Arte al sur del Sáhara
África se expresa con señas de identidad propias a través de artistas que reflexionan sobre la política poscolonial, la vertiginosa expansión urbana o la violencia racista
Es cierto que fenómenos como el discurso poscolonial y el carácter cada vez más abarcador del circuito artístico global han dado de un tiempo a esta parte más visibilidad al arte que se hace en los países situados al sur del Sáhara. Pero no es menos cierto también que el desconocimiento de Occidente de la creación que se hace en esa inmensa parte del continente africano es aún considerable.Algunas figuras se han instalado ya cómodamente en el circuito internacional —artistas como William Kentridge, El Anatsui o el comisario de exposiciones Okwui Enwezor—, pero las cosas están cambiando en el propio territorio con la creación de bienales y centros de arte, además del trabajo de un número de artistas con propuestas originales que se están abriendo paso.
Para este viaje por el arte contemporáneo africano empezamos por dos creadores marcados por este tipo de experiencia. Entre Duala (Camerún) y Gante (Bélgica) desarrolla su obra el camerunés Pascale Marthine Tayou, un creador que ha comparecido en importantes citas internacionales como la Bienal de Venecia de 2009 y Documenta 11. Reflejo de su propia existencia, en tránsito intercontinental permanente, Tayou, construye su poética en torno a la experiencia del viaje y sus implicaciones en la memoria individual, y en los vínculos, malentendidos y tensiones que genera el intercambio cultural. Como Tayou, el beninés Georges Adéagbo también recoge materiales en sus viajes, pero en su caso son objetos encontrados con los que construye sus instalaciones que se surten igualmente de lo que encuentra en su entorno más inmediato. Desde la década de los noventa su obra tiene cada vez más reconocimiento internacional, como acreditan sus exposiciones individuales en el MOMA PS1 o el Museo Ludwig de colonia y el Premio de honor de la Bienal de Venecia de 1999.
Senegal es otro país de procedencia de grandes artistas. Uno de ellos, Viyé Diba, ha convertido el problema de la emigración en el núcleo de su reflexión estética, como, por lo demás, hacen igualmente otros sobresalientes creadores que sienten que su trabajo no puede ser ajeno a este drama que desangra al continente. Gran Premio de la Bienal de Dakar de 2010, Diba trabaja fundamentalmente en el campo de la performance y la instalación. En la orilla opuesta del continente y algunos grados de latitud más al sur, el keniano Mutua Matheka concentra su atención en la capital de su país, Nairobi, donde opera a la vez como arquitecto y como fotógrafo que retrata la expansión vertiginosa del espacio urbano.
Sudáfrica, como es sabido, es uno de los focos más intensos de la escena artística mundial, cuna de artistas de la vanguardia histórica, como Ernst Mancoba, miembro del grupo informalista europeo Cobra en los años cincuenta, y cuyo olvido, deliberado o no, del relato hegemónico de la historia del arte devela una enorme grieta en el edificio del canon occidental. Pero de entre los artistas vivos, que es de lo que se ocupa ahora este texto, William Kentridge es actualmente el sudafricano que goza de mayor proyección internacional. A través de collages, dibujos, grabados, vídeos y, por lo que es más conocido, películas de animación, Kentridge se confronta con el fenómeno del colonialismo y el apartheid, que aunque constituyen una etapa históricamente superada, siguen siendo fantasmas que pesan muy mucho en la atmósfera del país. Éstas son las cuestiones que centran también la mirada de otros creadores sudafricanos como David Goldblatt, también consagrado internacionalmente, que desde hace varias décadas se interroga a través de su cámara por las estructuras que posibilitaron que pudiera tener lugar la ignominiosa segregación racial del país. En esta estela, otros fotodocumentalistas, como Santu Mofokeng y Guy Tillim, se emplean igualmente en el escrutinio de las huellas que ha dejado tanto dolor.
Desgraciadamente, pese a tantos años de opresión en razón de raseros raciales y étnicos, una parte de quienes fueron sus víctimas o descienden de ellas no ha querido o no ha sabido desterrar para siempre el sentimiento de hostilidad para con los que, con un origen nacional distinto del suyo, se han visto obligados a compartir por imperativos económicos su mismo espacio social. La fotógrafa keniana residente en Ciudad del Cabo Mimi Cherono Ng’ok y el también fotógrafo nacido en la ciudad sudafricana de Durban Zwelethu Mthethwa muestran en crudas imágenes como en la era posapartheid, los inmigrantes de países vecinos de Sudáfrica, como Mozambique o Zimbabue, viven en condiciones de marginalidad extrema y en varias ocasiones son víctimas de estallidos de violencia racista que han llegado a generar decenas de muertos.
Sudáfrica requiere, con todo, que se haga especial hincapié en ella. Es necesario, pues, hacer una mención siquiera somera a otro artista como Pieter Hugo, residente en Ciudad del Cabo, y muy singularmente de su serie fotográfica La hiena y otros hombres, una metáfora de la bestia humana, sumisa con su domador.
Las transformaciones de la sociedad sudafricana, intensamente marcada, como todas las sociedades contemporáneas, por la desestabilización del lugar del yo, dislocado en su visión y su deseo por un tráfago incesante de flujos mediáticos, económicos, políticos y morales, están en el trabajo de dos de las más interesantes artistas sudafricanas del momento, Nontsikelelo Veleko, que presta especial atención a los códigos indumentarios de los urbanitas del país, y Zanele Muholi, una activista que hace visible con su cámara los problemas que enfrentan las lesbianas negras en una comunidad que todavía tiene mucho camino que recorrer para acabar con esta otra forma de segregación.
En Nigeria también hay una escena con artistas interesantes que además están abonando con su éxito la formación de otros. Jerry Buhari, pintor natural de este país que es cada vez más apreciado en un mundo del arte dominado aún por la imagen de reproducción mecánica, y el gran El Anatsui, nacido en Ghana, pero que ha desarrollado la mayor parte de su carrera en Nigeria y que en sus instalaciones cuestiona muchos de los supuestos del arte conceptual occidental.
Además de artistas, en el área geográfica de que se ocupan estas líneas se encuentran naturalmente también, en distintas proporciones y con peculiaridades locales, todos los demás agentes de la cadena arte. A modo solo de mero ejemplo cabe citar a dos comisarias de exposiciones: Bisi Silva, de Nigeria, fundadora y directora del Centro para el Arte Contemporáneo de Lagos, que participa como comisaria en la Segunda Bienal de Tesalónica (Grecia) y en la Bienal de Dakar de 2006, y Koyo Kouth, de Camerún, fundadora de Raw Material Company, y coordinadora de programas culturales del Instituto Gorée en Senegal, además de colaboradora en varias ediciones de la Bienal de Dakar y cocomisaria en la Bienal de Fotografía de Bamako en las ediciones de 2001 y 2003.
Y para anclar con un poco más de firmeza en este vasto territorio africano del arte, valga la referencia a algunos de sus certámenes y algunos de sus espacios artísticos. Entre los primeros hay que mencionar la decana Dak’Art, la bienal de arte de la capital senegalesa, que ha logrado distinguirse con personalidad propia en la abigarrada trama del mundo bienalizado, lo mismo que la Bienal de Fotografía de Bamako (Malí). Ocupan un lugar propio también en la agenda el Addis Photo Fest, el festival fotográfico de Addis Abeba, la capital de Etiopía, que muestra a fotógrafos africanos o de la llamada diáspora del continente, y que incluye además entre sus actividades conciertos, performances, paneles de discusión, programas de residencia y proyecciones de cine, y la Bienal de Benin, creada a iniciativa del mencionado artista Georges Adéagbo y del curador alemán de su estudio Stephan Köhler, que ha sido asumida por el Ministerio de Cultura y que ahora dirige el marroquí Abdellah Karroum.
Y entre los espacios físicos, lo único verdaderamente inmóvil en un continente como el africano, que, como el resto del planeta vive inmerso en el nuevo orden mundial de movilidad, merece una mención especial el ya citado Raw Material Company de Dakar, un centro para el arte, el conocimiento y la sociedad, que se despliega entre exposiciones, intercambio de conocimientos y archivo de teoría y crítica. Raw Material Company funciona, como explica Octavio Zaya “para fomentar la apreciación y el crecimiento de la creatividad artística e intelectual en África, bajo la firme creencia en las artes visuales como herramientas capaces para cambiar perspectivas como camino viable para la transformación social y política”. Y, junto al anterior, otro espacio africano cuya trayectoria deben de seguir con atención los profesionales, los estudiosos y las personas atentas, en general, al decurso del arte contemporáneo es el Doual’Art, un laboratorio de intervenciones y acciones urbanas radicado en Duala (Camerún) que promueve el concurso del arte en el desarrollo material de la ciudad y la interacción en el espacio público con sus habitantes. Hay que citar igualmente el Nairobi Arts Trust, Centre for Contemporary Art of East Africa (Kenia), una institución que funciona como catalizador de proyectos artísticos y que ha logrado desarrollar redes intercontinentales con el Centre of Contemporary Art of Africa, que en la actualidad tiene su sede en Luanda, la capital de Angola.
La mitad sur del continente africano es pues un extensísimo territorio no solo en términos geográficos sino también artísticos. Tanto que el Occidente saturado de sí mismo tendría que volver sobre él con mucha más frecuencia y con mucha más apertura de miras de lo que habitualmente lo hace.
Y eso que el arte africano es cada vez más un área de investigación, estudio y divulgación. Entre los expertos internacionales en la materia se cuentan los tres que han proporcionado la inestimable información con la que se ha construido este reportaje: Elvira Dyangani Ose (comisaria de la Tate Modern de Londres y de exposiciones como la retrospectiva de la fotógrafa sudafricana Nontsikelelo o del programa Arte Invisible); Simon Njami (comisario de la muestra Africa Remix, del primer Pabellón Africano en la 52ª edición de la Bienal de Venecia, y director artístico de la Bienal de Fotografía de Bamako, Malí), y Octavio Zaya (comisario junto a Okwui Enwezor de la Segunda Bienal de Johannesburgo en 1997, y de la exposición del artista de Benin Georges Adéagbo el año pasado en el MUSAC).
el dispensador dice: me repito de modo incesante que en ÁFRICA moran todas las contradicciones del mundo humano... todas las miserias humanas occidentales... también las otras, las orientales... traducidas a inequidades... rivalidades tribales insoportables... y mucho más, tanto que aquello que nadie imagina, o jamás lo hizo, seguramente podrá ser visto o descubierto en dicho continente. Una tierra atrapada entre las ignorancias y las inconsistencias... sin embargo, en dicho caos, también anidan culturas asimétricas, nidos de pensamientos que se expresan a través de artes que siempre esconden un "segundo mensaje"..., no el de las manos, no el de las formas, sino el del alma. Las incoherencias conviven con raras coherencias, y ello fabrica un paisaje más extraño aún... muy distinto según el lugar... ya que no es lo mismo ver hacia el norte del Sahara que hacerlo hacia el sur... tanto como su este o su oeste... gentes olvidadas y peor aún, gentes negadas de sus dignidades deambulan transitando sus días en busca de agua, de salud, y hasta de comida... para luego verse atrapadas por organizaciones no gubernamentales que hacen lo que pueden... hasta que ellos mismos quedan atrapados en la indigencia del pensamiento facilista que tiene envuelto al mundo, como para regalo. En medio de dicho paisaje, si se quiere aberrante, puedes ver una hiena (expresión de salvajismo si las hay) conviviendo entre humanos, aprendiendo de sus ritmos, y hasta contribuyendo (de alguna manera) a que estos sobrevivan atendiendo a esas sensaciones sutiles que suelen tener los cazadores y depredadores de largas extensiones, interminables, donde aunque se crea ver... no se ve absolutamente nada más que viento y soledad. Y la cultura refleja eso... distancia... silencio... soledad... esfuerzo... mirar a los ojos y esperar... África traduce la conducta más aberrante de los colonialismos europeos... reflejados en su tierra tanto como en sus gentes, personas que cargan dolores que no se ven, aunque pueden ser percibidos por los espíritus sensibles. Detrás de la cultura, está el abandono... el discurso de una ayuda mentirosa que llega de maneras invertidas a lo que se recita... y entonces las voluntades deben ser duplicadas para poder alcanzar apenas una décima del resultado esperado, hasta que te acostumbras y dejas que el agua fluya como puede, sin interferir... pero cuando te acostumbras al dolor, ya has dejado de ser tu mismo, para ser parte de un paisaje atroz donde la conformidad denigra y degrada a la condición humana... ya en Europa, inmigrantes de esas mismas desolaciones, acondicionan sus vidas a una singular forma de sobrevivir... son parias con pasaporte de la Unión Europea... y comienzan a enseñar capacidades que nunca antes habían podido expresar... y entonces te sorprendes dos veces... porque contienen visiones intangibles para el pensamiento occidental, capturado por falaces economías y peores valoraciones de sociedades desintegradas en la "integración"... Los africanos no hablan, y si lo hacen, lo hacen por muy poco... los ojos, dicen mucho más que cualquier oración llena de palabras, en cualquier lengua acomodaticia y de fonéticas extremas, romances o anglosajonas, y allí comprendes que en sus silencios, esos sentidos sutiles aprenden a hablar francés, inglés, alemán, o cualquier lengua... de sólo oírla... y te espantas... y te preguntas, ¿cuánto se ha perdido el hombre blanco?... ¿cuánto se ha perdido de cultivar tantos desprecios?... y cuando das vuelta la página, asumes que este mundo sería bien otro de no haber miserias en las almas... pero allí, justo cuando el avión despegaba del África Ecuatorial Francesa... me di cuenta que no pertenezco a este mundo, y que tampoco quiero hacerlo... el zoológico no está en África... no, está en la Europa medieval que ha sido devorada por el infierno de las inquisiciones sin convicciones. Tengo forma humana porque esa es la condición necesaria para transitar un tiempo respirable aquí, pero mi espíritu está lejos, lejísimo, de semejante barbarie política, que no es política, ya que es económica... y que no es económica, porque antes es social... y que tampoco es social, porque antes de ello es un rivaival de la tragedia humana llevada a su máxima expresión. Y no quiero ser parte de esto... tengo forma humana, sí... pero no lo soy... mis sentimientos caminan por otra vía y sintonizan con otros mecanismos de vida... escribiré mis vivencias a través de relatos, cuando regrese a mi mundo de calmas y silencios... y me lo repito para no olvidarme... ÁFRICA... AGOSTO 11, 2012.-
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