Kathryn Bigelow: “Entretener no es suficiente”
La directoria, la primera mujer que logró el Oscar como mejor realizadora, ilustra en su nuevo trabajo los disturbios raciales en Detroit en 1967
Kathryn Bigelow, en el estreno londinense de 'Detroit'. DANIEL LEAL-OLIVAS AFP
Los Ángeles
Gabriel Celaya fue quien dijo que la poesía es un arma cargada de futuro. Kathryn Bigelow no conoce al poeta vasco ni su obra pero lleva esas palabras grabadas a fuego. Para ella el cine es el arma con la que crea empatía y genera conversación. Ese es su objetivo con Detroit, el último trabajo de la realizadora, que se estrena hoy en España. Un filme centrado en el asesinato de tres jóvenes negros durante los disturbios raciales que tuvieron lugar en Detroit hace 50 años. Porque como confesó a EL PAÍS, “en el cine, como realizadora y especialmente en los tiempos que corren, entretener no es suficiente”.
Habla desde la comodidad del hotel Four Seasons en Los Ángeles, un lugar en el corazón de Beverly Hills frecuentado por estrellas de Hollywood donde solo esta californiana de 65 años se siente incómoda. Es más fácil imaginarla cámara en mano incluso en algunos de los lugares más peligrosos de África donde acaba de rodar The Protectors, su primera incursión en el campo de la realidad virtual, que bebiendo agua mineral en este hotel. Es incluso difícil verla haciendo el cine con el que arrancó su carrera. Películas interesantes pero sin más trasfondo como Point Break(1991), Días Extraños (1995) o K-19 (2002). Desde que descubrió la narrativa periodística de Mark Boal a la que añade su visión casi documental ya sea con En tierra hostil(2008), en La noche más oscura (2012) o ahora con Detroit, no hay vuelta atrás. Y dan igual los obstáculos. Su cine es su arma y está cargado de futuro. “Yo fui la primera en preguntarme si era la mejor directora para llevar esta historia a la pantalla. Y con toda honestidad, la respuesta es no. Pero es una historia que necesita ser contada y yo tengo los medios”, admite sobre Detroit.
Con la apariencia tan fría que despide Bigelow, mirando desde sus 1,82 metros de altura que siempre mantiene erguidos en una postura perfecta, la realizadora está llena de pasión por lo que hace. Y desde ese primer momento en el que Boal le contó lo sucedido hace 50 años en el Algiers Motel en Detroit cuando el 25 de julio de 1967 murieron tres negros a manos de la policía local tras ser salvajemente interrogados Bigelow saltó a la acción. No le importó ser mujer o ser blanca. Como asegura, prefiere no dignificar los estereotipos. “Además justo esos días estábamos viviendo la rebelión de Ferguson, Missouri. Y una historia que ocurrió hace medio siglo nunca estuvo tan de actualidad y más necesitada de diálogo”, recuerda ahora la directora. Habla de incidentes de brutalidad policial en la historia reciente que dieron pie al movimiento #Blacklivesmatter.Una tensión racial que no mejora en la era Trump. “Por eso necesito contar esta historia. Porque quiero que hablemos sobre este trágico aspecto de nuestra cultura. Puedes llamarlo racismo sistemático. O racismo institucional. Pero es necesario generar empatía. Solo así seremos conscientes de lo que pasa y esa es la llave del cambio”, recita.
Criada en una familia de clase media del norte de California y educada en la Universidad de Columbia, para Bigelow las palabras son tan importantes como las imágenes. Por eso habla de rebelión en lugar de disturbios. Y no duda al retratar a buenos y malos por lo que son. Will Poulter acabó llorando dada la intensidad requerida de su personaje, uno de los agentes de la policía acusados (y posteriormente puestos en libertad en otro polémico juicio) de estos asesinatos. “Es necesario acabar con un problema endémico en nuestra policía, en la educación, en la sociedad, como son los prejuicios raciales”, afirma categórica. Si no lo consigue al menos Detroit tendrá al espectador en el borde del asiento con un ritmo donde Bigelow, con su habitual estilo fluido y en muchas ocasiones cámara en mano hará que el corazón de la audiencia palpite con la misma pasión con la que fluye su sangre. “Fueron semanas de rodaje extremadamente difíciles que funcionaron gracias a la camaradería y donde preferí utilizar como arma la improvisación en lugar del ensayo leído porque es una pieza mucho más física”, resume de una producción de 25 millones de euros.
Ni se te ocurra intentar describir su estilo artístico por su género porque su respuesta será gélida. Bigelow es la primera mujer que logró el Oscar como mejor realizadora pero también es una de las pocas que no ha visto Wonder Woman, el canto al feminismo del 2017. No es como James Cameron, su ex compañero de cama, y no entra en polémica. Alaba la labor de otras compañeras de profesión como Ava DuVernay, Kimberly Pierce y por supuesto Patty Jenkins. Pero porque son buenas, no porque son mujeres. “El sexismo seguro que existe”, afirma ante unos números que no mienten. El pasado año solo el 7% de las 250 películas más taquilleras contaron con una mujer como directora, informó el Centro de Estudios de la Mujer en Cine y Televisión de San Diego (EE UU). “Pero hablar de ello solo le da más credibilidad. No pienso en mi género cuando dirijo. Al menos de forma consciente. Supongo que mi manera de rodar será diferente porque soy una mujer. Y también lo sería mi carrera. Pero no quiero dignificarlo hablando de ello. Si algo me pesa es no haber hecho más películas desde Loveless (1983, su primera película, co-dirigida con un hombre). Ese es quizá el mejor ejemplo de algo que se resiste. Pero prefiero ignorar los prejuicios y seguir rodando”, resume. ¿Quizá una película de James Bond como le sugirió en su día Amy Pascal cuando estaba al frente de los estudios Sony? Su silencio y su mirada, casi tan fría como el dragón de hielo de Juego de Tronos, lo dicen todo. Y la respuesta es no.
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