Enric Pons, contra los fantasmas del desahucio
El dibujante de la editorial Bruguera afronta con 84 años una vida de apuros
Barcelona
Enric Pons, en su domicilio de Barcelona. MASSIMILIANO MINOCRI
Las paredes soportan fotografías, santos y recuerdos. Baila el fuego sobre tres velones que manchan de destellos retratos de Marilyn Monroe, dioses egipcios y un cartel que reza: “Recluido en mi túnel, exiliado por mi voluntad”. Es de noche en el recibidor del local del 281 de la calle Sardenya de Barcelona, donde habita, desde hace 75 años, Enric Pons. Un antiguo dibujante de la editorial Bruguera que, con 84 años, ha vivido mil y una aventuras y se enfrenta en el final de su existencia a sobrevivir a la especulación inmobiliaria. Pons cobra una pensión de 618 euros y las subidas en el alquiler le obligan a abonar 541 mensualmente al nuevo propietario de su local/domicilio. Tiene a veces que elegir entre encender la estufa, comer o vestirse. Tras una existencia de desengaños se enfrenta a su desenlace con angustia, bata de cuadros y una sonrisa que, “aunque vengan mal dadas”, nunca pierde.
Pons se ha acostumbrado a la invisibilidad del que vive a menos de 30 metros de los flases que rodean la Sagrada Familia. Trabajó, durante décadas, en la gran editorial del cómic. Allí dibujaba fondos, maquetaba y coloreaba ideas de otros a la espera de una oportunidad que nunca llegó. “Fueron los 30 años más felices de mi vida”, resume. En 1977, fue despedido e indemnizado con dos millones de pesetas. Hacía años que había tirado la toalla y sabía que el éxito entre viñetas era de otros. Meses antes había superado “un examen en el teatro Romea” que le acreditaba como ventrílocuo profesional. “Me puse el sobrenombre de Enriqueto”, sonríe. Entre actuación y actuación y, sin saber cómo, cayó en sus manos un libro de tarot. “Era algo prohibido en pleno franquismo”, recuerda. Se obsesionó y comenzó a tirar las cartas. De dibujante frustrado se convirtió en “maestro tarotista” en los ochenta. “Una amiga, vamos a ponerlo entre comillas, me engañó y se quedó los dos millones, pero yo empecé a ganarme la vida con el tarot en bolos en restaurantes, pubs y fiestas mayores”. El hipnólogo Ángel Gordon lo descubrió y le promocionó para dar conferencias. En una, acabó con su propio nombre. “Pasé a llamarme Kheto Rigol, mago de Memphis y experto en tarot egipcio”.
Vinieron los éxitos que solo se alcanzan en un mundo cerrado a crédulos. Era tiempo de vedettes, amas de casa y túnicas. La vida era feliz, pero ni economistas, ni estudiosos y, parece ser que ni siquiera videntes, previeron la crisis y un día el teléfono dejó de sonar. Después, el silencio. Kheto volvió a dejar paso a Enric, que sigue invisible.
En noviembre un grupo de sin techo, entre los que estaba el activista Lagarder Danciu, ocupó la antigua Casa de Cádiz de Barcelona, en el 279 de la calle Serdenya. Pared con pared con el local de Enric. Danciu montó un albergue autogestionado que da comida y proporciona descanso a 25 personas a diario. “Para los vecinos no fuimos bienvenidos, solo dos nos apoyaron”. Uno de ellos, Enric. Danciu detectó que el exdibujante tenía problemas. Descubrió que se había autoeditado un libro autobiográfico, El hombre del traje pistacho. El activista utilizó las redes sociales y la solidaridad hizo el resto. El pasado viernes, habían vendido todos los libros que tenía Pons en una caja. Calentarse este invierno ha dejado de ser una quimera y con un poco de suerte se podrá postergar un impago del alquiler que condenaría al exdibujante al desahucio. Pons y Danciu esperan reeditar El hombre del traje pistacho para que pueda seguir subsistiendo.
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