La histórica relación cultural entre China y España
China y España se encuentran unidas desde la antigüedad por la Ruta de la Seda, pero es el siglo XVI el que marca el inicio de unas relaciones de intercambio religioso, comercial y político que habrían de durar hasta el día de hoy.
Que las relaciones entre China y España tengan una larga y fecunda historia es un hecho cierto que demasiadas veces parece ser olvidado. Cuando todavía ninguno de los dos países utilizaba su nombre tal y como lo conocemos hoy en día, ya estaban ambas naciones unidas por la famosa Ruta de la Seda, la cual, naciendo en Asia Oriental, permitía al extremo occidental de Europa el abastecimiento de, entre otras muchas mercancías, esa seda admirada y deseada que traían comerciantes de todas las regiones intermedias para unir dos extremos del que en el fondo es un solo continente. Todavía en ciertas partes de la geografía española, como en Murcia, Granada, Cádiz o Valencia –donde todavía existe un telar manual de confección de tejidos de seda para la elaboración de trajes de valenciana-, existe constancia del destino final de esa ruta protagonizada por el precioso y delicado paño.
De hecho, incluso de la misma iconografía de una fiesta española de fama mundial como las Fallas valencianas, en la que el murciélago es el emblema de la ciudad y de uno de sus equipos de fútbol, podemos hallar una coincidencia simbólica de buen augurio similar a la que refleja este animal en la milenaria cultura china que lo considera uno de los seres más faustos que existe (1), mientras que en el resto de Europa se le califica de nefasto por asociarlo a la ultratumba.
Dejando juegos anecdóticos aparte, es de justicia recordar que el español se convirtió en la lengua que sirvió para dar a conocer la lejana China en el llamado “Viejo Continente”. Según datos históricos, esto ocurrió de un modo más o menos generalizado a partir de la publicación de El Libro de las cosas maravillosas, también conocido como Los viajes de Marco Polo. Sin menospreciar la importancia de la obra del veneciano y tomando sus últimas palabras como testimonio: “Sólo he contado la mitad de lo que vi”, debemos constatar que fueron las nuevas rutas a través del océano Atlántico y del Pacífico, abiertas tras el descubrimiento de América por navegantes portugueses y españoles, las que llevarían a centenares de viajeros y misioneros a China.
El siglo XVI marcó el inicio de unas relaciones de intercambio religioso, comercial y político entre China y España que habrían de durar hasta el día de hoy. La Cosmographia Universalis de Sebastián Münster, publicada en Basilea en 1554, muestra que en Europa apenas existían otras noticias referentes a China que las conocidas de los antiguos viajeros medievales, tenidas por legendarias y casi sin datos concretos. Sería en 1555 cuando apareciera en Coímbra (Portugal), impresa en lengua castellana para facilitar su difusión, la Historia verdadera del Gran Reino de la China, en la que se daba noticia de la información recibida por los jesuitas portugueses que vivían allí.
Pero, sin duda, la obra más importante y más completa realizada hasta entonces y que durante mucho tiempo se convertiría en la guía fundamental para la comprensión de China en toda Europa fue la Historia de las cosas más notables, Ritos y Costumbres del Gran Reyno de la China, escrita por el agustino Juan González de Mendoza (1540-1617), publicada en castellano en Roma en 1585 y de la que en diez años se hicieron 36 ediciones y fue traducida a siete idiomas. En este éxito de librería español se recogía todo tipo de información sobre China y, por primera vez y entre otras cosas, se mencionaba su avanzado sistema tributario, la centralización de su gobierno, la complejidad de su escritura (fueron los primeros caracteres chinos que nos llegaron) y el sistema de exámenes para el reclutamiento de funcionarios.
A pesar de que el siglo XVII viera florecer un gran número de tratados, relatos y cartas de y sobre China, de nuevo fue la lengua española la que se convertiría en pionera en la comunicación de información entre China y Europa. El primer léxico chino-español lo compuso otro agustino español, el padre Martín de Rada (1533-1578) que viajó por China en 1575. Además entre 1588 y 1591, el fraile dominico Juan Cobo (1546-1591) realizó la traducción al español de la obra Espejo rico del claro corazón, también llamada Riquezas y espejo con que se enriquezca y donde se mire el claro y límpido corazón (Mingxin Baojian) (2) de Fan Liben escrita en 1393. Era la primera vez que un texto en chino se traducía a una lengua viva occidental (3). La obra, una compilación de más de 600 proverbios, sentencias y máximas de grandes filósofos como Confucio, Mencio y Laozi, estaba dividida en veinte capítulos temáticos y se utilizaba a modo de catálogo para la conversión del lector en hombre de virtud. Su difusión en Europa fue también grande y el dominico Domingo Fernández de Navarrete (1610-1689) llegaría a equipararla a la Catena Aurea (4) de Sto. Tomás de Aquino.
Otra figura fundamental de la historia de los intercambios entre China y Europa fue Diego de Pantoja (1571-1618), jesuita relegado durante mucho tiempo a la sombra del italiano Matteo Ricci (1552-1610) y que gracias a los buenos oficios del profesor Zhang Kai de la Academia de Ciencias Sociales de China ha recuperado su lugar injustamente olvidado. La estancia de Pantoja en Beijing durante más de quince años fue tremendamente prolífica; así, participó en obras de geografía, geometría y matemáticas, mientras que sus observaciones sobre gramática, composición de caracteres y fonología (con expresa mención de los tonos del chino) sirvieron tanto a Europa como a China para conocerse y promover cada cual su propio desarrollo.
Un lamentable desencuentro se produjo entre la corona española y el imperio chino debido, fundamentalmente, a la polémica sobre los ritos con la postura de diferentes órdenes religiosas y la visión que la iglesia católica tenía con respecto a la política de “adaptación” de los jesuitas. Su posterior expulsión de España provocó su migración a otros países europeos, y desde ahí tomaron el testigo de hacer fluir la comunicación entre China y Europa. Aún así, a España siguió llegando información sobre China y despertando el interés y la admiración especialmente de nuestros hombres de letras.
El siglo XVIII en toda Europa se vivió en un clima de sinofilia estimulado por las cartas de los jesuitas allí residentes. Fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro (1676-1764), máximo representante de la Ilustración temprana española, como amante de la ciencia y de la técnica, no podía por menos admirar las maravillas del país que, mucho antes que Europa, había inventado la imprenta, la brújula, el papel y la pólvora. A los avances en materia de medicina de los chinos y sus diferentes técnicas de diagnóstico, le dedicó buena parte de sus Cartas. El tema chino apareció también en numerosos ensayos, obras literarias e incluso se tradujeron algunas adaptaciones de obras de teatro basadas en piezas tradicionales.
Habría que esperar al siglo XX para que se retomara la relación entre China y España que había producido tantos y tan fructíferos trabajos. En este caso el impulso se localizó, en gran medida, en China. Muy poco después de la instauración de la República Popular China (1 de octubre de 1949) se abrieron departamentos de español y se inició una labor de traducción y enseñanza que ha ido dando frutos extraordinarios para acercar a los chinos las culturas españolas e iberoamericanas. En este sentido es de agradecer que países como Cuba y México supieran en su momento apoyar ese primer impulso. También en España algunas personas trabajaron en ese sentido. Así, las traducciones de Marcela de Juan sirvieron para que los españoles conocieran la prodigiosa producción poética de la larguísima tradición China.
En otro ámbito, el de la educación, es obligado mencionar aquí a todos aquellos profesores, españoles y de diferentes países latinoamericanos que con su entrega mantuvieron viva en China la exigua llama del español. Quizá el ejemplo más relevante en ese caso ha sido la aportación de María Lecea que se convirtió en la profesora de toda una primera generación de hispanistas chinos. En sus dos períodos de estancia en China (5), pasó por sus manos un gran número de alumnos que se han convertido en grandes expertos, los cuales han seguido trabajando en el desarrollo de las relaciones entre el mundo hispanohablante y China en lo que a funciones políticas, académicas e investigadoras se refiere.
También merecen un agradecimiento y una mención especial en esta breve reseña las varias generaciones de hispanistas chinos que han trabajado en su país para dar a conocer nuestra lengua y nuestra literatura. Obras como El Quijote, El Cantar del Mio Cid, El Lazarillo de Tormes, La Celestina, Pedro Páramo, Cien años de Soledad, Conversación en la Catedral, Martín Fierro, entre otras, o la poesía de Garcilaso de la Vega, Góngora, Quevedo, San Juan de la Cruz, Bécquer, Unamuno, Alberti, García Lorca, Aleixandre, Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, así como de otros muchos autores, han llegado ya a manos de los lectores chinos gracias a la ingente labor de traducción que los hispanistas chinos están llevando a cabo. Muchos han invertido su vida en dar a conocer a los chinos nuestra lengua y literatura, así como la suya en nuestro país. Es quizás hora de que desde España trabajemos y ayudemos en el mismo sentido, con lo que el pasado más reciente augura un futuro prometedor.
No obstante, tal y como se cuenta, el mismísimo Miguel de Cervantes renunció en una ocasión a ser el director de un colegio ante la respuesta negativa que le propinó el portador de aquella oferta al preguntarle si el emperador había “dado para mí alguna ayuda de costa”, —respondiole éste— “ni por pensamiento”. China aprendió bien la lección y desde la instauración de la República Popular intentó subsanar aquel primer y recogido gesto. España y el mundo hispanohablante hacen bien estimulando el estudio del idioma chino y de su cultura, a pesar de que todavía carezcamos de estructuras académicas comunes sólidas. Cervantes sabía que por mucho entusiasmo que algunas personas tuvieran “hacen falta dineros” para desarrollar una investigación y, sin duda, la apuesta de la Universidad de Valencia, junto con algunas otras más, representa el reconocimiento de la relevancia de estos estudios y la importancia de las relaciones entre China y España, y en definitiva entre la lengua china y la española.
Notas:
1. Básicamente por su coincidencia fonética fú (蝠) con fú (福) de felicidad.
2. Beng sim po cam en la trascripción fonética del dialecto Minan.
3. El manuscrito original se conserva todavía en la Biblioteca Nacional de Madrid (MS 6040).
4. Obra que resulta de recopilar escritos, a modo de exposición o comentario, de los “Padres de la Iglesia” siguiendo los textos completos de los Evangelios.
5. De 1955 a 1964 y de 1985 a 1989.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 8. Volumen V. Septiembre de 2011.Leer este reportaje en la edición impresa
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