El último verano de Alex Katz
La serie 'Summer in Maine' del artista estadounidense viaja a la galería Javier López de Madrid
Es la rutina de siempre, el paisaje de siempre y los amigos de siempre. Como cada verano Alex Katz se traslada a Maine para disfrutar con los suyos de los meses de calor y, como cada verano, pinta sobre lo que le rodea, ese mundo de rostros de mujeres hermosas, amigos interesantes y tiempo eternamente ligero y suspendido. Una parte del último verano de Katz (Nueva York, 1928) está ahora en Madrid, en la galería Javier López, representado en la serie Summer in Maine. Cuadros de grandes dimensiones, unos de flores y otros de mujeres con sombrero y gafas de sol. “Siempre me han gustado los sombreros y las gafas de sol porque son artificios maravillosos de nuestro tiempo”, explica el artista en conversación telefónica desde Nueva York. “Hay sueño y fantasía conectada a las gafas y sombreros. Me gusta el glamour, lo que para muchos es superficial para mí es real y positivo. No sé, ya hay demasiada gente haciendo cosas oscuras, en serio, son demasiados…”
Nada que objetar al mundo perfecto de este hombre de origen ruso nacido en Brooklyn que ha logrado convertir sus retratos en símbolos de cierta clase rica y bohemia y el bello rostro de su mujer, Ada (imperturbable bajo el sol de Maine o bajo la lluvia de Nueva York) en icono absoluto de su obra. Con sombrero o con pañuelo, la intimidad de Ada forma ya parte de la historia del arte de la segunda mitad del siglo XX. “Esa fue mi intención desde siempre: convertir en universal algo tan pequeño como mi intimidad”.
Katz divide su tiempo y su trabajo en la temporada de invierno y la de verano. “Mi verano se extiende hasta noviembre, que es cuando suelo acabar, ya en Nueva York, los cuadros que empecé en Maine. allí solo tomo apuntes, de muchas cosas, y luego esos apuntes van evolucionando. Es el propio cuadro el que decide su tamaño final”. Flores y cabezas iluminadas por el sol y por los impagables colores de Katz: “La luz de Maine me gusta mucho, es diferente, muy diferente a la de Nueva York. Desde la primera vez que fui allí decidí que no quería dejar de verla el resto de mi vida”.
Pese a su intensidad, los cuadros de Katz poseen una extraña cualidad: no hay melancolía en ellos. “Mi obra habla del presente, mi tiempo es el presente. No hay narrativa, no existe pasado. Nada de lo que vemos en ella desaparecerá”.
Nada que objetar al mundo perfecto de este hombre de origen ruso nacido en Brooklyn que ha logrado convertir sus retratos en símbolos de cierta clase rica y bohemia y el bello rostro de su mujer, Ada (imperturbable bajo el sol de Maine o bajo la lluvia de Nueva York) en icono absoluto de su obra. Con sombrero o con pañuelo, la intimidad de Ada forma ya parte de la historia del arte de la segunda mitad del siglo XX. “Esa fue mi intención desde siempre: convertir en universal algo tan pequeño como mi intimidad”.
Katz divide su tiempo y su trabajo en la temporada de invierno y la de verano. “Mi verano se extiende hasta noviembre, que es cuando suelo acabar, ya en Nueva York, los cuadros que empecé en Maine. allí solo tomo apuntes, de muchas cosas, y luego esos apuntes van evolucionando. Es el propio cuadro el que decide su tamaño final”. Flores y cabezas iluminadas por el sol y por los impagables colores de Katz: “La luz de Maine me gusta mucho, es diferente, muy diferente a la de Nueva York. Desde la primera vez que fui allí decidí que no quería dejar de verla el resto de mi vida”.
Pese a su intensidad, los cuadros de Katz poseen una extraña cualidad: no hay melancolía en ellos. “Mi obra habla del presente, mi tiempo es el presente. No hay narrativa, no existe pasado. Nada de lo que vemos en ella desaparecerá”.
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