cada kalpa un ciclo cósmico desde su inicio hasta su extinción en que un nuevo kalpa comienza; creían en ciclos cósmicos infinitos, sin principio ni fin; budistas e hinduístas imaginaban los sistemas cósmicos, con soles, lunas y planetas, como ruedas de molino, es decir, centrados, concepción muy cercana a la corroborada hoy por medio de los telescopios. La tierra formaba parte de uno de los sistemas cósmicos, llamado el “mundo de Saha”. Creían y predicaban que la vida no era una exclusividad del “mundo de Saha” sino que también era posible encontrarla en otros sistemas, y que Budas y Bodhisattvas hacían esfuerzos por liberar a los seres de otras regiones del cosmos. A este respecto, también es conocido que a pesar de haber alcanzado el Nirvana, y por ende verse liberados de reencarnarse en mundos funestos, los Budas escogían expresamente tales reencarnaciones para poder transmitir el Dharma a los infortunados, “para aumentar su disgusto por la existencia, al igual que su paciencia”.

El budismo no ofrecía tan solo una clasificación de los seres vivos (“los seis planos de vida) sino que también planteaban la cuestión de la evolución, a través de las reencarnaciones y a lo largo de los planos vitales, evolución que incluía también la posibilidad de degeneración y “retroceso”. Dioses, Asuras, Hombres, Fantasmas, Animales e Infiernos conformaban los seis planos vitales, llamando a los tres últimos “los destinos funestos”. Todos los seres existentes pueden ser clasificados en alguno de los planos de vida. La peculiaridad es que ni siquiera los Dioses conservan su divinidad, ya que pueden perder su condición en su siguiente reencarnación, aunque estén liberados de padecer en los planos funestos. Pero todos sufren; también los Dioses, “porque están destinados a caer de su condición exaltada cuando les llegue la hora”. Los Asuras son a veces clasificados como fantasmas y otras como Dioses, pero se caracterizan por su permanente lucha contra los dioses (devas). Para alcanzar los planos superiores de existencia se debía alcanzar la “verdadera sabiduría”, mediante el Dharma y el Nirvana; por eso los sabios afirmaban que de nada vale dar felicidad a un ser, porque por una parte siempre terminaría en sufrimiento, y por otra porque solo el Nirvana hace de la felicidad una eternidad; y para poder ayudar a alcanzar el Nirvana, hay que primero alcanzarlo uno mismo, y luego, tras alcanzar la Verdadera Sabiduría, se puede verdaderamente ayudar a otros seres.


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