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Cinco escritores en el frente de la Primera Guerra Mundial - ABC.es
Stefan Zweig, autor de «El mundo de ayer»
CARLOS ABASCAL PEIRÓ / MADRID
Día 28/07/2014 - 14.27h
En una contienda a la que el tiempo ha desprovisto de testigos, la literatura cobra aún mayor importancia. Vivir (y escribir) en las trincheras
El (no tan) buen soldado Jaroslav Hašek
Ilustración de «El buen soldado Švejk» (1921)
Con razón (y con frecuencia),
Jaroslav Hašek es considerado un pilar de la narrativa checa por su ácida
«El buen soldado Švejk», novela inacabada y retrato memorable de los intestinos de la Gran Guerra: los cuarteles, el rancho, la intendencia. Y
Hašek , si echamos un vistazo a su biografía, sabía de lo que hablaba. El no tan buen soldado
Hašek, que había sido periodista audaz, crítico adelantado, paciente psiquiátrico y antes de nada un tipo inteligente, aprendió a esquivar la muerte en las filas del ejército austrohúngaro, frente de Galizia, bajo la sombra de los Cárpatos.
Era el inicio, 1915, de un periplo que le llevó a cambiar de bando y, sobre todo, en más de una ocasión, al calabozo. Canalla comprometido con sus ideas, testigo desenvuelto de la inutilidad del conflicto, de su descrédito humano, Hašek volcó sus conclusiones en la rechoncha y tierna figura del raso Švejk . Y Švejk , ay Švejk , fue un Harry Flashman sin fortuna amorosa, un vago clarividente y encantador que, desde el esférico trono de sus posaderas, prestó a la guerra un relato perspicaz, carcajeante. Y tan, tan negro.
Apollinaire, el combatiente herido
El escritor francés Guillaume Apollinare, en 1910
Bandana sobre la frente, perfil romano.
Picasso dibujó al combatiente herido en la figura de
Guillaume Apollinaire. Icono del poeta soldado,
Apollinaire entretuvo una relación de fascinación por la batalla –un hechizo febril, contradictorio– a la que acudió voluntario en defensa de esa Francia que, entre revanchas simbólicas y cadáveres, combatía al germano desde al menos la guerra franco-prusiana de 1870. El ensayista, el poeta –su festivo compromiso–, también alistó su obra en las trincheras y llegó así al frente de 1914.
Su correspondencia, sus caligramas y dibujos, revelaban un genio explosivo que trazó con lucidez, cierta ironía romántica y la más dolorosa de las pesadumbres, el horror de la contienda. «La nausea, las tripas, el cráter de los obuses». Fueron dos años de guerra, un periodo al termino del cual, en la ofensiva del Chemin des dames, Apollinairefue alcanzado por un proyectil que le expidió a la retaguardia. Era el otoño de 1917. Luego llegó la trepanación y, después, un puesto de censor en París, su encendido elogio del soldado, el ánimo henchido del herido con medallas. Y, otra vez, la bandana en torno al cráneo o la memoria eterna de una guerra –y de un poeta– según Pablo Picasso.
Ernst Jünger, juegos de guerra
Ernest Junger con el uniforme alemán, durante la I Guerra Mundial
A medio camino entre el volátil frente galo y las estrías de barro de suelo belga, el teniente
Ernst Jünger lideró comandos de asalto bajo la disciplina del muy imperial ejército alemán.
Jünger describe en sus diarios una guerra alucinada, «los pueblos que atravesábamos eran casas de locos, hospitales psiquiátricos», pero también un terreno casi deportivo para alguien que admitía «pasárselo bien» bajo las balas. De su prosa descarnada florecía al tiempo un elogio de la vida, de la supervivencia y la dignidad del relator y su relato. El de la carnicería.
Porque Jünger no repudiaba la guerra, de hecho llegó a describirla en sus ensayos de la década de los treinta como una «escuela incomparable»; eran textos cuya lectura hizo que Benjamin le reprochase dominar los cauces de la guerra pero –«¿se ha usted enfrentado a la paz como hizo a la batalla?»– desconocer la concordia. El escenario fue una Alemania de entreguerras, infectada por el virus subterráneo del totalitarismo, y antes de la diáspora intelectual de la eraWeimar. Con todo, se sabe que, durante el germen y posterior auge del nazismo, Jünger mantuvo una higiene ideológica –fuera del régimen, fuera de la resistencia– tras la que algunos adivinan una execrable neutralidad. El tiempo y los primeros compases del conflicto, sumados al consenso crítico en torno a su obra, terminaron por empujarle contra la barbarie.
Celine, negro comienzo de viaje
Louis-Ferdinand Céline (Destouches) en un retrato de 1951
A caballo entre el frente –literalmente, el escritor se alistó en un regimiento de coraceros– y los rumores de la retaguardia,
Louis Ferdinand Auguste Destouches, o el pasaporte que se transformó en
Celine, apenas tuvo tres meses de guerra. Esa primera guerra de movimientos y mapas desplegados e interminables trayectos –1483 km. suman sus biógrafos– sobre una montura escuálida bajo el sol plomado del verano de 1914. Allí arrancan los
«Diarios del coracero Destouches», germen de lo mucho (y bueno, pese a las sombras, el antisemitismo, la repulsión) que vino después.
Y hubo escaramuzas y –otoño en el horizonte, comienzos de octubre– allí que cayó Celine herido en gloriosa acción y, por tanto, honrado con un medallón militar.
Celine no estuvo en las trincheras, no tuvo tiempo. Pero en su errar por ese escenario infernal incubó aquel
«Viaje al fin de la noche» de Ferdinand Bardamu. O el trasunto ennegrecido del autor, presa de todos los miedos de un siglo que –advertía la tonada de la Guardia Suiza– se adentraba «
dans l'hiver et dans la Nuit». En el invierno y en la noche.
Zweig, la Europa rota
La Europa de
Stefan Zweig fue Viena durante un tiempo. En
«El mundo de ayer» (1944) leemos sobre una capital austriaca antes de 1914, acerca de aquella «atmósfera de conciliación donde cada ciudadano recibía una eduación cosmopólita para convertirse en ciudadano del mundo». Fue una ciudad que, como el continente, no terminaba de digerir las proporciones dantescas del conflicto por venir. Pacifista militante,
Zweig se pensaba a sí mismo con un molde similar al de esa Europa soñada que a veces refirió como los «Estados Unidos de Europa». Al estallar la
Gran Guerra, el autor judío fue movilizado por un periodo de tres años si bien, traumatizado, nunca pisó el campo de batalla al ser declarado no apto. Tras un breve periodo de uniforme y enclaustrado en un archivo militar, pronto se exilió en
Suiza. Quedaba su vaga noción de pertenencia a una nación y por tanto un ejército, una herencia de la fragmentada identidad judía, o esa que –en la
Vienasombría de 1915– doblegó a un triste librero de viejo.
Mendel, el de los libros.
el dispensador dice: parece que la primera guerra mundial (conflicto con minúsculas) queda demasiado lejos... muchas de sus historias jamás llegaron a las redacciones, nunca se documentaron, y hasta muchas de ellas se extraviaron de camino a las editoriales, desde luego muchos corresponsales se cayeron de los recuerdos y muchos otros dejaron sus vidas en las trincheras o enganchados en alambres... la realidad es que los contendientes no aprendieron lección alguna de esta tragedia, e inmediatamente movilizaron sus capacidades para alcanzar un nuevo conflicto mundial (segunda guerra), para inmediatamente construir los paradigmas de la guerra fría, y luego de ello habilitar al conflicto eterno que se transita en la Tierra desde la guerra de Corea para aquí, siempre respondiendo a intereses de pocos y a conveniencias de menos, siempre dando la derecha a las izquierdas, o siempre dando las izquierdas a las derechas, a efectos que el negocio no se pierda, se mantenga en alto, sacrificando a los inocentes de turno, ya que siempre abundan humildes suficientes como para que los mezquinos los atropellen...
dicho de otra forma, mucho se escribió desde la trincheras de la primera guerra mundial, pero mucho más es lo que nunca se escribió, nunca vió la luz, nunca se tradujo... por las dudas que las verdades ocultas condenaran a los actores devenidos en héroes de cruces justificadoras...
como sea, no es lo mismo mirar el mundo desde el suelo, que hacerlo a ras de él... sumergidos en los barros y los miedos...
a la distancia todo parece un cuento de hadas, que nunca existió, del que no quedan testigos, del que no quedan demasiados testimonios de inocentes olvidados y de humildes involucrados por casualidades de sus destinos... pero la realidad fue bien otra, sangrienta, lamentable como toda miseria humana, que no tuvo nada de gloria y mucho menos de gesta, dejando expuestos el mundo de los mezquinos y las mezquindades de los estados que ya comenzaban a estar ausentes... en medio de ello, no sólo se perdieron letras, también se arrasaron culturas y comarcas... dejando constancia que cosas peores se verían un par de décadas después...
desde entonces, EUROPA ha quedado rota por los oscurantismos de la política invadiendo la cultura social... ha quedado medievalizada por sus cinismos que han atropellado a las artes... ha quedado ciega para algunas cosas y sorda para otras...
un siglo después... puede decirse que nadie aprendió nada, y que los actores que nunca participan pero siempre están elucubrando cómo asaltar las voluntades y los esfuerzos ajenos, siguen tan miserables como antes... demostrando que la condición humana, esa que recitan los humanismos de las letras, de las pinturas, de las esculturas, de las notas, de los escenarios, de las historias, se resume sólo a las muchas gentes de buenas voluntades que habitan el planeta Tierra... un planeta dominado por los cinismos y las hipocresías de pocos, que usan la cultura para justificar sus perversidades... no más que eso...
las generaciones recién venidas y las otras por venir, deberán aprender de todo aquello que priorizó la miseria humana por sobre el valor y los equilibrios sociales, ya que de lo contrario, la humanidad no tendrá quién le vista sus recuerdos. JULIO 28, 2014.-
ya no quedan bayonetas,
ahora son drones,
misiles de fósforos interminables...
daños... que afectan inocencias y humildades...
que regresarán por sus destinos truncos.