Lo que todos perdemos en Tombuctú
La sinrazón islamista acorrala en el Sahel joyas artísticas de una urbe mítica, proscribe un acervo musical único y amenaza a los incunables
Jacinto Antón Barcelona29 DIC 2012 - 00:35 CET46
Llegan noticias tristes de Tombuctú, la antaño Perla del Desierto, la ciudad perdida y prohibida, la de los 333 santos, El Dorado junto al Níger, la urbe de legendarias sabiduría y riqueza que los europeos soñaron durante siglos pavimentada de oro y de la que escribió en 1550 León el Africano: “El rico rey de Tombuctú tiene un gran tesoro de monedas y lingotes de oro, una corte magnífica, tres mil jinetes e infinidad de soldados de a pie y muchos doctores, jueces, sacerdotes y otros hombres instruidos, que mantiene a su costa”. Las milicias islamistas que, después de expulsar a sus otrora aliados tuareg, controlan Tombuctú (una Tombuctú muy distinta a la de la leyenda, en polvoriento declive desde hace siglos), han desatado una nueva ola de violencia contra el patrimonio de la ciudad, ensañándose otra vez especialmente con los viejos mausoleos de santones que son uno de sus tesoros culturales.
¿Qué se nos ha perdido, qué se nos está perdiendo y qué se nos puede perder en Tombuctú? Mucho. La ciudad, hoy poco impresionante, posee no obstante vestigios de su pasado esplendor, cuando era una capital intelectual y espiritual en los siglos. Son especial testimonio de la Edad de Oro sus tres antiguas mezquitas de Djingarey Ber, con su icónico minarete piramidal, Sankore y Sidi Yahia, y los 16 mausoleos de hombres santos que estaban considerados un baluarte mágico de protección de la ciudad contra el infortunio. Todas esas construcciones están incluidas en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y ahora en la de Patrimonio en Peligro. Se teme también por la suerte de miles de manuscritos preislámicos y medievales, algunos de ellos llevados por los moriscos, que se conservan en la ciudad y que los radicales juzgan impíos.
Los islamistas de Ansar Dine, que iniciaron su programa de destrucción en junio, han demolido el pasado día 23 dos mausoleos más que se suman a los destrozados en meses anteriores, cuando cayeron bajo sus piquetas iconoclastas, primas de las que borraron de la faz de la tierra a los afganos Budas de Bamiyán, siete, entre ellos el de Sidi Mahmud (hombre docto y santo fallecido en 1547). En Tombuctú hay además varios centenares de tumbas que se veneran.
“Los mausoleos son construcciones pequeñas de adobe con una cúpula”, explica el restaurador catalán Eduard Porta, que estuvo trabajando hace tres años en la conservación de la mezquita de Djingarey Ber (1325) como asesor del Aga Khan Trust for Culture (AKTC). “Esos recintos son muy frágiles y muy susceptibles a las iras de los fanáticos islamistas que los consideran sacrílegos por atentar contra su visión monolítica de la religión y ofender a Alá”. Según Porta, sin embargo, las mezquitas inicialmente no están en peligro, “para cualquier musulmán sería inexcusable atacarlas”. No obstante, hay noticias de que al menos el muro exterior de la de Sidi Yahia y su entrada han sufrido daños. Los extremistas la habrían atacado por considerarla expresión de una versión local del sufismo que tienen por idólatra.
Sumida hoy en la oscuridad fanática y la barbarie, convertida en bastión de Al Qaeda y sus cómplices, Tombuctú sigue siendo un lugar mítico que resuena con fuerza en la imaginación de Occidente —de Tennyson a Paul Auster— con el evocador staccato de sus tres sílabas, y conjura imágenes de aventura a lo Beau Geste.
Símbolo de lugar misterioso e inaccesible, como Cibola, Shangri-La, Zerzura, Agartha o Tadmor, la ciudad, meca de las caravanas de sal, marfil y esclavos, se convirtió en una dorada obsesión para los exploradores europeos y la Sociedad Geográfica de París llegó a ofrecer en 1824 una recompensa para el primer no musulmán en llegar hasta ella y regresar para contarlo. Ya en 1788 un grupo de ingleses se habían juramentado para alcanzarla y se cree que quizá el gran Mungo Park pudo haberla visitado, pero se ahogó en el Níger y se llevó con él su diario. El escocés Alexander Gordon Laing llegó a Tombuctú en 1826, el primero en hacerlo, no sin problemas: durante la travesía del Tanezrouft fue herido en 24 partes del cuerpo y perdió la mano derecha. Permaneció en la ciudad 38 días, pero falló en la vuelta: lo asesinaron.
Así que fue el francés René Caillié, dos años después, el ganador del premio, al llegar a Tombuctú disfrazado de egipcio y regresar vivo. Tras un viaje lleno de dificultades, Caillié quedó algo decepcionado con la visión de la mítica ciudad de sus anhelos: Tombuctú no era más que “una aglomeración de casas de mal aspecto hechas de barro”. Es cierto que para entonces ya hacía tiempo que la ciudad había perdido la majestuosidad que la hizo famosa. Pero nunca ha dejado de seguir fascinándonos con su aroma de exotismo y aventura.
Es significativo que la situación actual en la ciudad tenga similitudes con el guion de Timbuktu (1959), la película de aventuras de Jacques Tourneur en la que un fanático líder musulmán (capaz de torturar con arañas a Victor Mature) pone en jaque a la guarnición de la Legión Extranjera en la ciudad, en guerra con los tuareg.
“Creo que soy el último escribiente profesional de Tombuctú”. Boubacar Sadeck, de 38 años, habla con nostalgia del oficio que ejerció durante más de una década en la legendaria ciudad del Sahel. Se dedicaba a copiar a mano, por encargo y con la mejor caligrafía, los antiguos manuscritos, la mayoría de los siglos, escritos en árabe o en lenguas africanas, pero siempre con alfabeto árabe.
“Con las fotocopiadoras, los microfilms, surgió una fuerte competencia porque muchos clientes optaron por lo fácil y barato, pero los recientes sucesos nos han dado la puntilla a los escribientes”, prosigue Sadek al teléfono desde Bamako, donde en abril se refugió con toda su familia. Un mes antes, tres grupos armados, dos de ellos terroristas, se habían apoderado del norte de Malí, incluida Tombuctú.
De su época de esplendor se conservan en Tombuctú y sus alrededores entre 180.000 y 300.000 manuscritos, según las estimaciones, sobre todo en casas particulares aunque desde los ochenta han abierto algunas bibliotecas públicas y privadas subvencionadas.
Los tuaregs radicales de Ansar Dine y la rama magrebí de Al Qaeda, que controlan la ciudad de 55.000 habitantes, están empeñados desde el verano en derribar los mausoleos erigidos para venerar a los 333 santones que allí residieron ¿Destruirán también los manuscritos?
Abdelkader Haidara, de 47 años, que heredó en 1981 de su familia la biblioteca Mamma Haidara en Tombuctú, con 9.000 volúmenes, confía en que no suceda. Los islamistas “no han dado ninguna indicación de que querían acabar con los manuscritos y eso que muchos de esos legajos no hablan de religión sino de ciencias, gramática, historia, etcétera”, explica al teléfono desde Bamako, donde también se ha refugiado.
Cerca de 9.000 obras reagrupadas en el Fondo Katí fueron escritas por musulmanes expulsados de la península Ibérica a finales del siglo XV y narran la vida de ciudades como Toledo, Córdoba etcétera. El Fondo Katí se fue constituyendo gracias, en parte, a ayudas públicas españolas.
“Pero la llegada de los islamistas conlleva otros problemas”, asegura Haidara. “Todo el trabajo de catalogación, restauración, digitalización que hicimos durante años ha quedado paralizado”, se lamenta. “Las bibliotecas están cerradas y nadie puede investigar”, prosigue. “Puede incluso que se acabe desbaratando nuestra labor porque la gente esconde, por prudencia, sus manuscritos y no siempre en lugares adecuados para su preservación”.
Lejos están los tiempos en que, por cuenta del Centro del Centro de Documentación e Investigación Ahmed Baba, una institución pública maliense, Haidara recorría la región de Tombuctú en búsqueda de manuscritos que salvar que compraba a sus dueños. “Los manuscritos históricos eran los que más se cotizaban”, recuerda.
Llegó a pagar hasta 150.000 francos CFA (228 euros) por un manuscrito, una cantidad ingente en aquella paupérrima región, aunque algunos campesinos preferían que les diese ganado y no dinero a cambio de su incunable. Haidara se vanagloria de haber rescatado más de 10.000 manuscritos.
Sadeck, el escribiente, no ocultó los manuscritos por temor a la ira islamista, sino que se llevó con él medio centenar de libros antiguos en su huida de 850 kilómetros, por carreteras no asfaltadas, de Tombuctú a Bamako. El Artesano escribiente de manuscritos del siglo XVI, como reza su tarjeta de visita, sigue trabajando en Bamako, pero ahora por amor al arte.
“Antes había extranjeros adinerados que me encargaban copias —tardaba, por ejemplo, tres meses en reproducir un manuscrito de 500 páginas— para llevárselos a sus casas, pero ya no vienen a Tombuctú ni tampoco a Bamako”, recuerda Sadeck. “Me hubiese gustado fundar una escuela para enseñar la caligrafía a niños y mujeres”, continúa imparable. “Las mujeres querían aprenderla para decorar sus hogares colgando, por ejemplo, poemas en las paredes”.
Sadeck evoca ese tiempo “hace siglos, en que medio millar de escribientes trabajaban en Tombuctú y se ganaban bien la vida”. “Ahora no queda ni uno”, sentencia. “Yo era el último y no tengo a nadie a quien enseñar”.
Las noticias que del norte de Malí no podían ser peores. Una de las principales canteras musicales del planeta está siendo acallada por la interpretación fundamentalista de la sharía. En Niafunké, la localidad que Ali Farka Touré puso en el mapa, resulta imposible escuchar su música. El recuerdo de Touré, que ejerció de alcalde, no conmueve a las nuevas autoridades. A pesar de que invirtió allí todo lo que ganó internacionalmente, proporcionando electricidad y alcantarillas a los vecinos.
Ahora sería imposible que le visitaran Ry Cooder, Taj Mahal, Corey Harris y demás admiradores, para tocar juntos a las orillas del río Níger y comprobar in situ si era cierto lo del origen maliense del blues. A Touré le encantaba explicar que era agricultor pero que sus antecesores fueron guerreros, parte de un ejercito llamado -en castellano- Armas, enviado desde la España musulmana para controlar las rutas saharianas del oro y la sal; nuevos guerreros, los de Ansar al Dine, pretenden borrar su obra.
Los músicos occidentales deben pensárselo si quieren acudir al Festival en el Desierto, donde se presentan los tuaregs que tocan hipnóticas guitarras eléctricas (la leyenda decía que las del grupo Tinariwen estaban pagadas por Muamar el Gadafi, generoso con los movimientos insurgentes de los países cercanos a Libia). Por fuerza, el Festival ha resultado una iniciativa nómada: la próxima edición, del 20 al 22 de febrero, se desarrollará en el noreste de Burkina Faso. Lo llaman ahora Festival au Désert in Exile.
Un drama ya que los creadores malienses aspiran legítimamente al mercado global, con sus discográficas, sus públicos, su infraestructura. Pero igualmente ellos necesitan el contacto con la tierra, con ese público que consumía ávidamente sus creaciones y que requería a los músicos para ocasiones ceremoniales.
En la actualidad, los sometidos al régimen islamista del Azawad tienen prohibida la música, en todas sus formas: un móvil con un ringtone musical es confiscado inmediatamente, igual que cualquier reproductor. Sólo tomando precauciones, con auriculares y en la intimidad del hogar, se atreven a escuchar a sus favoritos.
No existe la profesión de músico; da lo mismo que toquen instrumentales o que canten las glorias del pasado. La vocalista Khaira Arby cuenta que los radicales invadieron su casa de Tombuctú y, frustrados por no encontrarla, destrozaron discos e instrumentos. Cuando cayera en sus manos, avisaron, el castigo consistiría en cortarla la lengua.
Con semejantes amenazas, todos sus colegas han puesto píes en polvorosa. Refugiados en Bamako, lanzan canciones y videos para recordar al débil gobierno central su situación. El rapero Kissima ha popularizado su exigencia de “Liberar el norte”; el llamado Colectivo de Artistas del Norte (CAN) insiste en su mensaje: “Malí es indivisible”. Comparte sus afanes una de las máximas estrellas del país, Rokia Traoré: “sin música, Malí dejará de existir”.
No hay posibilidad de entendimiento. Un periodista del Washington Post logró comunicarse con Omour Ould Hamaha, comandante rebelde. Sus pronunciamientos fueron categóricos: “la música es contraria al Islam. En vez de cantar ¿por qué no leen el Corán? No estamos únicamente en contra de los músicos de Malí; estamos en una guerra contra todos los músicos del mundo”.
el dispensador dice:
entre fundamentalismos,
culturas arrojadas al abismo,
escribas que han perdido el ritmo,
recuerdos que ya no son lo mismo...
ya no hay música ni sonidos,
aires secos y silencios teñidos,
pensamientos inculpados,
gentes sin abrigos,
los desiertos penan,
miradas son testigos...
alguien está confundido,
habla de pasados que no han existido,
hasta Dios se muestra sorprendido,
de la tribulación que enseñan sus hijos,
que niegan burlonamente lo que otros han escrito,
haciendo gala de ignorancias y gritos...
¿qué será de las arenas y lo escrito?,
¿qué será de las obras de otros tiempos?,
¿dónde irán a parar los recuerdos?,
¿de aquellas luces y sus genios?,
¿podrá renovarse el pensamiento?,
¿podrá revelarse un nuevo tiempo?,
hoy las distancias son vientos,
nadie halla sentido en lo lento...
mausoleos se desvanecen,
mientras las intolerancias crecen,
las religiones desmerecen,
mientras unos impiden que otros recen,
ya nada es como parece,
ni nadie percibe lo que viene,
cuando nadie en vigilia lo espere,
el horizonte se tornará rojo,
como si hirviere...
en la Tierra nada es como el hombre quiere,
sólo la soberbia impide ver lo evidente...
en el Universo nada es como el hombre pretende,
sólo el desprecio fabrica lo inerte.
Diciembre 31, 2012.-
Sahel - Wikipedia, la enciclopedia libre
Tombuctú - Wikipedia, la enciclopedia libre
El Sahel o Sáhel (pronunciado con "h" gutural, normalmente "Sajel", de modo similar a "Sájara" para Sahara) es la zona ecoclimática y biogeográfica de transición entre el desierto del Sáhara en el norte y la sabana sudanesa en el sur. Se extiende a través del norte del continente africano entre el Océano Atlántico y el Mar Rojo. El término en árabe sāḥil (ساحل) significa, literalmente, "borde, costa", describiendo la aparición de la vegetación del Sahel como una línea costera que delimita el mar de arena del Sáhara.
¿Qué se nos ha perdido, qué se nos está perdiendo y qué se nos puede perder en Tombuctú? Mucho. La ciudad, hoy poco impresionante, posee no obstante vestigios de su pasado esplendor, cuando era una capital intelectual y espiritual en los siglos. Son especial testimonio de la Edad de Oro sus tres antiguas mezquitas de Djingarey Ber, con su icónico minarete piramidal, Sankore y Sidi Yahia, y los 16 mausoleos de hombres santos que estaban considerados un baluarte mágico de protección de la ciudad contra el infortunio. Todas esas construcciones están incluidas en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y ahora en la de Patrimonio en Peligro. Se teme también por la suerte de miles de manuscritos preislámicos y medievales, algunos de ellos llevados por los moriscos, que se conservan en la ciudad y que los radicales juzgan impíos.
Los islamistas de Ansar Dine, que iniciaron su programa de destrucción en junio, han demolido el pasado día 23 dos mausoleos más que se suman a los destrozados en meses anteriores, cuando cayeron bajo sus piquetas iconoclastas, primas de las que borraron de la faz de la tierra a los afganos Budas de Bamiyán, siete, entre ellos el de Sidi Mahmud (hombre docto y santo fallecido en 1547). En Tombuctú hay además varios centenares de tumbas que se veneran.
“Los mausoleos son construcciones pequeñas de adobe con una cúpula”, explica el restaurador catalán Eduard Porta, que estuvo trabajando hace tres años en la conservación de la mezquita de Djingarey Ber (1325) como asesor del Aga Khan Trust for Culture (AKTC). “Esos recintos son muy frágiles y muy susceptibles a las iras de los fanáticos islamistas que los consideran sacrílegos por atentar contra su visión monolítica de la religión y ofender a Alá”. Según Porta, sin embargo, las mezquitas inicialmente no están en peligro, “para cualquier musulmán sería inexcusable atacarlas”. No obstante, hay noticias de que al menos el muro exterior de la de Sidi Yahia y su entrada han sufrido daños. Los extremistas la habrían atacado por considerarla expresión de una versión local del sufismo que tienen por idólatra.
Sumida hoy en la oscuridad fanática y la barbarie, convertida en bastión de Al Qaeda y sus cómplices, Tombuctú sigue siendo un lugar mítico que resuena con fuerza en la imaginación de Occidente —de Tennyson a Paul Auster— con el evocador staccato de sus tres sílabas, y conjura imágenes de aventura a lo Beau Geste.
Símbolo de lugar misterioso e inaccesible, como Cibola, Shangri-La, Zerzura, Agartha o Tadmor, la ciudad, meca de las caravanas de sal, marfil y esclavos, se convirtió en una dorada obsesión para los exploradores europeos y la Sociedad Geográfica de París llegó a ofrecer en 1824 una recompensa para el primer no musulmán en llegar hasta ella y regresar para contarlo. Ya en 1788 un grupo de ingleses se habían juramentado para alcanzarla y se cree que quizá el gran Mungo Park pudo haberla visitado, pero se ahogó en el Níger y se llevó con él su diario. El escocés Alexander Gordon Laing llegó a Tombuctú en 1826, el primero en hacerlo, no sin problemas: durante la travesía del Tanezrouft fue herido en 24 partes del cuerpo y perdió la mano derecha. Permaneció en la ciudad 38 días, pero falló en la vuelta: lo asesinaron.
Así que fue el francés René Caillié, dos años después, el ganador del premio, al llegar a Tombuctú disfrazado de egipcio y regresar vivo. Tras un viaje lleno de dificultades, Caillié quedó algo decepcionado con la visión de la mítica ciudad de sus anhelos: Tombuctú no era más que “una aglomeración de casas de mal aspecto hechas de barro”. Es cierto que para entonces ya hacía tiempo que la ciudad había perdido la majestuosidad que la hizo famosa. Pero nunca ha dejado de seguir fascinándonos con su aroma de exotismo y aventura.
Es significativo que la situación actual en la ciudad tenga similitudes con el guion de Timbuktu (1959), la película de aventuras de Jacques Tourneur en la que un fanático líder musulmán (capaz de torturar con arañas a Victor Mature) pone en jaque a la guarnición de la Legión Extranjera en la ciudad, en guerra con los tuareg.
Héroes de una tradición centenaria
Los islamistas ponen en peligro la conservación de los manuscritos,
“Creo que soy el último escribiente profesional de Tombuctú”. Boubacar Sadeck, de 38 años, habla con nostalgia del oficio que ejerció durante más de una década en la legendaria ciudad del Sahel. Se dedicaba a copiar a mano, por encargo y con la mejor caligrafía, los antiguos manuscritos, la mayoría de los siglos, escritos en árabe o en lenguas africanas, pero siempre con alfabeto árabe.
“Con las fotocopiadoras, los microfilms, surgió una fuerte competencia porque muchos clientes optaron por lo fácil y barato, pero los recientes sucesos nos han dado la puntilla a los escribientes”, prosigue Sadek al teléfono desde Bamako, donde en abril se refugió con toda su familia. Un mes antes, tres grupos armados, dos de ellos terroristas, se habían apoderado del norte de Malí, incluida Tombuctú.
De su época de esplendor se conservan en Tombuctú y sus alrededores entre 180.000 y 300.000 manuscritos
De su época de esplendor se conservan en Tombuctú y sus alrededores entre 180.000 y 300.000 manuscritos, según las estimaciones, sobre todo en casas particulares aunque desde los ochenta han abierto algunas bibliotecas públicas y privadas subvencionadas.
Los tuaregs radicales de Ansar Dine y la rama magrebí de Al Qaeda, que controlan la ciudad de 55.000 habitantes, están empeñados desde el verano en derribar los mausoleos erigidos para venerar a los 333 santones que allí residieron ¿Destruirán también los manuscritos?
Abdelkader Haidara, de 47 años, que heredó en 1981 de su familia la biblioteca Mamma Haidara en Tombuctú, con 9.000 volúmenes, confía en que no suceda. Los islamistas “no han dado ninguna indicación de que querían acabar con los manuscritos y eso que muchos de esos legajos no hablan de religión sino de ciencias, gramática, historia, etcétera”, explica al teléfono desde Bamako, donde también se ha refugiado.
Cerca de 9.000 obras reagrupadas en el Fondo Katí fueron escritas por musulmanes expulsados de la península Ibérica a finales del siglo XV y narran la vida de ciudades como Toledo, Córdoba etcétera. El Fondo Katí se fue constituyendo gracias, en parte, a ayudas públicas españolas.
“Pero la llegada de los islamistas conlleva otros problemas”, asegura Haidara. “Todo el trabajo de catalogación, restauración, digitalización que hicimos durante años ha quedado paralizado”, se lamenta. “Las bibliotecas están cerradas y nadie puede investigar”, prosigue. “Puede incluso que se acabe desbaratando nuestra labor porque la gente esconde, por prudencia, sus manuscritos y no siempre en lugares adecuados para su preservación”.
Lejos están los tiempos en que, por cuenta del Centro del Centro de Documentación e Investigación Ahmed Baba, una institución pública maliense, Haidara recorría la región de Tombuctú en búsqueda de manuscritos que salvar que compraba a sus dueños. “Los manuscritos históricos eran los que más se cotizaban”, recuerda.
Llegó a pagar hasta 150.000 francos CFA (228 euros) por un manuscrito, una cantidad ingente en aquella paupérrima región, aunque algunos campesinos preferían que les diese ganado y no dinero a cambio de su incunable. Haidara se vanagloria de haber rescatado más de 10.000 manuscritos.
Sadeck, el escribiente, no ocultó los manuscritos por temor a la ira islamista, sino que se llevó con él medio centenar de libros antiguos en su huida de 850 kilómetros, por carreteras no asfaltadas, de Tombuctú a Bamako. El Artesano escribiente de manuscritos del siglo XVI, como reza su tarjeta de visita, sigue trabajando en Bamako, pero ahora por amor al arte.
“Antes había extranjeros adinerados que me encargaban copias —tardaba, por ejemplo, tres meses en reproducir un manuscrito de 500 páginas— para llevárselos a sus casas, pero ya no vienen a Tombuctú ni tampoco a Bamako”, recuerda Sadeck. “Me hubiese gustado fundar una escuela para enseñar la caligrafía a niños y mujeres”, continúa imparable. “Las mujeres querían aprenderla para decorar sus hogares colgando, por ejemplo, poemas en las paredes”.
Sadeck evoca ese tiempo “hace siglos, en que medio millar de escribientes trabajaban en Tombuctú y se ganaban bien la vida”. “Ahora no queda ni uno”, sentencia. “Yo era el último y no tengo a nadie a quien enseñar”.
Mala suerte si eres músico
"Estamos en una guerra contra todos los músicos del mundo”, dicen los rebeldes
Las noticias que del norte de Malí no podían ser peores. Una de las principales canteras musicales del planeta está siendo acallada por la interpretación fundamentalista de la sharía. En Niafunké, la localidad que Ali Farka Touré puso en el mapa, resulta imposible escuchar su música. El recuerdo de Touré, que ejerció de alcalde, no conmueve a las nuevas autoridades. A pesar de que invirtió allí todo lo que ganó internacionalmente, proporcionando electricidad y alcantarillas a los vecinos.
Ahora sería imposible que le visitaran Ry Cooder, Taj Mahal, Corey Harris y demás admiradores, para tocar juntos a las orillas del río Níger y comprobar in situ si era cierto lo del origen maliense del blues. A Touré le encantaba explicar que era agricultor pero que sus antecesores fueron guerreros, parte de un ejercito llamado -en castellano- Armas, enviado desde la España musulmana para controlar las rutas saharianas del oro y la sal; nuevos guerreros, los de Ansar al Dine, pretenden borrar su obra.
Los músicos occidentales deben pensárselo si quieren acudir al Festival en el Desierto, donde se presentan los tuaregs que tocan hipnóticas guitarras eléctricas (la leyenda decía que las del grupo Tinariwen estaban pagadas por Muamar el Gadafi, generoso con los movimientos insurgentes de los países cercanos a Libia). Por fuerza, el Festival ha resultado una iniciativa nómada: la próxima edición, del 20 al 22 de febrero, se desarrollará en el noreste de Burkina Faso. Lo llaman ahora Festival au Désert in Exile.
Un drama ya que los creadores malienses aspiran legítimamente al mercado global, con sus discográficas, sus públicos, su infraestructura. Pero igualmente ellos necesitan el contacto con la tierra, con ese público que consumía ávidamente sus creaciones y que requería a los músicos para ocasiones ceremoniales.
En la actualidad, los sometidos al régimen islamista del Azawad tienen prohibida la música, en todas sus formas: un móvil con un ringtone musical es confiscado inmediatamente, igual que cualquier reproductor. Sólo tomando precauciones, con auriculares y en la intimidad del hogar, se atreven a escuchar a sus favoritos.
No existe la profesión de músico; da lo mismo que toquen instrumentales o que canten las glorias del pasado. La vocalista Khaira Arby cuenta que los radicales invadieron su casa de Tombuctú y, frustrados por no encontrarla, destrozaron discos e instrumentos. Cuando cayera en sus manos, avisaron, el castigo consistiría en cortarla la lengua.
Con semejantes amenazas, todos sus colegas han puesto píes en polvorosa. Refugiados en Bamako, lanzan canciones y videos para recordar al débil gobierno central su situación. El rapero Kissima ha popularizado su exigencia de “Liberar el norte”; el llamado Colectivo de Artistas del Norte (CAN) insiste en su mensaje: “Malí es indivisible”. Comparte sus afanes una de las máximas estrellas del país, Rokia Traoré: “sin música, Malí dejará de existir”.
No hay posibilidad de entendimiento. Un periodista del Washington Post logró comunicarse con Omour Ould Hamaha, comandante rebelde. Sus pronunciamientos fueron categóricos: “la música es contraria al Islam. En vez de cantar ¿por qué no leen el Corán? No estamos únicamente en contra de los músicos de Malí; estamos en una guerra contra todos los músicos del mundo”.
el dispensador dice:
entre fundamentalismos,
culturas arrojadas al abismo,
escribas que han perdido el ritmo,
recuerdos que ya no son lo mismo...
ya no hay música ni sonidos,
aires secos y silencios teñidos,
pensamientos inculpados,
gentes sin abrigos,
los desiertos penan,
miradas son testigos...
alguien está confundido,
habla de pasados que no han existido,
hasta Dios se muestra sorprendido,
de la tribulación que enseñan sus hijos,
que niegan burlonamente lo que otros han escrito,
haciendo gala de ignorancias y gritos...
¿qué será de las arenas y lo escrito?,
¿qué será de las obras de otros tiempos?,
¿dónde irán a parar los recuerdos?,
¿de aquellas luces y sus genios?,
¿podrá renovarse el pensamiento?,
¿podrá revelarse un nuevo tiempo?,
hoy las distancias son vientos,
nadie halla sentido en lo lento...
mausoleos se desvanecen,
mientras las intolerancias crecen,
las religiones desmerecen,
mientras unos impiden que otros recen,
ya nada es como parece,
ni nadie percibe lo que viene,
cuando nadie en vigilia lo espere,
el horizonte se tornará rojo,
como si hirviere...
en la Tierra nada es como el hombre quiere,
sólo la soberbia impide ver lo evidente...
en el Universo nada es como el hombre pretende,
sólo el desprecio fabrica lo inerte.
Diciembre 31, 2012.-
Sahel - Wikipedia, la enciclopedia libre
Tombuctú - Wikipedia, la enciclopedia libre
No hay comentarios:
Publicar un comentario