domingo, 6 de julio de 2014

HAKAVITZ, TEPEU Y GUKUMATZ ▲ [Henciclo] interruptor - El alma del footballer - la columna de H enciclopedia

interruptor_El alma del footballer





DE CIERTA INOCENCIA ANIMAL

El alma del footballer

Amir Hamed 
Narrador, ensayista, traductor, editor, músico.
Es PhD en literatura iberoamericana y teoría por la Northwestern University. Director de H enciclopedia y miembro del Comité editorial deinterruptorHa publicado, entre otros, las novelas Artigas Blues Band (1994), Troya Blanda (1996) y Semidiós (2001), los volúmenes de relatos Qué nos ponemos esta noche (1991) y Buenas noches, América (2004), los volúmenes de ensayo Retroescritura (1998) yMal y neomal. Rudimentos de geoidiocia (2007), y el estudio y selección Orientales: Uruguay a través de su poesía (1996 y 2010). Tradujo al castellano The Two Noble Kinsmen, de William Shakespeare & John Fletcher (2001 y 2012). Publicó la obra de narrativa Cielo ½ (2013).
En 2011 el libro Porno y posporno, del cual es coautor, recibió el premio de ensayo del Ministerio de Ecuación y CulturaDurante años fue redactor en jefe de la Guía del Mundo: el mundo visto desde el sur, y editor de Social Watch. Relatos suyos han sido recogidos en diversas antologías, nacionales e iberoamericanas. Ha tenido prolongada colaboración con páginas culturales uruguayas, desde el semanario El popular, pasando por La República de Platón, dirigida por Sandino Núñez, la redacción de Culturas, suplemento cultural deEl Observador. Fue columnista de Insomnia, suplemento cultural de la revista Posdata. Desde 2003, compone música de rock y canta. Banda actual: Amir y los elefantes. Es colaborador de la publicación semanal Tiempo de crítica de la revista Caras y Caretas. Es docente de comunicaciones en la Universidad ORT. Es investigador de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII).
Columnas en interruptor
Información vs. Ilustración
Infortunios de la opinión

Ínclitas razas misérrimas
Descansen en paz, terrícolas
Zombis: elegía por el hombre penúltimo
La gramática postapocalíptica
Rock alrededor de la bomba
Inclusión digital (duelo charrúa)
Por un país libre de murga

¿Se puede regresar al estudio?
Cultura y letrina
Sastrería del desastre
Autor y verdad
Llanto de vencedores
La canción de otoño del Sr. Gasperone
La lengua muerta y sus redes: inversión y reconversión
Larroca contra El Guasón
De la Universidad o el mundo
Utopías negras
El fin del mesmerismo
Del carajo y alrededores

Del éxito (o de cómo son las cosas)
Tagalo
La biblioteca libro cero
El Señor 6%
El regreso de la literatura
Traducciones, por favor
El gringo que te hace eso
Lexicón para días malos
Póstumo y viral

El alma del footballer

Amir Hamed

1. Deporte.

Cómo escribir sobre deporte. Es decir, ¿cómo escribir seriamente sobre deporte? Los ingleses y los alemanes, desde el siglo XIX, lo fueron imponiendo unos, haciéndolo parte de la educación del ciudadano, del bildung, exportándolo los otros a las colonias, hasta que se fue convirtiendo, y se ha convertido, en una de las mayores industrias planetarias. Si bien sus disciplinas, ciertamente, cuentan miles de millones de adeptos, curiosamente, sigue sin contar el deporte con una literatura, es decir, una literatura digna, ajena al folletín, el panfleto o la propaganda, que logre asimilarlo, metabolizarlo, digerirlo. 
Cierto, algunos podrían decir que el deporte y la literatura de Occidente han nacido juntos, ya que bastaría recordar los juegos fúnebres en honor de Patroclo, en los que Homero pone piedra de toque para las olimpíadas. También habría que citar, a Píndaro y sus odas, que cantarán, algo más tarde, hinchadas, retumbantes, algo cansinas, a través de una musa olimpista, “Si celebrar la victoria es tu intento/ a la lid olímpica lleva tu lira”, avisa Píndaro, quien acto seguido, pasa a amontonar equivalencias entre el brillo del sol y los vencedores. Sin embargo, salvo excepciones, este desplazamiento de la gloria bélica por la deportiva ha tenido, a lo largo de los últimos dos milenios y medio, escasos cultores dignos. A fin de cuentas, ya los mismos griegos sabían que la victoria, en rigor, acarrea un estribillo de mal gusto, y salvo el oportunismo pindárico, poco hay de digno en celebrar al victorioso. La gloria de Aquiles, sin ir más lejos, es la de no haber podido tomar Ilión, emprendimiento subrepticio comandado por Odiseo, un tramposo condenado a ser Nadie y a perder, para siempre, el hogar.

Interruptor, como se sabe, se ha manifestado espontáneo y monolítico (ver aquíaquí, y aquí) por la grandeza de la derrota, que es una derrota no deportiva (es decir, traslación de la guerra) sino eminentemente bélica. Un sol que ciega cenital solo ciega, pero revela sus matices al ocaso; Edipo se vuelve interesante cuando, pasada la primera fanfarria tras vencer a la Esfinge, su soberbia de sabihondo curalotodo lo hace aprender que, en rigor, él era la peste, el parricida, el incestuoso, el hermano de sus hijos y, porque ahora puede ver, se arranca los ojos. Qué decir, entonces, del deportista que, en buena medida, queda para siempre sacrificado en el tris de la gloria, aunque condenado a no poder morir como Aquiles por ella, a recordarla él mismo como a un metal oxidado, a irse divorciando, paulatina, incansable, inexorablemente de ella, venido organismo lento y decadente, una reliquia a la que es casi imposible seguir asignándole la gloria del vencedor que alguna vez fuera. Se trata, por decirlo así, de un relato adolescente, condenado a fracasar una vez que su versión cómica o feérica, la victoria, deba ceder paso al continuo de la vida, del ocaso, del olvido.  

Ahora bien, si vivimos en un mundo marcado por el ideologema vencedor/derrotado que Estados Unidos ha exportado al planeta, esto, en rigor, no es sino un tristísimo souvenir del capitalismo, que nos hace entender que todo es competencia y que todo aquel que ande cerca de nosotros es un adversario del que conviene deshacerse a codazos. No hay gloria; apenas interés, y este el interés de una sociedad enconadamente puberal que, como la estadounidense, en caso de nunca salir de su folletín darwiniano (en que el imperativo deportivo del éxito se tramita en celebridades empresariales y, por sobre todo de showbiz) corre riego de precipitarse a su sima de trivialidad. Es precisamente Hollywood una cornucopia de filmes mediocres sobre deporte, casi todos cantando pindáricos victorias insostenibles, a menudo de colegiales.

Más aún, se puede entender que la inflación deportiva actual ha superado el imperativo de la victoria y su concomitante rechazo a la derrota, emplazando en su lugar uno nuevo: la revancha. Este partido (de béisbol o de básquetbol, dehockey o de fútbol) tendrá inmediatamente revancha (esto es el régimen en el básquetbol, de play off), y este torneo que recién termina ya está abriendo camino para uno nuevo. Más que deporte, parece una interminable kermesse en la que, fatalmente, a todos les tocará el turno de ganar, siempre que sigan compitiendo (o conectados a la competencia). ¿Habrá, en algún momento, una gran literatura de las revanchas? Hasta ahora lo que había era la revancha en su variante  mediterránea, sea la tragedia griega a la Esquilo, sea su modalidad siciliana, la vendetta, enaltecida en los Padrinosde Francis Ford Coppola, cima de ese arte, más conjetural que séptimo, el cine. Tal vez haya que rebuscar en literatura de tómbola y piñatas, si es que la hay, para encontrar discurso que acomode a esta modalidad del deporte. 

2. Pelotas.
Ahora bien, una cosa es el deporte, y otra el juego, y en el deporte, para que haya juego, hace falta una pelota. Un decatlonista, una boxeadora, un lanzador de jabalina, un equipo de posta con relevos, un taekwondista, un equipo de nado sincronizado compiten, pero no juegan. La pelota, heráldica de lo deseado, reconvierte la competencia en ludo, pero sobre todo, recupera la dimensión estrictamente animal del juego, que también es la dimensión sacrificial del juego. No es lo mismo una pelota de cuero, difícil de transportar, pesada, fatalmente grávida, como la que pateaban en Europa en la Edad Media, que esa otra de caucho con la que, por miles de años, se jugó (y ahora se vuelve a jugar) en América. Esa pelota no solo es una suerte de hegeliano objeto del deseo que se empuja o escamotea; porque rebota, porque salta y casi vuela, es un momentáneo conector entre mundos, o entre cielos, o estadios del cielo (entre los mayos, el infierno es el primer cielo).






De este juego sacrificial y cosmogónico da cuenta el Popol Vuh, maravilloso compendio de mitos quiché tamizados por la Iglesia. Sabe el juego que nadie, ni el vencedor ni el vencido, es capaz de sobrevivirlo, porque en el juego mismo está el sacrificio, el servicio a los soles exigentes. Los hermanos pelotaris del Popol Vuh, Ixbalanqué y Hunapú, se sacrifican, y los señores de Xibalbá, sus oponentes, también se sacrifican, del mismo modo que, según la ocasión, y según se entiende, en algunos casos no eran los vencidos los inmolados, sino los vencedores.

¿Debería extrañar? Probablemente no. En el rebotón juego somos una fisiología que se acomoda a los ángulos, efectos, antojos de la pelota. Hegelianamente, un sentimiento animal que es aquello mismo que en ese momento está deseando, es decir, somos la pelota. Como la foca la sostiene en el hocico lo es, como el gato que salta hacia ella lo es, como el perro que la muerde o el elefante que la prensa con la trompa lo son, es que somos la pelota. César Vallejo, como ninguno, pudo decirlo en la prosa de Contra el secreto profesional y en los versos de sus Poemas póstumos: al tenista, en el momento en que “lanza magistralmente su bala/, le posee una inocencia totalmente animal”. Esto, por supuesto, vale para cualquier pelotari, sea un basquetbolista, un rugbier, una futbolista o handballer, y también cualquiera de esos malabaristas del pie que dedican sus horas a dominar la antojadiza cosa esférica. 

Pero también, en el rebote de pelota, comparece la unción cosmogónica, que asimismo percibe Vallejo cuando compara al tenista con el filósofo que “sorprende una nueva verdad” y deviene entonces “una bestia completa”. Porque la pelota nos devuelve a la bestia antropogénica y antropófora que somos es que podemos llegar a saber algo, y he ahí, y tal vez no más allá, todo lo que el lenguaje pueda decir, de veras, sobre el juego de pelota. En ese juego se advierte nuestro devenir animal, y tal vez la pasión que despierta el fútbol esté en su lección mayúscula. La pelota no es algo para guardar sino para despedir, para alejar de nosotros, para convertirnos alternativamente en la bestia que juega (hegeliano sentimiento de sí) y la que piensa (hegeliana conciencia de sí). Ni siquiera el golero puede retenerla, más que por un tris. Es preciso despedirla con el pie, como los pelotaris mesoamericanos la despedían con piernas y cadera (el sentimiento religioso, dice el poema de Vallejo, citando a Anatole France, es función de un órgano del cuerpo humano; ¿será la pelota ese órgano?). La pelota, para decirlo de otro modo, nos hace y nos deshace. Tal vez por eso sea tan difícil escribir (bien) sobre deporte y más aún sobre fútbol: porque sabemos jugarlo y entenderlo, sobre todo, cuando dejamos de ser hombres y mujeres. Una vez ingresados al campo de juego, el logos se desvanece y todo lo que sabíamos de anatomía, fisiología o de hombredad (para usar un término de Vallejo) debe quedar atrás, porque esa recién adquirida inocencia nos obliga a nuevas verdades, como el dicho que manejaban, en días de Ghiggia, Gambetta y Schiaffino, y también en décadas subsiguientes, ciertos footballers uruguayos convencidos de que, “de la tetilla para abajo, es todo canilla”.

En este punto, casi todo lo que sabemos se ha desvanecido, empezando por el dualismo cartesiano (como bien advierte Vallejo). Así, cuando se dice, por ejemplo, que un jugador o un equipo dejó el alma en la cancha no se dice sino tautología: al entrar a la cancha ya se ha dejado el alma atrás. Cuanto menos alma, y menos literatura, más juego, o más fútbol, como advertían en su sketch los Monthy Pyton. Es que, si hay alma en juego, se trata de un alma otra, estrictamente animal, sentimiento de sí refractario al logos. Algo de eso, se vislumbra, quería decir aquel alguna vez mediocre jugador -en los días de Gambetta y Schiaffino-, Dalton Rosas Riolfo, quien estiró como periodista deportivo su pasión pelotari. Por medio siglo, y en su audición del mediodía, repetía Dalton incansable que “la rodilla es el alma del futbolista”
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

el dispensador dice: el fútbol es un hecho humano cultural... de menos categoría que el juego de pelota de los antiguos mexicanos, más cercano al circo romano y sus frustrados gladiadores condenados a una esclavitud indigna... ojalá la humanidad hubiese podido conocer el verdadero Popol Vuh, pero éste es ya irrecuperable, por ende quedan sólo sus sacrificios... y sus glorias están tan tergiversadas que ni siquiera la selección de fútbol de México puede servir de puente para recuperar los honores declinados... como sea, este mundial del deporte que más contribuye a las calamidades económicas y a los lavados provenientes de las redes y los narcotráficos, está tan devaluado como la moral reinante en la FIFA... en los depreciados árbitros que semejan a idiotas corriendo tras los deportistas... y en jugadores que cobran millones de monedas por no agregar valor alguno a la humanidad y sus necesidades, algo que otrora hubiese ruborizado a cualquier rey de las Américas nativas, esas que eran mayúsculas aún cuando los reinos conquistadores eran menos que minúsculos, apenas ladrones de ferias, apenas piratas de Iglesias de mentidos dioses, sacrificadores de inocentes... al mejor estilo de burdos inquisidores disfrazados de cardenales y obispos asociados con el mismísimo demonio suelto en la Tierra...

me hubiese gustado sumergirme eternamente en la estirpe ancestral de los juegos de pelota y en los legítimos relatos del verdadero Popol Vuh, pero no le cuentes a nadie que porto en mi memoria del karma todos y cada uno de sus contenidos... vaya a saber por qué hado del destino...

transitando ya viejo esta parte del Siglo XXI me cae una lágrima por la lesión de Neymar... una de las tantas víctimas inocentes del periodismo deportivo de contextos lamentables y de comentarios denigrantes... y me caen lágrimas por las injusticias manifiestas de árbitros que con o sin tecnología no son capaces de ver, de oir, de entender... y que imparten una rara injusticia que clasifica a los poderosos y condena a los débiles, asegurándose que las injusticias sigan a la orden del día, tal sucede con cualquier liga y en cualquier parte del mundo... sólo ganan los que venden modelos de atropellos... los demás, sirven para dar forma al escenario de las ridiculeces que vende el periodismo amarillo que ocupa muchos espacios sin estar a la altura de las circunstancias de ningún "espacio"...

los sacrificados por el periodismo ciego, sordo, idiota pero no mudo, son muchos, demasiados...

los sacrificados por los arbitrajes lamentables son más...

el papel de la FIFA es tan burdo que ya se pasa de ridículo... 

la mentira es tan evidente que sólo es funcional al circo romano y sus fines globales, no más que eso...

las injusticias no son pocas... prolijamente se han ido sacando de encima a los molestos... curiosamente aquellos que tenían mucho para mostrar y más para enseñar... tropiezo de una Colombia mayúscula, de un Uruguay canibalizado, de una Costa Rica exponencial, de un Chile enaltecedor... los vericuetos son muchos, tantos que siempre hay un penal a mano, una expulsión que nadie entiende, un mordisco aterrador, pero las verdaderas malas intenciones pasan de largo para dar las derechas a las maldades de Holanda... nada distintas a las de una depreciada Alemania... y las patadas quedan para la posteridad, anotadas en las calenturas del momento, para luego ser olvidadas a medida que se van enfriando las voluntades de los hinchas y sus torcidas...

el mundial de fútbol hace rato que está mal diseñado y es injusto, pero es funcional a los lavados y sus lavarropas, por ende sirve a las miserias humanas reinantes en la FIFA... y ya nadie recuerda a los sacrificios de las habilidades de los participantes en el juego de pelota del antiquísimo México... sencillamente porque los valores humanos han ido a parar al carajo, y hoy sólo valen ganancias de millones y millones por no hacer nada por nadie, aún cuando se vistan aportes solidarios a través de fundaciones personales... la cuestión es que aquellos lavados habilitan a las ausencias de los estados y a las ausencias irresponsables de la FIFA, entonces todo se torna ridículo hasta el hartazgo, y el fútbol deja de ser un hecho cultural para transformarse en excusa económica que salva a viejos carcamanes y a sus mezquindades europeizantes medievalistas...

sí el fútbol está depreciado, tanto como cualquier otro deporte donde corren los dineros antes que los valores necesarios... más aún, ya no hay deportes genuinos... hay gente habilidosa corriendo tras la plata... gentes que caerán en el olvido tan pronto como la fama los atropelle, dando lugar a los que siguen...

el espíritu del sacrificio de la tribu ya no existe... a nadie le importan los dioses y sus voluntades... tanto como a nadie le importan las cosechas y sus ritmos cíclicos... a nadie le importan las lluvias salvo que le inunden la casa y le ahoguen a sus animales de cría... es decir, a nadie le importa la Tierra, sus suelos, sus aires, sus aguas y sus fuegos, porque la humanidad anda apurada corriendo tras una zanahoria que alguien le dijo que era importante para sobrevivir, y ahora todos corren tras ella (zanahoria) olvidándose que han nacido para transitar la gracia de un vivir... esto es que respiran pero no viven... urgenciados por las codicias, las avaricias, las angurrias o el simple sobrevivir como se pueda...

el Popol Vuh, el verdadero y no el que nos regaló la Iglesia Católica junto con todas las mentiras del archivo de Indias... habla de la estirpe y el linaje, haciendo referencia a nombres extraviados en la noche de los tiempos... nombres de hombres que no recibieron ni copas ni medallas, y a los que nadie les pagó por sus genuinos sacrificios de identidad divina... no cobraron regalías... no respondieron a mafias ni a redes de secuestro de niños que luego donaban dineros para su pronta "aparición con vida", a sabiendas que ya estaban muertos... léase, eran gentes que se sacrificaban por sus convicciones de pertenencia, una lealtad genuina a los valores ancestrales de la tribu... algo que hoy desconocen hasta las propias corporaciones, compradoras y vendedoras de dignidades, carentes de contenidos que agreguen valor social a alguien, a alguno, a unos pocos, a otros muchos... y la humanidad de los estados ausentes está repleta de vacíos, tantos que se semeja más a un hueco que a una masa compacta con forma de algo... muchas promesas... pocos compromisos...

los nombres del título pertenecen al ángulo de los linajes... una geometría hoy impensable, irrecuperable... he escrito mucho sobre ellos, y dichos trabajos fueron despreciados por los gestores editoriales siempre prestos a negar lo evidente, a efectos de dar lugar al pensamiento facilista que deforma a la sociedad humana para dar de comer a las corporaciones... nada distinto al fútbol injusto de una FIFA lamentable, tanto como es socia de la tragedia tejida por el Fondo Monetario Internacional y sus implacables recetas persecutorias de destinos inocentes, hipotecadoras de futuros de los no nacidos, ejerciendo un renovado modelo nazi que impone el campo de concentración a escala global...

como sea, Hakavitz, Tepeu y Gukumatz forman parte de una memoria que tiene títulos y honores legítimos... ni comprados... ni vendidos... conteniendo la dignidad del contendiente que participa por esa rara motivación que impulsa al sacrificio tribal... a sabiendas que la vida... es un viaje sin fin, que amerita un compromiso genuino con y desde el alma... ya que todo lo demás, son pobres muestras de conveniencias y oportunismos. JULIO 07, 2014.-



No hay comentarios: