El escorpión
El amor, cuestión final
El amor ya no salta por encima de sus condiciones objetivas. Ni se lo plantea. Simplemente entre "West Side Story" y el último libro de Junot Díaz se ha abierto un abismo, temporal, social. De Chrétien de Troyes a "El gran Gatsby", pasando por "la Celestina", ese sentimiento que comprimía el sentido de la vida y modificaba la conciencia con una perspectiva única que se abría paso a través del objeto amado, dispensaba al obstáculo, a la circunstancia, un papel estimulante, el de prueba de que el amor -colmado o no- los superaba en poder.
Ahora parece otra cosa: una caja de resonancia (una interfaz) del mundo en cuanto tal. Si el mundo es triste, el amor es triste. Si el mundo es pobre y desesperado, el amor es pobre y desesperado. Y, por otro lado, las cosas que se le piden al mundo son las que se piden al amor (dinero, status, red). Algunos pensarán que eso no es amor. Y otros pensarán que siempre ha sido así.
En todo caso, nos queda la impresión de su fragilidad (o de su futilidad). Es demasiado dependiente o al menos nos resulta demasiado dependiente de cuanto le rodea en comparación con los grandes mitos literarios. Aunque en algunos casos la ambigüedad es llamativa. Es cierto que en "Cumbres borrascosas" el amor resultaba una fuerza de la naturaleza, imparable y destructivo como la naturaleza misma, pero también es cierto que se alimentaba del drama social y de la intemperie de los páramos. Y que en "El rojo y el negro", la honestidad del sentimiento llegaba hasta la inmolación, pero también es cierto que sin la nueva sociedad del dinero y de la movilidad social, Sorel tal vez no se habría enamorado nunca. Hay ejemplos más cercanos: "Las palmeras salvajes", de Faulkner; "Un amor", de Buzzati; las novelas de Geoff Dyer; incluso "Contra el viento del norte", la novela internetera de Daniel Glattauer.
Paroxismo amoroso, de acuerdo, y también reflejo fidedigno del hábitat. En Junot Díaz, la pasión es una claudicación ante las reglas de la simple supervivencia. O sea, se acabó la pasión. Se puede claudicar por otras razones, por razones lujosas, digamos. Pero el signo del amor no cambia. Está expuesto a las contingencias del mundo habitado. Y él mismo se deshabita.
La cuestión estriba, pues, en saber si el amor siempre ha sido una caja de resonancia, cuya exaltación procedía precisamente de ser eso, una síntesis del mundo en los límites de un corazón y si ahora hemos entrado en una fase de usuarios sentimentales de una civilización que impone directamente su software, aprovechando los rescoldos analógicos de ese corazón.
Alejandro Gándara
Una crítica al aburrido discurso cultural dominante. Con "recomendados", "contraindicados" y "grandes citas".el dispensador dice.
el amor te moviliza,
química de los afectos,
motivos de pura risa,
cuando los puentes son alegrías,
las almas no andan de prisa,
ya que nada las apura,
y las urgencias se hacen trizas...
el amor enciende las auras,
las viste y las colorea,
así como los astros se alínean,
los espíritus sintonizan,
haciendo de los magnetismos,
espacios sin geometrías,
donde cualquier cosa queda cerca,
más allá de las lejanías...
finalmente,
de aquí no te llevas nada,
sólo los afectos te llevas,
si la siembra fue sincera,
los ecos vibrarán en el aire,
así como los recuerdos en la tierra,
y cuando regreses a otra vida,
naciendo como cualquiera,
vendrán reconocimientos,
de los que no hay notas,
ni tampoco los recuerdas...
todo en este universo,
funciona como una cuerda,
si une y no se tensa,
su permanencia... será eterna...
por ello las palabras,
aquello que se pronuncia,
y nace del alma,
nunca debe quebrar,
los sentimientos y las calmas,
ya que en ellos residen,
los sentidos que atan,
y también los que desatan.
MAYO 26, 2013.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario