OPINIÓN
¿Qué es ser ateo?
Distorsionar la percepción de los ateos como “creyentes que se creen no serlo” tan solo contribuye a ralentizar el progreso hacia una sociedad de ciudadanos libres
Unas iglesia abandonada en Rio Grande do Sul (Brasil). PAULO HOEPER GETTY IMAGES
Una de las falacias que se cometen con más asiduidad en ese terreno, ya de por sí minado de falacias, que conocemos como “pensamiento religioso” es la afirmación de que “quienes no creen en una religión tradicional, es porque creen en otra”. Esta otra “religión” puede ser la ciencia, el humanismo, el fútbol, el dinero, o la revolución socialista... ponga el lector los ejemplos que quiera. La enésima repetición de esta fábula se ha publicado estos días en el diario EL PAÍS, en un artículo de Juan Arnau Navarro (¿En qué creen los ateos?, 27-4-2019) que repasa unas cuantas publicaciones recientes sobre la historia del ateísmo. Por desgracia, no por más veces repetido posee aquel argumento mayor validez.
Naturalmente, entre las personas y movimientos a los que podemos razonablemente llamar “ateos” hay, como en todo conjunto de seres humanos, para todos los gustos, y algunos, o muchos, ateos habrá habido que hayan reemplazado su creencia en dios por otras creencias casi tanto o igual de delirantes (sin ir más lejos, pensemos en algunos defensores contemporáneos de lo que se ha venido en denominar “transhumanismo”). Pero que una creencia sea delirante no la convierte de por sí en religiosa, ni su adopción tiene por qué haber sido causada por la necesidad de sustituir otras creencias de similar calado. Por decirlo con brevedad: las sociedades avanzadas nos muestran sin asomo de duda que lo religioso es algo de lo que grandes masas de seres humanos podemos sencillamente prescindir.
La humanidad ha sido mayoritariamente creyente, lo cual no tiene por qué significar que la existencia de la religión se deba a que cumple una función vital
Es conveniente, en estas discusiones, dar a nuestras palabras significados lo más concretos posibles, para evitar ambigüedades desde las que se pueda probar lo que a uno se le antoje. Restrinjo, por lo tanto, el significado del término “religión” a aquellas creencias (y sus prácticas asociadas) según las cuales el cosmos, la historia y la existencia humana responden a algún tipo de sentido moral trascendente. Ser ateo, o no creyente, consistirá, por tanto, nada más que en el hecho de no tener tales creencias, bien porque uno las haya tenido en algún momento de su vida y las haya abandonado (a veces como a un amigo que te traicionó, pero más a menudo como esa ropa con la que has dejado de gustarte), o bien, algo cada vez más frecuente, porque nunca se ha planteado tenerlas.
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