jueves, 13 de diciembre de 2012

ESMERILADO || El arte de pintarse a uno mismo | Cultura | EL PAÍS

El arte de pintarse a uno mismo | Cultura | EL PAÍS


El arte de pintarse a uno mismo

Una muestra en Copenhague expone los autorretratos de 150 artistas, de Picasso a Jeff Koons


'Autorretrato I', 1995. Óleo sobre lienzo. 182.9 x 152.4 cm. / Ellen Page Wilson (Colección Jon y Mary Shirley)

Cuando todavía era un joven imberbe, Picasso se miró al espejo con la intención de pintar su rostro.

Lo que vio fue un adolescente en claroscuro, de mirada triste y rasgos pintados con academicismo.
Sesenta años más tarde repitió el ejercicio, pero su reflejo había cambiado. Se había transformado en una figura asimétrica y esbozada con brocha gorda, trabajando a contrarreloj en una carrera acelerada con la muerte. Los dos lienzos, en extremos opuestos de la existencia del pintor malagueño, figuran entre las 150 obras recogidas por la exposición centrada en el autorretrato en el Louisiana Museum, centro de arte moderno y contemporáneo que, pese a su nombre de reminiscencias sureñas, se ubica una hora al norte de Copenhague. En realidad, el propietario de la propiedad donde se erigió el museo se casó con tres mujeres llamadas Louise, lo que explicaría –según cuenta la leyenda— la apelación de este espectacular museo encajado entre la costa báltica y un bosque digno de una idílica postal escandinava.

En tiempos de egocentrismo asumido, Louisiana ha apostado por indagar en el reflejo de sí mismos que han tenido los artistas del último siglo. Por necesidad de autoafirmarse, por narcisismo deliberado o porque la esfera privada constituye parte integral de su universo artístico, los pintores y escultores del último siglo han recurrido al autorretrato como forma de expresión recurrente. En algunos casos, en la frontera con lo obsesivo: Frida Kahlo hizo instalar un espejo sobre su cama para poder seguir pintando sus facciones una y otra vez durante sus largos periodos de convalecencia. Más de un tercio de las 143 obras que dejó son autorretratos. "Me pinto a mí misma porque soy el tema que conozco mejor", sostuvo en su día, sin sonrojo, la pintora mexicana. Su yo era inherente a su obra, pero también una especie de imagen de marca. ¿Sería igual de celebrada hoy sin haber convertido su rostro en un icono? Lo mismo puede decirse de Andy Warhol, de quien la muestra expone dos autorretratos de gran formato, en los que aplicó su habitual serigrafía a su propia figura, tal como haría con los cientos de personajes mundanos a los que inmortalizó.

Este centenar de autorretratos proporciona información privilegiada sobre la biografía de sus autores. Cuando Munch se enfrentó a su reflejo, su pincel le describió como un espectro entre satánicas llamaradas, pocos meses antes de ser internado por una severa depresión nerviosa. Bacon aplicó a su rostro la misma distorsión que al resto de sus personajes, carcomido por una tortura similar a la de cualquier hijo de vecino, pronunciada tras los suicidios de sus compañeros sentimentales. La muestra también recoge ejemplos de reconocidos fotógrafos. Martin Parr se retrató como uno de los turistas de los que parece cachondearse afectuosamente y Nan Goldin quiso inmortalizar la paliza que le dio uno de sus novios hasta dejarla prácticamente ciega, tal vez como recordatorio de que no volvería a pasar por algo semejante.

Después de cinco siglos de artistas absortos en sí mismos, el autorretrato se asemeja hoy a un rito obligatorio y a un género en sí mismo. Pero observar su reflejo en el espejo no siempre fue igual de habitual. "El autorretrato tiene sus raíces en el Renacimiento italiano y flamenco, cuando la condición del artista cambia. Ya no es un artesano como otro cualquiera, sino un trabajador libre que sigue el dictado de su espíritu", explica la comisaria de la muestra, Helle Crenzlen. El artista se convierte en un ser tocado por la gracia creativa y con una personalidad singular. Se genera entonces un interés por reconocer el aspecto del genio irrepetible que sostiene paleta y pincel, así como los rasgos de su personalidad que se insinúan en su cara. "El autorretrato se convierte así en un perfil psicológico del pintor, en un análisis visual del artista", añade Crenzlen.

Han existido autorretratos desde que Jan Van Eyck se anudó un turbante rojo a la cabeza, pero la tendencia se impone del todo durante la introspección modernista de entresiglos, bajo el influjo del psicoanálisis freudiano. Schiele y Kokoshka, a quienes el establishment trató de parias y degenerados, celebraron su individualidad con arrogancia. Como se observa en la exposición, el primero firmó un autorretrato de mirada arrogante, halo luminoso y dimensiones descomunales, en el que redujo a los demás personajes a insignificantes figuras condenadas a la mediocridad del segundo plano. Otros aprovecharon sus autorretratos para distanciarse de lo que se esperaba de ellos. Mondrian abandonó la geometría estricta para volver a una pintura más académica, Rothko se alejó de sus célebres campos de color para regresar a la figuración y Nolde dejó de lado su habitual colorismo para abrazar un inesperado blanco nuclear, con un ligero toque de añil para resaltar el color de sus ojos, del que no cabe duda que estaba bastante orgulloso.

La disolución de los puntos de referencia que llegó con la entrada en la posmodernidad también tuvo efectos en el autorretrato, como demuestran cuadros en los que el artista deforma su apariencia como efecto de un silencioso malestar interior. A medida que todo lo que se consideraba sólido se desvanece, la representación tradicional del artista –busto turgente, mirada decidida y pincel en mano— se evaporará. Gerhard Richter, que formó parte de las juventudes hitlerianas hasta los 13 años, se representa a sí mismo con rostro borroso, señal de una identidad envuelta en la niebla de un pasado traumático, que le obligará a desconfiar de toda ideología durante el resto de su existencia. A partir de los años ochenta, artistas como Jeff Koons, Cindy Sherman o Sarah Lucas convertirán su propia imagen en principal leitmotiv de su obra, como prueba definitiva del giro hacia el individualismo en versión ultra que sigue guiando nuestra época. Y es que, en este centenar largo de retratos expuestos, puede que no solo veamos a los artistas, sino también a nosotros mismos.


el dispensador dice:
amaneces de cristal,
aunque veas a través de ellos,
ser vidrio no hace al igual,
tal vez por ello será,
que los ojos se ven distintos,
detrás de cualquier ventanal...

hacia el mediodía,
se deforma la paciencia,
cada día lleva su herencia,
arrastrando otras inclemencias,
evidencias de ausencias,
inadvertidas presencias...

sobre el ocaso hay piedras,
espaldas que enseñan huellas,
pies que no hallan sendas,
espinas rasgando telas,
demasiadas heridas abiertas,
esperanzas hacia noches lentas...

¿te duele atender la espera?,
del reclamo reiterado... ¿qué te queda?,
¿la calma interna te atempera?,
¿o la ansiedad te desespera?,
apenas es un día cualquiera,
que cuando finaliza... comienza...

a veces las distancias no alejan,
pero estar juntos no significa estar cerca,
muchas veces lo unido,
está quebrado por la cerca,
y cuando a tu santuario llegas,
se te acusa por ausencia,
pero al manifestarte,
serás acusado por presencia,
¿dónde está la diferencia?...
lo que se burla... se niega...

no me voy en advertencias,
los silencios son mejores velas,
que al tiempo que se despliegan,
lavan lágrimas que se cuelan,
en heridas que se agrietan,
siempre hay un sueño que espera...

por un momento...
la almohada todo lo aleja,
mientras algunos tejen miserias,
prefiero apagar las orejas,
evitando conocer,
aquello malo que me espera...

vuelve otra vez a amanecer,
podría ser un día cualquiera,
todo lo que sucedió ayer,
parecía infierno de otra quimera,
pero hoy será diferente,
comenzaré con mi propia ausencia...

al cruzarme de vereda,
me descubro en otra acera,
me veo detrás de una ventana,
clamando por clemencia,
allí descubro que la ausencia,
es de otro su conveniencia,
haciendo culto a la paciencia,
al silencio de las cuerdas,
doblo la esquina en la espera,
que sea distinto lo que venga...

justo allí me doy cuenta,
por un dolor que me atraviesa,
que se me ha esmerilado el alma,
de tanto rencor que desprecia,
cuando el odio se cultiva,
siempre lo acompaña la amnesia,
que hace del otro la indecencia...

seguramente pasará este día,
nadie notará mi presencia,
cuando regrese algún mañana,
alguien habrá festejado en mi ausencia,
para luego reclamar sin anuencia,
por una prioridad sin urgencia...

buscando la diferencia,
he hallado la referencia,
no tengo esmerilada el alma, 
es apenas la paciencia,
de allí que regreso a mi paz,
lo demás... son condolencias.
Diciembre 13, 2012.-

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