Sobre el blog
El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.
Sobre el autor
Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.
Seguramente
Buscamos seguridad. La necesitamos. Vivir sin seguridad es difícil. Vivir exclusivamente para ella es peligroso. En tiempos de tantas incertidumbres, recibimos con alivio lo que nos asienta, lo que nos justifica, lo que nos confirma. Y no faltan quienes nos la prometen, con un éxito relativo. La seguridad no es sólo la ausencia de incidentes, es sobre todo la de las efectivas oportunidades. En general, en nuestra vida, a pesar de la atracción por el riesgo, por la aventura, finalmente no es menor la seducción por lo seguro. No siempre es así, ni siquiera en todo caso para cada cual, pero hay una pulsión de seguridad que no necesariamente cabe reducir a comodidad. Eso que llamamos “yo” es un buen ejemplo. Incluso en situaciones de enorme riesgo, nos cuidamos minuciosamente de los peligros. Sin embargo, una vez más, no se trata de entronizarla de cualquier manera, por encima de todo, a cualquier precio. Y menos aún de invocarla para otros fines.
A pesar de resultar imprescindible, es asimismo indispensable no olvidar que, como Eduardo Galeano nos recuerda, “cada vez hay más gente que aplaude el sacrificio de la justicia en los altares de la seguridad”. Y no hemos de olvidar que la seguridad ha de estar al servicio de la libertad y no la libertad supeditada a la seguridad. Con frecuencia se recuerda con Benjamin Franklin que “aquellos que sacrifican libertad por seguridad no merecen tener ninguna de las dos”. Que sean complementarias no elude esta consideración.
Sin embargo, no pocas veces nuestra vulnerabilidad nos hace replegarnos ante las amenazas y peligros, ante la intimidación y el terror. La seguridad resulta decisiva precisamente para garantizar derechos de los ciudadanos y para profundizar en el avance de las libertades. La necesitamos individual y socialmente. Entre otras razones, para satisfacer necesidades básicas y desarrollar nuestras potencialidades como seres humanos. Pero, en ocasiones, una lectura inadecuada de la seguridad la ha limitado a tareas de protección de los derechos, exclusivamente mediante procesos de represión y de penalización de las conductas y, en su caso, de prevención. No faltan rostros inquietantes de vigilancia como aparente seguridad aunque sólo son calma de compromiso. No siempre se corresponden con la necesaria mirada amiga, sino que se ofrecen como el ojo del panóptico. No se trata de que la seguridad se sustente en el temor, a fin de procurar simplemente una tranquilidad formal. Entre otras razones, porque, si es cuestión de eso, no habríamos de olvidar hasta qué punto la inseguridad obedece a problemas de raíz enormemente compleja, como el del acceso a los bienes comunes de la educación, de la sanidad, de la justicia, de la vivienda, del medio ambiente, del urbanismo, de tantos servicios sociales imprescindibles que conforman un espacio integrado e integrador. Tan compleja situación no se soslaya con supuestas soluciones de atajo.
La ley ofrece seguridad, siempre y cuando respete los derechos humanos, los derechos individuales. Pero, sobre todo, la seguridad se nos procura por los espacios de valores compartidos, sostenidos en el principio de legalidad del Estado de derecho y por el necesario control en el ejercicio del poder. La educación, la cooperación y la integración son valores frente a las amenazas, y más consistentes que otras acciones supuestamente eficaces. Puestos a hablar de seguridad, la seguridad ha de ser seguridad social.
La consideración de la seguridad como un bien común, que da acceso a otros bienes comunes, nos hace comprender que la seguridad exige el desarrollo de los bienes suficientes, sin marginación ni exclusión. Y ahí radica el límite de nuestra libertad, en que asegure a los otros miembros de la sociedad el disfrute de esos mismos derechos para no vivir anclados en la necesidad. Ya insiste el mismo Eduardo Galeano: “quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”. Entre el miedo y la necesidad, la seguridad habría de ser un aliado. Ahora bien, más parece que no pocas veces sobre ese miedo se sustenta una desmedida consideración de la seguridad, que se ofrece como coartada del inmovilismo o de la delimitación o eliminación de los derechos individuales.
Ciertamente, el riesgo es consustancial al pensamiento y a la vida. El decir y el hacer, el decir que hace y el hacer que dice, ese que es logos, reconoce que es indispensable el atrevimiento del saber, el atrevimiento de saber. Pero no pocas veces nos refugiamos en cierta ignorancia. O nos aíslan en ella. El conocimiento y los valores, cuando son verdadera sabiduría, son nuestra máxima seguridad. No la que nos evita imprevistos, sino la que nos prepara para afrontarlos. La ignorancia y el temor suelen llegar a coexistir. A pesar de esa fatua indicación de que es preferible no saber, el desconocimiento conlleva indefensión.
Incluso en ocasiones vivimos la libertad pensada de tal modo que nos asegure. Nos la representamos de manera que así, al asegurarla, nos aseguramos. Buscamos certezas, que es tanto como precisar la seguridad de nosotros mismos. Pero no es cuestión de hacernos representaciones, sin más, sino de vincular el pensar a la construcción y a la elaboración de conceptos, de concretarlos, de alumbrarlos, de concebirlos. Y eso es una tarea, individual y social, personal y colectiva. Por ello, la dignidad se sustenta en la libertad de pensamiento, y éste es nuestro riesgo elegido, el de buscar, el de encontrarnos con el propio decir y el de los otros, el de vivir. Y en eso ha de radicar la adecuada seguridad, en la libertad de decir y de decirse, en la pluralidad de formas de vida, en la libertad de información, de expresión, de asociación. Se abren así otras intemperies, en las que habremos de vernos en espacios de desprotección y de indefensión, pero que forman parte del hecho mismo de vivir. Cercenarlos en nombre de la seguridad incide radicalmente en nuestra existencia. “Seguramente” significa, a la par, “probablemente”. Esta inseguridad constitutiva nos ayuda a comprender que siempre nos acompaña alguna incertidumbre. Y que puestos a elegir, no hemos de olvidar lo que otro creador, Eduardo Chillida, supo recordarnos: “un hombre tiene que tener siempre el nivel de dignidad por encima del nivel de miedo”.
(Imágenes: Gabriel Eduardo García Aguilar, Libertad; y Plenitud)
el dispensador dice:
cunde la incertidumbre,
qué lejos que queda la cumbre!,
la noche llega sin lumbre,
los ojos del alma todo lo cubren...
todo parece seguro,
amanecer mañana puede ser duro,
atravesar el sueño es cruzar el muro,
seguir el fulguro atrae futuro...
la dignidad es esencia,
de condición humana,
si no hay calidad,
tampoco hay mañana...
saltar el cerco,
perder los miedos,
no ser terco,
el futuro demanda salir al ruedo...
cunde la incertidumbre,
no importa qué tienes,
sólo lo que suma al espíritu permanece,
lo que queda detrás, finalmente se pierde...
no estar atrapado por la necesidad,
no estar condicionado por los miedos,
no estar presionado por la ansiedad,
no perderse en los enredos...
lo que en el destino sucede de una,
lleva consigo el signo de la LUNA,
lo que el karma evita de forma oportuna,
señal significa en el juego de runas...
la incertidumbre es un cultor de brumas,
despejarlas consiste en formular lo que abruma,
ver por detrás de colores y plumas,
en ello va la esencia de beber por espumas...
la libertad se fundamenta de geometrías,
las perpendiculares abren los días,
por las tangentes se llevan las guías,
son las esferas gracias de vida.
AGOSTO 09, 2012.-
Devenir es en sí mismo una incertidumbre... que toda entidad justo cuando eres alumbrado, no antes, ya que previamente te inscribes en un destino que se escribirá en el libro de la vida y más tarde se estampará como savia en el árbol de la vida. No son palabras, es realmente así, y ello sucede fuera del imperio del tiempo, de los aires, las aguas, y allende las circunstancias, sus momentos y sus instantes. La incertidumbre se establece justo cuando el alma pasa a depender de terceros incidentes y sus propios destinos, por ende sus propias circunstancias... y todo se entrevera, se mezcla, se confunde y se resuelve de manera inédita en la previsión, aunque no así para el destino y sus variables... cada alma depende de su karma... y éste es sinónimo de huellas y sombras... capacidades del espíritu para alejarse de las razones de la inteligencia oportunista y acercarse ciertamente a los ángulos de las sabidurías, esferas inapelables que además de contener esencias e ideas, contienen todo aquello que per se es incuestionable, aún entre las existencias. La seguridad está allá, y se pierde en el aquí de los tiempos respirables, justamente por eso, porque los tiempos se respiran, generando un vaiven de ondas invisibles que modifican las certidumbres de la luz transformándolas en brumas de "momentos". Delante de cada alma salta su ángel y vibra su consciencia... ninguno de ellos pueden ser visto mediante los ojos, sin embargo están allí esperando... y para ello se hace necesario imprescindible la afinación del alma, de la propia y sólo de ella. Cuando lo que te conduce es el alma... el ángel de la guarda... y la voz de la consciencia... los miedos se desvanecen inmediatamente, porque descubres que la incertidumbre "no existe". AGOSTO 09, 2012.-
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