lunes, 16 de julio de 2018

La enfermedad es el orden social | Babelia | EL PAÍS

La enfermedad es el orden social | Babelia | EL PAÍS

LA ENFERMEDAD ES EL ORDEN SOCIAL. "Nadie entiende mis palabras”, dice una mujer en su delirio; otra grita (“¡Maldita sea Austria! ¡Maldito sea el zar de Rusia! Asesinaron a mi marido, a mi maravilloso, orgulloso marido”); a una joven la fuerzan a alimentarse introduciéndole un tubo por la nariz; una mujer mayor se pasa el día bordando (no está “loca”, pero su esposo se ha ido con otra y no tiene dónde ir); una última sólo pide que la maten. “Aquí se elevan hasta el infinito montañas de sufrimiento”, dice la narradora. Christine Lavant (en realidad, Thonhauser) tenía 20 años cuando ingresó en el hospital psiquiátrico de Klagenfurt, en 1935; era la novena hija de una familia de mineros y se ganaba la vida tejiendo; iba a convertirse en una de las poetas más importantes de Austria, pero en ese momento nadie lo sabía, ni siquiera ella: había intentado quitarse la vida con arsénico". Por PATRICIO PRON

La enfermedad es el orden social

Christine Lavant relata de forma brillante las seis semanas que pasó ingresada en un manicomio hace casi un siglo

Unidad psiquiátrica de un hospital francés.
Unidad psiquiátrica de un hospital francés. GETTY IMAGES
"Nadie entiende mis palabras”, dice una mujer en su delirio; otra grita (“¡Maldita sea Austria! ¡Maldito sea el zar de Rusia! Asesinaron a mi marido, a mi maravilloso, orgulloso marido”); a una joven la fuerzan a alimentarse introduciéndole un tubo por la nariz; una mujer mayor se pasa el día bordando (no está “loca”, pero su esposo se ha ido con otra y no tiene dónde ir); una última sólo pide que la maten. “Aquí se elevan hasta el infinito montañas de sufrimiento”, dice la narradora. Christine Lavant (en realidad, Thonhauser) tenía 20 años cuando ingresó en el hospital psiquiátrico de Klagenfurt, en 1935; era la novena hija de una familia de mineros y se ganaba la vida tejiendo; iba a convertirse en una de las poetas más importantes de Austria, pero en ese momento nadie lo sabía, ni siquiera ella: había intentado quitarse la vida con arsénico.
Varias publicaciones recientes y el interés sostenido por el arte outsider o brutparecen poner de manifiesto que nuestra sociedad comienza a aceptar que los discursos de la enfermedad mental son susceptibles de poseer verdad y belleza. Notas desde un manicomio es el relato de las seis semanas que Lavant pasó en el hospital en Klagenfurt y tiene ambas, pero se diferencia de otros textos sobre (y desde) el tema en el hecho de que, sin dejar de narrar su padecimiento (del que es síntoma), su autora fue capaz de comprender la figura que se ocultaba en el tapiz del encierro hospitalario de las “locas”, cuya condición de pacientes era doble: por una parte, las mujeres encerradas se hallaban bajo atención médica; por otra, debían ocultar su enfermedad porque su manifestación, escribe Lavant, “es algo que el médico jefe no soporta”.
Lavant expone sucinta pero brillantemente cómo el hospital psiquiátrico reproduce un orden del que todos son víctimas, en particular si (como en su caso) se es mujer y pobre
Lavant expone sucinta pero brillantemente cómo el hospital psiquiátrico reproduce un orden del que todos son víctimas, en particular si (como en su caso) se es mujer y pobre. Un médico le sugiere que “tiene que buscarse un novio” y la describe como “un ejemplo disuasorio de lo que sucede cuando los hijos de los trabajadores leen novelas en lugar de aprender un trabajo honrado”. Una enfermera pretende animarla recomendándole que deje la poesía para otros: “Cuando el médico te haga entrar en razón, pasado uno o dos años, te alegrarás si consigues que una señora te adiestre para hacer las faenas domésticas”, le dice. La narradora tiene la astucia del subordinado para comprender que su “enfermedad” es el orden social, pero no es una revolucionaria y no tiene medios para ponerle fin: cuando abandona el hospital no está ni siquiera un poco menos enferma, pero se dice: “Que el diablo se lleve a quien diga o escriba una sola burla sobre alguien que vive en la pobreza”.
Christine Lavant escribió su libro en 1946, 11 años después de la experiencia que narra y en el marco de un periodo de intensa productividad que arrojó otras dos novelas; de las tres, sólo estas Notas desde un manicomio permanecieron inéditas hasta mucho después de su muerte en 1973. Antes de ello, y tan sólo unos pocos años después de que Lavant se internase, la Anexión incorporó a Austria a los programas de eutanasia de los genetistas del Tercer Reich y las mujeres sobre las que la autora escribe en este libro fueron asesinadas por los mismos médicos que aparecen en él, en nombre de la obediencia a las autoridades y al progreso. “Escribo esto con palabras corrientes”, admite Lavant, “y en realidad debería romper las paredes piedra a piedra y lanzarlas contra el cielo”.
Notas desde un manicomio. Christine Lavant. Traducción de Nieves Trabanco. Errata Naturae, 2018. 78 páginas. 11 euros

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