Un futuro de máquinas, sexo y estómago
La extensa correspondencia entre el poeta Jorge Guillén y el historiador Américo Castro retrató, desde el exilio, un mundo que cambió radicalmente durante la posguerra
Los integrantes de los Beatles llegan al aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, en 1964. CBS / GETTY IMAGES
Que epistolarios, dietarios y diarios pueden ofrecer valiosísima información sobre la personalidad y las ideas de escritores, intelectuales y artistas es una verdad irrefutable. Lo es igualmente que Jorge Guillén y Américo Castro son dos de los grandes nombres de la cultura española del siglo XX, cada uno en su campo de actividad, y ambos con la circunstancia común compartida de pertenecer a esa tercera España que hubo de poner pies en polvorosa al estallar de la Guerra Civil. El presente volumen, fragmento del ambicioso proyecto que albergó el gran Claudio Guillén de editar íntegro el epistolario de su padre, ilumina significativamente la trayectoria y las ideas de estas dos grandes figuras, y ofrece una interesante visión de hechos, personas y obras presentes en sus vidas. Y, por añadidura, estas cartas están excelentemente escritas, y comunican talento y pasión intelectuales a mansalva.
El lector se verá recompensado copiosamente: vislumbrará una amistad tendida a lo largo de décadas, con sombras tutelares como la de don Pedro Salinas, y verá tejerse las relaciones cuasifamiliares entre ambos protagonistas, gracias al matrimonio de Teresa, la hija de Guillén, con Stephen Gilman, dilecto alumno de Castro (y qué bien muestran estas cartas cuánto hizo este por su carrera académica), o a la excelente relación de don Américo con Claudio Guillén, a quien llevó a Princeton. Hay mucho más, claro, que la crónica menuda de las relaciones personales —tan importante, por otro lado, para entender las vidas de los desterrados—: conocemos también las incógnitas y las expectativas angustiadas ante la pérdida de una España liberal e ilustrada vista desde el exilio norteamericano —Castro se nacionalizó en 1944; Guillén nunca quiso—, materialmente satisfactorio, pero humanamente insuficiente. Escribe el poeta en la memorable carta 110 (diciembre de 1953): “¡Plenitud! los dos nos encontramos ya en lo que llaman los sixties; los dos vivimos fuera de nuestra patria. Sólo allí habría llegado nuestra vida social a su desarrollo pleno […]. Sí, una larga emigración implica en este sentido —el social— cierta frustración”. Frustración, dice Guillén, desde la añoranza de una España “que añoramos porque era posible”, y desde la ambivalencia de sentimientos hacia el nuevo país de acogida —como emigrados, no como emigrantes, diferencia nada baladí—, donde hacerse una nueva vida (“¿Quién no ha aprendido aquí más de una lección, desde el fregar los platos con gusto hasta el llegar a las citas con puntualidad?”) metamorfoseada en existencia norteamericana (“Antó, mi nieto, es mucho más americano él solo que Einstein y Thomas Mann juntos”). Sí, la conclusión es inescapable: “Alguna consecuencia se derivará de tanto tomato juice en que hemos comulgado”. La respuesta de Castro, anuente en parte, es desgarradora.
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