Roger Chartier: “La recomendación de lecturas es diferente cuando es de un algoritmo o de un librero”
Gedisa publica un volumen de conversaciones entre el historiador del libro y el investigador en comunicación digital interactiva Carlos A. Scolari. ‘Babelia’ adelanta un capítulo sobre los gigantes de internet
Roger Chartier y Carlos A. Scolari. © ISMAEL LLOPIS
Los diablos y la verdad
Carlos A. Scolari: Usted ha mencionado a Amazon, hoy por hoy el gran evil del mundo editorial y de la cultura. Supongo que a los copistas medievales la imprenta también les habrá parecido la encarnación del mal. Para ellos el gran evil no era Jeff Bezos sino Johannes Gutenberg, un emprendedor que había creado una startup y venía a invadirles el mercado al mismo tiempo que, al reproducirlo en cientos de copias, degradaba su producto artesanal. Le pregunto en cuanto historiador: ¿Hay testimonios de la reacción de los copistas ante esa new thing que apareció a mediados del 1400?
Si todo el comercio del libro quedara en manos de Amazon o de empresas semejantes se perderían las felicidades de las peregrinaciones en las librerías
Roger Chartier: La reacción fue contradictoria. Ahora nos gusta la leyenda aurea de Gutenberg, la celebración, desde el siglo XVI, de su invención que permitía leer más libros a cada lector y a cada libro encontrar más lectores. No hay discusión a propósito de esto. Pero debemos recordar otros discursos que denunciaban la fuerza corruptora de la imprenta. Porque los tipógrafos (se llamaban «componedores» en este tiempo) cometían errores. Porque el comercio de los libros, entre los manos de libreros e impresores deshonestos, destruía el comercio de las ideas. Y finalmente, lo más importante, porque cada uno podía comprar un libro, cuando, según las autoridades o los autores, no todo el mundo tenía la competencia para leerlo adecuadamente, entendiendo y respectando su sentido. Estas tres formas de corrupción construyeron un discurso de desconfianza, de desprecio de la invención de Gutenberg.
Y es verdad que pocos de los copistas, o de los que se llamaban stationarii, los que eran dueños de talleres de copistas, se transformaron en tipógrafos e impresores. La comparación es útil. Pero hay una diferencia con el presente, porque Amazon no es una empresa que produce textos. Vende textos que son libros y también muchas otras mercancías. No sé si es un gran diablo, pero, por lo menos, es un diablo para la gente que trabaja en Amazon, sometida a condiciones de trabajo inaceptables. Es verdad que todo el mundo (inclusive yo mismo) ha comprado un día un libro por Amazon porque era la manera de recibirlo rápidamente. Pero, si todo el comercio del libro quedara en manos de Amazon o de empresas semejantes se perderían las felicidades de las peregrinaciones en las librerías. La situación es seria. Se publicó hace poco, en 2018, un artículo en Le Monde porque se inauguró una nueva librería en París, lo que parece un evento extraordinario. El artículo indicaba que 33% de las librerías que existían en el año 2000 han desaparecido en 2018. Por supuesto, la compra online no es la única razón.
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